Los abuelos no son un problema. Ellos, si les regalas un celular, se les olvida en la guantera del coche, en espera de una emergencia que, a su parecer, difícilmente sucederá.
El ejemplar sobre el que la ciencia concentra hoy sus interrogantes, es el femenino, la “tecno-abuela”, llamada también “anciana que ha descubierto la computadora y el celular”.
No es una nativa digital, pero es la única que utiliza con tenaz obstinación la función “Ayuda” de la computadora.
Como los niños cuando aprenden a pintar, describe minuciosamente, en voz alta, todos los pasos que hace para acceder a una aplicación (“Ahora voy a Start“, “Ahora clico dos veces para abrir la página”).
La tecno-abuela se crea un perfil en Facebook, obtiene la amistad de los nietos adolescentes, y luego comenta sus fotos en el mar, recordando cuán lindos eran cuando los llevaba durante un mes a alguna ciudad especial durante la primaria. Minando su credibilidad social.
La tecno-abuela está convencida que el navegador satelital trabaja bajo pago de las gasolineras para alargar los itinerarios de los viajeros inconscientes. Por lo tanto lo insulta, y le pide las razones de cada vuelta.
La tecno-abuela, naturalmente, no sabe inglés, por eso vive con impotente frustración la aparición en la pantalla de cada aviso o propuesta comercial escrita en el engañoso idioma del pérfido Albión.
La tecno-abuela posee celulares con tecnología muy avanzada, y se contenta con usar la función “llama”. Cuando, gracias a un pariente complaciente, logra instalar el Whatsapp, lo usa para adherirse a grupos parroquiales donde circulan imágenes de amaneceres sobre el mar con las palabras “Buen día”.
Querida tecno-abuela, sabemos que tu conmovedora obstinación no es otra cosa que el temor a perder el contacto con quien te quiere. Si necesitas hablar, nos contentamos con una invitación a cenar para probar una vez más tu parmigiana de berenjenas. Tienes la ventana abierta, puedes mandarla incluso con la paloma mensajera.