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Joven indiferente ante pareja discutiendo

© Aleteia France

Bénédicte de Dinechin - publicado el 14/11/16

Es más divertido llevar una pamela en sus bodas que ponerse el casco azul en sus conflictos

Durante la guerra de Biafra en 1967 nació el derecho a la injerencia humanitaria, en este caso para acudir en ayuda de millones de víctimas de una hambruna sin precedentes. Todavía recordamos a Bernard Kouchner y sus sacos de arroz, y al nacimiento de la fundación Médicos sin fronteras.

En 2017, Europa está viviendo también una catástrofe humanitaria sin precedentes, dentro de una indiferencia generalizada, como el hambre en África. Y en medio de todo, la catástrofe concreta de la separación de los vínculos familiares: niños que jamás volverán a ver a sus padres.

Hay otro drama que hace menos ruido y, sin embargo, está mucho más cerca de todos nosotros: el drama de las familias que sufren, de esas parejas infelices que terminan rompiendo o ignorándose mutuamente. Esos hombres que duermen todas las noches en el sofá sin atreverse a contárselo a nadie, o sin nadie dispuesto a escuchar, y se resignan, ¿quizás el vecino de al lado? Esa pareja de la que quizás fuiste testigo en su matrimonio hace unos años y a los que ya no ves, pero que sabes que hay algo que no… Pero eso ya no te concierne, y además ellos tampoco te han pedido nada.

Así que sigues con tu vida y luego un día te enteras de que esta antigua pareja de amigos se ha divorciado. Como mucho, te da lástima, y luego piensas que menudo fastidio, ¿a quién invitaréis ahora a las cenas: a ella o a él?

Eres una persona generosa, que ayuda a sus vecinos enfermos o aconseja a un amigo sobre cómo rehacer su currículum. Pero una pareja que va mal, eso es algo más incómodo, y además quizás te devuelva a tus propios interrogantes con tu pareja. De todas, formas, ¿cómo ibas a ayudarles? Ni que fueras psicólogo.

Atrévete a decir la verdad a tus amigos

Y sin embargo puedes ayudar mucho a estas parejas que conocés bien, que sufren, pero que responden con buen gesto, “va todo bien, gracias”, cuando en el mercado un domingo por la mañana les preguntas por enésima vez que qué tal les va.

Pero ¿ayudarles cómo, concretamente? Hablando de ti, por ejemplo, de tu propia relación, de vosotros en realidad. Salir a cenar por ahí no es algo que aparezca en televisión, pero la buena imagen que cada uno se cree obligado a dar, ¿no es todavía más desalentadora para aquellos cuya vida no fluye tranquila como el apacible discurrir de un río?

¿Te atreverías a pasar una hora con este amigo o esta amiga para decirle que te sientes impotente para ayudarle, pero que le ofreces tu tiempo y tu empatía?

¿Irías a ver a esta pareja de vuestro grupo de amigos para aconsejarles que buscar la ayuda de un profesional no es una prueba de debilidad, sino de valentía? ¿Tendrías el valor de hablar cara a cara con ese colega cuya conducta ofende a todos, pero que nadie se lo dice?

Este otoño en Francia murió un anciano, solo, en el hospital, unas semanas después de que por fin se atreviera a denunciar a su mujer por maltratos. Todavía no lo habían enterrado y los chismorreos corrían desenfrenados por el pueblo: que si la señora no era de trato fácil, que si los vecinos habían escuchado gritos. Incluso alguien llegó a decir en el mercado: “Según parece, le pegaba a su marido”.

La injerencia equilibrada

A veces es más fácil donar dinero contra el hambre que atreverse a hacer una injerencia, una intervención, en una pareja de amigos. Es más divertido llevar una pamela en sus bodas que ponerse el casco azul en sus conflictos. Y sin embargo, ¿nos solidarizamos con esas parejas que no pueden más, con esos amigos que son infelices juntos? ¿Les deseamos su bien o somos espectadores?

Es cierto, cuanto más cerca estés más delicado es ayudar, porque no eres objetivo y el sufrimiento también te afecta. ¡Pues entonces delega!

Había una pareja que nunca podrá agradecer lo suficiente a sus hijos que, desbordados por las disputas continuas, les enviaron manu militari a consultar a un terapeuta. Podrían haber quedado heridos o humillados, pero en vez de eso quedaron conmovidos y ofrecieron una prueba de su amor.

Por supuesto, la injerencia tiene riesgos, y es posible que incluso la reconciliación de tus amigos sea a tu propia costa, con tu sacrificio. Otro riesgo sería el de escuchar confidencias íntimas, incluso el de llegar a suscitar involuntariamente una transferencia afectiva.

Hay que saber guardar las distancias y ayudar, pero conociendo los límites. Nada de jugar a ser el eterno salvador, disponible las 24 horas: existe el peligro de instaurar una relación distorsionada, incluso de caer en el triángulo de Karpman y convertirte en perseguidor.

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