La cultura contemporánea impone un estilo de vida cuyo valor fundamental es la productividad, donde no se trabaja en función de la vida, sino que se impone que la vida esté en función del trabajo. Incluso el descanso ya no es para disfrutar la vida, sino para reparar fuerzas y volver a producir.
Muchas son las familias que viven en la utopía de que “un día nos dedicaremos a disfrutar la vida juntos” y en realidad, es tan solo una postergación permanente, porque no se disfruta el día a día. Muchas presiones cotidianas postergan lo importante y los vínculos son los primeros que se resienten.
Cuando las mujeres cargan con todo
Todas las investigaciones al respecto muestran que los matrimonios más felices, cuando ambos trabajan fuera del hogar, son aquellos en los que ambos comparten plenamente todas las responsabilidades para con los hijos y la casa. También coinciden estudios en que toda la familia sufre cuando uno de los dos no está presente por exceso de trabajo, es algo de sentido común.
Peor aún cuando por patrones culturales demasiado arraigados, las mujeres cargan con todo. En esos casos es mucho más devastador emocionalmente, aunque a veces se lo viva con naturalidad. Las mujeres cuando se sienten solas, trabajando igual que el hombre, pero cargando en forma desproporcional sobre sí las responsabilidades del hogar, se llenan de culpas, de stress y sobreagotamiento. La mayoría de las veces son ellas quienes postergan una vida profesional para quedarse más en casa.
Existen muchos cursos e infinidad de artículos con consejos para lograr el equilibrio entre trabajo y familia, pero el problema es más profundo.
No es un tema de “tips” (consejos) para poder hacerlo todo en un tiempo reducido, sino que se necesita un cambio de mentalidad y nadar contra la corriente.
Resistirse es cambiar las prioridades
Muchas de las presiones que sentimos hoy provienen de las expectativas -propias y ajenas- sobre nuestro estilo de vida. La cultura contemporánea otorga un valor muy alto al éxito profesional y económico, en una sociedad altamente competitiva, donde el “tener” es más importante que el “ser”.
Así, vivimos exigidos a trabajar en forma inhumana, deshaciendo las bases fundamentales de una vida digna y de una convivencia que desarrolle la intimidad entre esposos, padres e hijos, abuelos y nietos.Muchos se esfuerzan por mejorar su “nivel de vida”, lo cual implica unos costos altísimos que resienten lo más importante de la vida: los vínculos.
Los mandatos sociales no se cuestionan: para mandar a los hijos al mejor Colegio, para viajar de vez en cuando y tener una vida saludable, para organizar fiestas sociales aunque se endeuden, para consumir determinados productos “fundamentales”, para mejorar nuestra paternidad y tener hijos “superfelices”, mandatos y más mandatos que no cuestionamos, sino que los profesamos como una fe inamovible. ¡Cómo no vas a hacer eso! ¡Es lo más importante!
Y la pregunta que podemos hacerlos es: ¿Es esto lo más importante? ¿Estamos seguros? Cuando suceden verdaderos dramas en la vida es cuando todos comenzamos a decir que lo más importante no era el dinero, ni el éxito, sino las personas que decimos amar.
Es cierto que parecería que las exigencias de la vida no nos dejan tiempo para estar con nuestros seres queridos. Corremos para llegar de un lado a otro y ya no queda lugar en las agendas.
Nos preocupa el deseo de tener siempre más y alcanzar el “nivel de vida” deseado, cumplir con todas las demandas, pero mientras luchamos por alcanzar la vida, la vida se nos va. Atreverse a cuestionarse el estilo de vida exige coraje y realismo para dar un giro que nos ponga en la vida y no fuera de ella, que nos lleve a cambiar las prioridades y a vivir más felices con las personas más importantes de nuestra vida.