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Cómo aprendí que los blancos son también personas de color

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David Salafia CC

Russell E. Saltzman - publicado el 10/10/16

La mejor conversación que los blancos pueden tener con los negros se empieza con "No lo entiendo pero lo intento"

Más adelante llegaremos al título. Por ahora, empecemos por aquí:

“La población blanca supone aproximadamente un 62% de la población de Estados Unidos, pero sólo un 49% de los muertos por agentes de policía. Sin embargo, los afroamericanos suponen un 24% de los muertos por disparos de la policía, aun siendo sólo un 13 por ciento de la población estadounidense. Según señalaba The Post en un análisis nuevo publicado recientemente, este hecho significa que los estadounidenses negros son 2,5 veces más propensos que los estadounidenses blancos a que agentes de policía les disparen o maten”.

A pesar de que la policía dispara y mata a más blancos (armados o no) que negros, un afroamericano es dos veces y media más propenso que un blanco a recibir un disparo de la policía. No es narrativa, es un hecho.

Hay muchos giros estadísticos que pueden hacer malabares con esta cifra: prejuicios raciales de la policía (si es que de verdad los hay), criminalidad entre la población negra (según me han contado), y otros temas en el mismo saco que se usan para explicar, mitigar o echar por tierra la cifra en cuestión.

De todas formas, esta cifra, tan cruda como es, habla por sí misma.

Un conocido negro con dos hijos que ahora rondan los veinte años le explicó a sus hijos cómo manejar la situación en caso de que les parara la policía en la carretera: “Haced cualquier dichosa cosa que digan los polis y hacedlo al instante. Si os dicen que deis saltitos mientras os acariciáis la barriga y os dais palmaditas en la cabeza, lo hacéis y decís ‘Gracias, señor’ cuando todo haya terminado”.

El padre no piensa que le hayan parado nunca de forma injusta —lo único que le han caído han sido un par de multas de tráfico—, pero está preparando a sus hijos.

Tengo amigos negros, nietos negros, una hija “adoptiva” negra que acudió a nosotros cuando ya no podía vivir más en su hogar. En nuestra casa estamos concienciados de que ser negro en Estados Unidos es diferente de ser blanco o asiático o incluso hispano, independientemente de la clase económica.

Mi hija y mi “adoptiva” solían jugar a “burlarse del dependiente” en las tiendas de ropa para ver cuántos dependientes podían conseguir que empezaran a seguir a la chica negra, y luego ver sus reacciones cuando la chica blanca aparecía para rescatarla.

No creo que su jueguecito hubiera funcionado si invirtiéramos los papeles. Existe riesgo si eres negro en Estados Unidos, siempre ha existido y, probablemente, siempre existirá. Un reconocimiento sincero como este es una buena predisposición para los blancos para empezar una conversación real en torno a la raza.

Conversar es todo lo que tenemos, ya que no veo ninguna solución disponible. Pero estoy convencido de que la mejor conversación que los blancos pueden tener con los negros empieza con un “No lo entiendo, pero lo estoy intentando”.

Es tan tópico como cierto: la esclavitud fue el pecado original de EE.UU. Al margen de que todas las demás culturas hayan practicado la esclavitud —un error histórico triste en la humanidad, pero un hecho—, la esclavitud estadounidense se basó completamente en la raza. Se consideraba que los africanos eran apropiados para ser esclavizados por el mero hecho de ser negros.

Si es que de verdad entiendo -aunque sea un poco- lo difícil que les resulta a los blancos entender ciertas cosas, se lo debo todo a una cocinera en la residencia de ancianos donde trabajaba como voluntario en mi época de estudiante de instituto.

Disfrutaba hablando con ella y hablábamos de cualquier cosa, incluso de religión (yo trabajaba allí para un premio religioso de Boy Scout). Pero en cierta ocasión me referí a ella como “de color”. Me sorprendió cuando me pidió que le repitiera lo que le había dicho. “Eres una persona de color”.

Esto fue en 1962 y era una expresión común por entonces. Ella extendió su mano hacia mí y preguntó: “¿Qué color es este?”. Marrón, sugerí. No sabía adónde quería llegar. “Ahora extiende tu mano y dime qué color ves”. Blanco, desde luego. “¿Y me estás diciendo que el blanco no es un color?”.

Si difícil resulta a los adultos entender el racismo, cuánto más al entender de un niño:

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