Tomarte tu tiempo no es una pérdida de tiempo. La emergencia de los movimientos ‘slow’ atestiguan una verdadera voluntad de renovación hacia la sencillez, de estar atento con uno mismo y con los demás y, finalmente, pasar del lado material al lado espiritual de la vida
En 2011 se estrenó In Time, una película estadounidense de Andrew Niccol en la que las personas, genéticamente modificadas, no envejecen más allá de los 25 años, aunque entonces se ven obligadas a “ganar” tiempo para conservar la vida. Un mundo en el que el tiempo no solo ha reemplazado al dinero, sino que también se ha convertido en algo vital…
Aunque el escenario es, por fortuna, de ciencia ficción, es cierto que la vida cotidiana de muchos de nosotros a menudo se asemeja a una carrera contra el tiempo que comienza desde el momento en que nos levantamos y nos deja poco respiro hasta la noche, cuando nos desplomamos exhaustos en el sofá, muy a menudo frente a una pantalla.
Y esta presión que sufrimos no se debe solo a la vida profesional, sino que somos capaces de infligírnosla a nosotros mismos: conducimos rápido, comemos comida preparada rápidamente, corremos de un lugar a otro y nos impacientamos con todo lo que nos retrasa: ancianos, torpes, perdidos o nuestro ordenador cuando parece que va a pedales. No nos damos cuenta de que la tecnología de la que estábamos convencidos nos liberaría de las cadenas del tiempo está, por el contrario, haciéndonos perder ese preciado tiempo y esclavizándonos a su dictadura.
El culto al rendimiento, la dependencia de las herramientas digitales, el frenesí de las actividades… terminan reduciendo nuestras vidas a un deprimente metro, al trabajo, a dormir… A veces ni siquiera los niños se libran de estos horarios apretados, con sus agendas programadas por “padres helicóptero” que parecen más coaches que padres, que constantemente programan sucesivas actividades deportivas, artísticas o culturales destinadas, según ellos, al desarrollo y al éxito de su progenie.
Este ritmo vertiginoso acaba consumiéndonos desde dentro y nos causa malestar, un sentimiento de desposesión de la propia existencia y genera un estrés que puede ser tóxico si no le ponemos freno. ¿Es esta realmente la vida que soñamos para nosotros y nuestros hijos?
Desacelerar, disfrutar, encontrarse
En sentido contrario a este ritmo frenético, se desarrollan desde hace varios años los movimientos slow.
Iniciados en 1986 con la slow food (“comida buena, apropiada y justa”), en oposición al fast food y a la invasión de la comida basura, el fenómeno ha crecido ampliamente desde entonces y ahora está disponible en muchas áreas.
Ya se habla de turismo slow, cosméticos slow, educación slow, slowparenting, trabajo slow, administración slow o incluso compras slow, ¡y la lista sigue!
La slow life tiene incluso su día internacional (21 de junio) y sus ciudades, las cittaslow o “ciudades de buen vivir”.
Todos estos movimientos tienen en común el frenar el ritmo por el bien de la calidad de vida, para poder saborear el presente, estar atentos a uno mismo y a los demás, simplemente para tomarse el tiempo de vivir
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