En los años 20, las teorías de la raza superior y de la selección artificial eran generalmente aceptadas
“Hay personas que han nacido para ser una carga para los demás”. “Tres generaciones de imbéciles son suficientes”. “Es necesario frenar la proliferación de individuos defectuosos y degenerados”. No, no es Berlín en 1940: es Manhattan en 1920.
No era la obra de unos fanáticos aislados: en los años 20, las teorías e incluso las políticas eugenésicas eran científica y socialmente aceptadas en muchas de las sociedades occidentales: Estados Unidos, Noruega, Suecia, Canadá, Australia, Francia, Estonia, Dinamarca, Reino Unido, Austria, incluso México tuvieron sus programas públicos de eugenesia.
Sólo cuando el mundo contempló horrorizado las tragedias de los campos de concentración alemanes, así como las brutales investigaciones del doctor Mengele, fue cuando el mundo científico enterró (aparentemente de forma definitiva) estas teorías, si bien sus aplicaciones en las políticas nacionales tardarían aún más en desaparecer.
La herencia (envenenada) de Darwin
No fue Darwin en persona quien llegó a la formulación de las teorías de apoyo a la eugenesia racial, pero sí sus discípulos y allegados. Fue Francis Galton, primo carnal de Darwin, quien, deslumbrado por las teorías de su pariente, inventó en 1883 el término “eugenesia”.
Se entendía por ella la selección artificial para mejorar la raza humana, y se proponía como progresista y basada en fundamentos científicos. Por supuesto, la raza superior era la anglosajona, y la pureza de la raza se medía en función del éxito social y económico de los individuos.
Galton fue colmado de honores y crédito científico, y las cátedras de eugenesia se multiplicaron en Occidente en poco más de 10 años. Estados Unidos fue uno de los países pioneros en investigaciones eugenésicas, con importantes apoyos económicos (la Fundación Rockefeller y el Instituto Carnegie, entre otros).
Pero no sólo: los defensores de la eugenesia se convirtieron también en activistas políticos decididos a poner en marcha toda una obra de ingeniería social. Nombres como el biólogo de Harvard Charles B. Davenport, el eugenista y doctor por Princeton Harry H. Laughlin, el psicólogo Henry H. Goddard y el conservacionista Madison Grant se convirtieron en voces influyentes en la política americana, abogando por leyes de esterilización forzosa, inmigración restringida a las razas “nórdicas”, etc.
El “racismo científico” no era nuevo: desde Grecia, pasando por la Ilustración, muchos pensadores habían propugnado la superioridad de unas razas sobre otras (justificando el imperialismo, por ejemplo). Hablamos de personajes como Voltaire, Hegel o Schopenhauer.
Pero la novedad del siglo XX era la supuesta base científica que recibía esta aparente superioridad, así como la determinación, en nombre del progreso de la Humanidad, de hacer todo lo posible para la “mejora” de la raza mediante la eliminación de variantes “indeseables”.
La exposición Haunted Files: The Eugenics Record Office, recreaba entre 2014 y 2015 la conocida Oficina de Registro de Eugenesia que operaba en los barrios más pobres de Nueva York: fundada por Davenport con dinero de los millonarios Harriman y el Instituto Carnegie, puso las bases “científicas” que permitirían a las autoridades norteamericanas esterilizar forzosamente a unas 60.000 personas durante 65 años (sólo en California, más de 20.000).
En 1896, el estado de Connecticut fue el primero de más de veinte en aprobar una ley que prohibía casarse a cualquiera que fuese “epiléptico, imbécil o débil mental”. Algunos historiadores consideran que los principios del eugenismo están detrás de las restricciones a la inmigración “no nórdica” en la década de los 20. Otra de sus defensoras fue Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood.
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