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¿Volveré a abrazar a mi ser querido después de la muerte?

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Alfa y Omega - publicado el 03/04/17

"La corporeidad de nuestra resurrección trasciende lo que el ojo jamás vio"

Álvaro continúa herido por la ausencia de su esposa, que murió hace dos años después de una breve y dura enfermedad. Tras su muerte tomó conciencia de la plenitud de vida que recibía de ella en su relación personal, en la atención a los hijos y en la multiplicación de las relaciones de amistad. Me plantea estas inquietudes: “Sueño con frecuencia con ella, ¿volveré a encontrarla tras la muerte?, ¿la reconoceré y podré abrazarla?”.

Intento iluminar su inquietud: Dios no contempla de lejos la muerte. En Jesús, la ha experimentado en su carne. La muerte de Cristo no supone una aniquilación: es un morir para sumergirse en Dios, que se ha hecho carne humana para que el hombre pueda hacerse inmortal.

Los discípulos de Jesús sufren una dura prueba y se sienten inmersos en un torbellino que les lleva desde la muerte cruel del Maestro hasta las apariciones del Resucitado. Les cuesta reconocerlo, quieren tocar sus llagas transfiguradas, se abrazan a sus pies, pero no pueden retenerlo porque ya pertenece a la plenitud de Dios Padre.

En el momento de la Ascensión, Jesús se separó de ellos dejando abierto el camino hacia el hogar definitivo donde nuestro cuerpo será transformado por la misma gloria del Cristo resucitado.

Los primeros cristianos también tienen dificultad para hacerse una idea de la resurrección que les espera. Se preguntan: “¿Cómo resucitarán los muertos, con qué cuerpo volverán a la vida?”. Pablo les da una respuesta: “Lo que tú siembras no germina si antes no muere. Así sucederá con la resurrección de los muertos. La corporeidad de nuestra resurrección trasciende lo que el ojo jamás vio, el oído nunca oyó, lo que la mente humana no se atrevió a pensar”.

Morir es una bendición, es el beso de Dios que despierta a una existencia nueva. La resurrección no es volver a la vida o la reanimación de un cadáver, sino vivir la vida misma de Dios, que no es Dios de muertos sino de vivos.

Necesitamos aprender a pensar en los muertos como personas vivientes. La fe en la resurrección ha iluminado muchos instantes últimos y suavizado innumerables despedidas.

Por Jesús García Herrero, capellán del tanatorio M-30. Madrid
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega

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