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Falleció el padre Pantoja, sacerdote y azote de los sicarios

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Jaime Septién - publicado el 23/12/20

Defensor de los derechos humanos de los descartados y de los migrantes centroamericanos en el noroeste de México

Si existió algún ejemplo de defensor de los derechos humanos de los descartados, los mineros, los campesinos, pero, especialmente, de los migrantes centroamericanos en el noroeste de México, ése fue el sacerdote Pedro Pantoja, “el padre Pantoja” como lo llamaban los cercanos y los lejanos en todo México.

En el plan de Dios no hay coincidencias: el padre Pantoja (76) murió por un paro cardíaco, producto de la covid-19, el viernes 18 de diciembre, Día Mundial del Migrante, en este atribulado y caótico 2020. Su casa, “Belén Posada del Migrante”, en Saltillo (Coahuila, limítrofe con Texas) está de luto. Los migrantes centroamericanos, también.

Ejerció en territorios donde las mafias han echado raíces

Nacido en 1944 en el seno de una familia modesta de San Pedro del Gallo, en el Estado de Durango, dedicó 49 años de su ministerio a la defensa de los derechos humanos en territorios donde las mafias del crimen organizado han echado raíces y han “florecido” en complicidades políticas y económicas de toda índole.

El padre Pantoja de ejercer su sacerdocio, trabajó como obrero, minero y campesino, viviendo las causas sociales a las que dedicó su vida. También fue migrante en Estados Unidos, logrando, mediante su activismo y unión con líderes históricos como César Chávez, mejoras a los salarios de los trabajadores agrícolas.

Ahí –sobre todo en el área de Delano, en el Estado de California– comenzó su aprecio y defensoría por estos hermanos. Siempre los defendió argumentando que éstos “no son delincuentes, sino que si se mueven es porque los impulsa la violencia, la inseguridad y el hambre”.




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Denuncias proféticas

Su valor para denunciar la corrupción y el contubernio entre narcotraficantes (principalmente del autodenominado Grupo de los Zetas) y autoridades civiles y policiacas de Coahuila, lo llevó muchas veces a estar en la mira de los sicarios, los cual nunca lo amedrentó.

En una entrevista para la revista Gatopardo, Pantoja declaró: el narcotráfico “es una empresa perfecta que cubre todos los estamentos de la sociedad: los aparatos políticos, los empresarios, los ganaderos, los comerciantes. Y en el caso del noreste, no se puede separar la infiltración de las autoridades con el crimen organizado”.

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Los más golpeados son los nadie

En últimas fechas, el padre Pantoja, siempre vestido de tejanos, camisa a cuadros y sombrero, había denunciado la ineptitud del sistema migratorio mexicano y de los gobiernos federal y estatal para apoyar a los albergues que siguen recibiendo migrantes de Centroamérica todos los días.

“A nadie respetó esta pandemia, es cierto. Aunque los más golpeados, como siempre, son los nadie. Los de la extrema vulnerabilidad. Los migrantes”, concluyó el padre Pedro Pantoja en una de sus últimas intervenciones en un foro público, en octubre pasado.

En efecto: nadie ha sido perdonado por esta pandemia. Ahora el Padre Pantoja, cuyo lema y compromiso que hacía extensivo a otros albergues de la sociedad civil mexicana se resumía en la frase “No representen a los migrantes, caminen con ellos”, lo vivió en carne propia. Y seguramente seguirá intercediendo, con su peculiar y bronco estilo desde la vida eterna.

Las razones de la migración

Uno de los legados del padre Pantoja, es su prontuario del por qué migran las personas, sobre todo las que proceden del llamado Triángulo del Norte de Centroamérica (El Salvador, Honduras y Guatemala).

Lo hizo como parte de un encuentro sobre Migración y Desarrollo, celebrado en Zacatecas, en 2013 y en él se expone todo el drama de esta porción de América; hombres, mujeres, ancianos, niños que cruzan México, llegan a Estados Unidos (o intentan llegar) y mueren en vida o en el desierto:

• Por no tener nada, los migrantes lo abandonan todo. • Caminan en busca de la vida y pueden encontrar la muerte. • Quieren existir y al mismo tiempo ser invisibles. • Se les empuja a caminos del extravío, a zonas desérticas e inhóspitas, a climas extremos y nadie quiere hacerse cargo de su muerte. • Aman tanto a su familia que tienen que dejarla. • Se levantan muros para impedirles el paso y se les deja pasar en la medida y cantidad que se les necesita. • Se les llama héroes y se les trata como criminales. • Se lamenta su muerte y muchos de ellos son cubiertos por el polvo del desierto. • No saben cómo llegar al lugar que ha determinado como su destino y contratan a quien los engaña. • Aunque viajen en grupo siempre van solos. • Se les sentencia a la clandestinidad y luego se les reprocha que viajen clandestinamente. • Son quienes más requieren la protección del Estado y son los que menos la reciben. • Se les niega el alimento y ellos lo cosechan. • Se les ofende y se les dice que su presencia ofende. • Se les niegan las visas y se les reclama que viajen sin ellas. • Se les acusa de agresores y se les dispara por la espalda. • Aspiran a una mejor vida y se sumergen en el pantano donde los espera lo peor de la condición humana. • Se les ve con desconfianza y se les encarga el cuidado de las personas más cercanas. • Se les ensalza en los discursos y se les olvida en los hechos. • Los gobernantes los ignoran y se congratulan de sus remesas. • Se les paga la mitad de lo que se paga a los trabajadores regulares y se dice que dañan la economía de los países a los que llegan. • Supuestamente la policía está para brindarles seguridad y son los policías los que los asaltan, extorsionan, amenazan, secuestran, violan o matan. • Su camino migrante desde Centroamérica era un fuerte clamor de justicia y bienestar y regresaron en la inmovilidad y el silencio total de un féretro.
PADRE PANTOJA
Diocesis de Saltillo

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