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Por qué tener amigos que nos incomodan

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Westend61 | Getty Images

Aleteia For Her - Michael Rennier - publicado el 13/11/16

Irse a un ghetto de amigos que piensan como nosotros es la opción más sencilla, pero también la más sectaria

¿Te has dado cuenta? Las personas están más divididas que nunca.

Aquí en Estados Unidos existen estados democráticos y estados republicanos. Se dividen en función de quien va a la iglesia y quien no, en función de quien se define “a favor de esto” o “en contra de aquello”. Hay quien toma café como Dios manda y los que se equivocan en todo y añaden nata. Pero estoy divagando.

Y desde que los foros en Internet han vuelto fácil encontrar personas que piensan como nosotros, podemos dividirnos todavía más, sobre la base de intereses comunes y pasatiempos compartidos. Es fantástico encontrar este oasis en el desierto, grupos en los que se es uno mismo y se construyen amistades partiendo de aquello que se tiene en común. Lo se. El mundo es un lugar estresante y es agradable poder divertirse con personas similares a nosotros.

Discutir continuamente sobre cuestiones políticas o religiosas corre el riesgo de quemar la tierra a nuestro alrededor, no es ciertamente un buen modo de crear amistades. Necesitamos, hasta un cierto punto, relacionarnos con personas que piensan como nosotros y en quienes podemos escondernos de este mundo tan frenético.

Cuando estoy cansado de las noticias políticas porque parece que el mundo esté yendo directamente hacia el infierno, tiendo a encerrarme en mi zona de confort y ponerme a la defensiva. Cuando hago esto me siento como un hobbit: como contento en una bella casa de la Comarca, mientras la Tierra Media se quema alrededor. De hecho, cortar los puentes ofrece comodidad y seguridad… pero ¿puedo realmente decir que me vuelve una persona mejor? ¿Tú que piensas?

Mantener sólo aquellas amistades que forman parte de mi zona de confort nos impide crecer

Considera por ejemplo el hecho que Facebook tiene un algoritmo que nos cataloga en base a nuestras ideas políticas. Todos los posts y las historias que no están en consonancia con esas preferencias políticas tienen menos posibilidades de aparecer en las propias noticias. En resumen, Facebook nos considera avestruces que necesitan esconder la cabeza bajo la arena para no ver lo que hacen “las personas malas”… no sea que entremos en contacto con un poco de verdad. Sí, de esta forma las redes sociales son más relajantes, no estamos aislados. Y este aislamiento es una arma de doble filo: nosotros no escuchamos a los demás, y los demás no nos escuchan a nosotros.

Cuando no veo la hora de decir algo que pienso sobre un argumento importante, en realidad estoy sólo “predicando a quien ya se ha convertido”. Quien tiene otra opinión no verá lo que he escrito, y no habrá posibilidad de interactuar. Esta división artificial empobrece mi vida, porque pierdo la oportunidad de ver lo que otras personas tienen que ofrecer. Pierdo la oportunidad de poner en discusión mis convicciones. A la larga, este tendrá un impacto sobre mi capacidad de mostrar empatía: los puntos de vista distintos al mío terminarán con la pertenencia a un grupo abstracto de “otras personas” (que tenderé a rechazar), en lugar de pertenecer a un amigo que conozco y respeto. Mantener sólo esas amistades que forman parte de nuestra zona de confort nos impide crecer.

Ciertamente, no debemos sentirnos obligados a confrontarnos con quien sea; pero ¿dónde está el límite? ¿Cuán incómodos deberíamos sentirnos, antes de cortar la amistad de una persona que tiene otras convicciones? Y ¿qué decir del vecino de la puerta de al lado, con quien quizá no tengo nada en común, que tiene otra religión, que pertenece a otra clase social y que quizá no tiene mis mismos valores? ¿Debería ignorarlo simplemente por el hecho de venir de un mundo distinto?

Cada persona merece respeto: cada vez que somos capaces de respetarnos mutuamente, es posible mantener la amistad

Evitar esos encuentros potencialmente vergonzosos es seguramente el camino más simple, pero nadie merece ser ignorado. Aunque no sepa lo que tengo en común con mi vecino, con un viejo amigo que no veo desde hace años, o con el pariente taciturno que encuentro en las reuniones familiares, debería intentar mirar más profundamente. Nuestros puntos en común podrían tener que ver con la manera en que miramos la vida, una experiencia, o incluso un aspecto de la nuestra personalidad. Sin más, todos compartimos una cosa: cada persona merece respeto. Como consecuencia cada vez que somos capaces de respetarnos mutuamente, es posible mantener la amistad.

Cuanto te cruzas en la oficina con ese colega que no conoces bien, en lugar de pretender que ves tu celular o sigues adelante. Intercambia tres palabras, aunque sea sólo para hacer conversación. Quizá, nazca algo más sólido. Invita a cenar a tus vecinos, crea la ocasión para conocerlos mejor. Quizá no se volverán amigos íntimos, pero nunca se sabe qué sorprendente conexión humana podrías hacer. Y no te preocupes si a veces te pesa: vale la pena.

Las interacciones humanas pueden ser caóticas, y yo busco encontrar el lado positivo en mis intentos por hacer amistad con quien es distinto a mí. Obviamente quiero protegerme a mí mismo y a mi familia de los “malos”, pero tengo que prestar atención a este enfoque. Después de todo, podría incluso tener una buena influencia sobre los demás, dar un consejo a quien lo necesita o ayudar al prójimo de alguna forma. O, para mantener un enfoque humilde, podría aprender algo que antes no conocía, mirar el mundo desde otra perspectiva, conocer más. Y, sobretodo, podría aprovechar la oportunidad para recordar que no importa el papel que ocupamos en este absurdo caleidoscopio que llamamos humanidad: en esta vida estamos todos en la misma barca.

Cada semana, Michael Rennier comparte una reflexión sobre las lecturas dominicales y escoge una temática que podemos hacer en nuestra vida cotidiana. La reflexión de hoy está basada en la lectura de Lucas 19, 1-10

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