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Adiós, te seguiré amando

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Okan BUDAK | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 21/10/21

El final de algo siempre duele, aunque nada acabe del todo

Con frecuencia deseo que lo que me gusta dure eternamente. No quiero cambiar mis hábitos ni derogar mis costumbres.

Intento que la vida siga su curso sin dejar huellas a su paso. Que no se altere el curso de las aguas y todo sea bueno, plácido, beneficioso.

Por eso me cuestan las despedidas y los adioses. El final de algo, la partida y la ausencia.

Sad,Goodbye

Es cierto que la realidad no es como yo deseo. Y las cosas no siempre se pueden arreglar cuando se han roto.

Nadie reemplaza a nadie cuando ha partido. Cada uno es diferente, único. Y el presente no puede ser exactamente igual al pasado.

Aunque parezca a veces que hay cosas similares, siempre es distinto.

Ausencias y presencias

Los momentos compartidos se guardan dentro de algún compartimento estanco que tengo dentro del alma.

Y la historia vivida nadie puede borrarla letra a letra, es sagrada. Nada empaña la amistad, el amor o el cariño. Ni siquiera el sentir que nada será lo mismo.

mourning

Me gusta definir las cosas desde lo que son, no desde lo que les falta. Y por eso me gusta no definirme según mis defectos o carencias. Todo lo contrario.

Por lo que soy me nombro y nombro igual lo que vivo y es real. Ya sea presente o pasado, es lo mismo.

Una persona discapacitada, a quien le faltaba una pierna, cuando le preguntan sobre cómo lleva tan bien su discapacidad, contesta:

“Sólo es que nunca he querido que me defina, ¿sabes? No quería que la parte ausente fuera quien soy[1].

Lucinda Riley, Ana Isabel Sánchez Díez, La hermana perla (Las Siete Hermanas 4): La historia de CeCe

Me defino por mi presente, pero soy hijo de mi historia santa. No soy igual a antes de haber partido. Y no soy el mismo sin todo lo que he vivido, amado y sufrido.

Los años que llevo dentro son oro fino y la vida se desplaza lentamente por caminos largos y hondos, todo tiene un sentido.

Nada acaba del todo

Me cuesta decir adiós, el final de algo siempre duele. Aunque nada acabe del todo, ni siquiera con el último aliento.

Nadie es imprescindible y tampoco remplazable. Ocupar el lugar de otro es ultrajar su pasado.

Pero forma parte de la vida pensar que alguien vendrá que ocupará mis huellas, los pasos dejados y sostendrá las mismas palabras que antes yo decía.

Y aun así cuando me voy, me sigo quedando. En tantos que me recuerdan. En las conversaciones sagradas que yo recuerdo. En algún que otro abrazo.

En una forma de hacer las cosas muy determinada. En una aventura aprendida por caminos imposibles.

En una risa larga y pronunciada. En un hola y un hasta luego dicho al pasar por el camino.

Nada de lo ocurrido desaparece, ha quedado la huella, el surco, la herida, el reflejo, el aliento suspendido en el aire. Y un hasta siempre apenas audible. Es lo que siento.

Aceptar el vacío

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El adiós no es nunca definitivo, ni siquiera con la muerte. Y la ausencia sigue sin definirme, pero me duele.

Y tengo que aceptarla como acepto el calor y el frío, la lluvia o la sequía que deja sin agua mi río.

Me asustan las despedidas y al mismo tiempo lo entiendo. Cuando duele dentro el alma es como el río, que suena porque lleva piedras dentro.

Y si decir adiós me emociona es porque la vida me ha hecho así, apegado a los sueños, a los días y a la tierra.

Me ha hecho tan humano para reflejar en mi torpeza un trozo desconocido del cielo. Y eso me consuela.

Por eso ahora me callo mientras se hace honda la ausencia. Con lágrimas que me bebo para pasar pronto el rato.

Memoria dolorosa

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Un adiós sencillo, casi un hasta luego. Porque la vida sigue y no sé cómo da muchas vueltas.

Y lo vivido, montaña arriba, montaña abajo, queda grabado más allá de unas pocas fotos.

La memoria reside en el alma, allí donde lloro mi llanto y siento que se desgarra el vientre.

Duele tanto la pérdida… Y los sueños vividos que se hicieron vida, paso a paso. Y la alegría compartida, y las lágrimas.

Y ese caminar lleno de vida, los amigos compartidos. Y tantos recuerdos que guardo.

Merece la pena haber amado

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La memoria me salva, lo tengo claro. Lloro el presente mientras lo beso. Y abrazo la ausencia que duele dentro.

Decir adiós es fácil, al menos lo parece. Y seguir otro camino. Senderos que llevan al cielo. Y comenzar nuevas rutas, sin miedo.

Sufre más el que se queda. Aunque el que parta desgarra una parte de su alma, porque supo echar raíces y amar siempre hasta el extremo.

Y se queda en mil almas que un día se le confiaron. Y no tiene miedo al vuelo, a las puertas que se abren y esas otras que se cierran. Y los cantos que se lleva, melodías de cielo en el alma.

Merece la pena vivir, aunque despedirse duela. Merece la pena el vínculo que me ata con cadenas.

Merece la pena ser fiel a lo que Dios ha sembrado, a la paz que surca el alma, a los vientos que me elevan. A la soledad que habito, a la amistad que me guarda, a esa oración que asciende como canto de esperanza.

Sigo soñando con lo eterno. Amo el amor que no muere. Sé que si soy fiel el cielo hará morada en la tierra.

En la debilidad de mi carne he aprendido a ser sincero. A amar la vida en presente y a vivir hoy cada paso como si fueran los últimos.

Nada temo. Me despido y sigo esperando el regreso. El reencuentro.

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