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Señores, las vacunas no causan autismo

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Pan American Health Organization PAHO CC

Mònica Costa - publicado el 15/06/17

El estudio que supuestamente probaba esto está considerado uno de los mayores fraudes científicos de la historia

Las vacunas han vuelto a convertirse en tema de actualidad en España, debido a unas declaraciones del presentador del programa Hora Punta de TVE, Javier Cárdenas, sugiriendo que hay un aumento de casos de autismo producidos por las vacunas y los supuestos metales pesados que contienen.

¿Cómo puede ser que uno de los mayores avances de la medicina, que ha salvado millones de vidas, y en su mayoría niños, sea rechazado por tantos padres, y que de forma periódica vuelva a convertirse en noticias?

Todo empezó en 1998, cuando el médico británico Andrew Wakefield publicó en la revista científica The Lancet los resultados de un estudio realizado en 12 niños autistas en el que se afirmaba que había conexión entre el autismo y la vacuna triple vírica (sarampión, rubeola y paperas).

El resto de médicos y científicos no dieron demasiado crédito al estudio, puesto estaba basado en muy pocos casos, pero en Gran Bretaña tuvo una gran repercusión social y el índice de vacunación bajó de forma considerable. A partir de ahí les apoyaron periodistas mediáticos y artistas americanos, y los seguidores de los movimientos antivacunas empezaron a pedir indemnizaciones. La realidad fue que el sarampión, la rubeola y las paperas, que eran enfermedades ya controladas, empezaron a dispararse.

El periodista Brian Deer desveló en The British Medical Journal que Wakefield había planificado de forma premeditada y por intereses económicos toda la operación antivacunas y que incluso había rechazado financiación para repetir las pruebas en 150 pacientes con el fin de confirmar o no sus teorías. En la actualidad, el estudio está considerado uno de los mayores fraudes científicos de la historia. Es decir, las vacunas no causan autismo, pero el mal ya estaba hecho.

En cuanto al tema de los metales pesado, sí, es cierto que algunas vacunas contienen muy pequeñas cantidades de aluminio como adyuvante, es decir que ayudan a aumentar la respuesta inmune y disminuir la dosis de virus o bacteria, pero la cantidad que contienen es muy inferior a las cantidades de aluminio que de forma natural contienen alimentos que consumimos habitualmente. Diariamente respiramos o comemos de unos 30 a unos 50 mg de aluminio, lo que representa unas 20 veces más que el que el máximo que puede contener una vacuna.

Desde el 2001, las vacunas ya no contienen etil-mercurio, con la excepción de la vacuna de la influenza, que contiene una tercera parte del que tiene una lata de atún en conserva. El formaldehido sí se encuentra en las vacunas, pero en una sola manzana podemos encontrar más cantidades que en las vacunas de la Hepatitis B, la DPT y la polio juntas.

Sin embargo, no vacunar puede tener verdaderas consecuencias graves en nuestros hijos y poner en riesgo a aquellos que no pueden ser vacunados por otras causas o que tienen debilitados su sistema inmunológico como los diabéticos, las personas infectadas con VIH o que han recibido un trasplante de médula ósea.

La realidad es que las vacunas salvan cada año entre 2 ó 3 millones de vidas al año, según la OMS. Han acabado o controlado enfermedades que causaban la muerte como la viruela, la difteria, el tétanos, la tos ferina o el sarampión o tenían consecuencias graves para las personas como la poliomielitis o las paperas.

Las personas que deciden no vacunar a sus hijos se respaldan en el llamado “efecto rebaño”, es decir, como la mayor parte de la población está vacunada hay pocas probabilidades de que su hijo contraiga la enfermedad. Una postura realmente egoísta y, además, poco racional, como se demostró en 2015, cuando un niño de 6 años no vacunado de Olot (Girona) contrajo la difteria y, desgraciadamente, murió. En 1941, la difteria afectaba a 1 de cada 100 habitantes en España y en 1987, gracias a las campañas de vacunación, se había detectado el último caso, hasta entonces.

También en 2015 murieron 3 bebés por tosferina en España, ninguno de ellos estaba vacunado. En 2011, en Utah, 9 casos de sarampión obligaron a gastar casi 300.000 dólares para contener su expansión, identificando a las más de 12.000 personas que podrían haber estado en contacto con el virus, acondicionar dos hospitales para poner en cuarentena a casi 200 personas, realizar análisis y reforzar vacunaciones. En el año 2000, justo antes del repunte del movimiento antivacunas, el sarampión se había considerado erradicado de Estados Unidos.

La realidad es que mientras cientos de países en vías de desarrollo luchan para conseguir tener acceso a las vacunas para evitar la muerte de miles de niños, en los países ricos dudamos de aquello que, seguramente, ha sido el mayor descubrimiento de salud pública de nuestra sociedad.

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