El 3 de marzo, un día después del Miércoles de Ceniza que había celebrado con su familia, fue encontrado sin vida, en el puente La Regina, del Municipio de Morazán, Yoro (en la zona norte de Honduras), el sacerdote José Enrique Vásquez. Entre sus feligreses era conocido como el padre “Quique“.
El sacerdote pertenecía a ladiócesis de San Pedro Sula. Como tantos otros en territorio hondureño, llegó a la morgue de esta ciudad en calidad de desconocido. Al día siguiente fue localizada la camioneta en la que se trasladaba y el obispo Ángel Garancha reconoció su cadáver.
El móvil
Las autoridades dicen que el principal móvil del secuestro y posterior asesinato del padre “Quique” es el robo. También que, posiblemente, hayan sido delincuentes de la zona de Santa Cruz de Yojoa, donde vive la familia del sacerdote y de donde había salido hacia su parroquia el día del crimen.
Independientemente de la versión oficial de los hechos, la familia del padre “Quique” tanto como la diócesis de San Pedro Sula y la Conferencia Episcopal de Honduras (CEH) –de quien el obispo Garancha es presidente- han exigido justicia y un esclarecimiento de este crimen que enluta a la Iglesia del país centroamericano.
“Ha sido una víctima de la violencia que no cesa en nuestro país. Es una violencia tan grave que ha llevado al asesinato de miles de personas”, dijo en la misa funeral del sacerdote diocesano el obispo Garancha.
¿Acostumbrarse a la violencia?
El prelado, que encabeza una diócesis de las más violentas en Centroamérica, hizo, durante su homilía, un llamado a la conciencia, empezando por las autoridades gubernamentales, la policía y a nosotros mismos como sociedad para no “acostumbrarse a la violencia”.
El problema es que, en Honduras, como en buena parte de los países de la región, lo que campea es la impunidad. Por ello, la CEH señaló en un comunicado que, si no se investiga a fondo este crimen, “como ha sucedido tantas veces”, los hondureños estarán condenados “a resignarnos a que esto se siga repitiendo en nuestro país”.
El comunicado de los prelados continúa diciendo que “ante estos actos de horror e indignación, hacemos una vez más un enérgico llamado a las autoridades correspondientes, para que se comprometan seriamente a garantizar la seguridad de la población”.
Sacerdote bueno, con una sonrisa contagiosa
El padre “Quique” era párroco de San José del Barrio Medina, en San Pedro Sula. Tenía 47 años y era el sexto de trece hermanos. Según los informes recabados por los medios de comunicación hondureños, recibió seis disparos de bala. Esto hace dudar mucho que el móvil haya sido el robo.
Quienes lo conocieron lo califican como un sacerdote tranquilo, entregado a su ministerio, muy directo con la gente y muy serio. Quizá haya sido víctima de las pandillas que controlan barrios completos de San Pedro Sula, como el barrio donde era párroco el padre Quique.
El portavoz de la CEH, el padre Juan Ángel López describió al padre “Quique” como una persona “llena de Dios y de sonrisa contagiosa (…)” . “Era una persona muy querida, no era conflictivo, era una persona llena de Dios (…); una de esas personas que, honestamente, da gusto estar, platicar y molestar”, agregó.
¿Quién y por qué?
Para algunos sacerdotes que están cerca de la zona donde fue asesinado, la crueldad del crimen habla de circunstancias diferentes al robo. Pero, ¿quién y, sobre todo, por qué? Desde la llamada “masacre de los Horcones”, en 1975, en que soldados mataron y mutilaron a dos misioneros por defender a campesinos, no había habido en Honduras un asesinato a sacerdotes.
Por la saña del asesinato, el propio obispo de San Pedro Sula desestimó el móvil del robo. También aseguraba que Honduras “vive en pandemia de crimen y asesinatos”. Y el del padre “Quique” abre una honda herida en el corazón de la comunidad católica: ya ni los servidores de Dios se salvan de las balas.
Hoy celebramos a...