María, adolescente soñadora, quería encontrar su primer y único grande amor en la vida. Un día llegó el anhelado ‘príncipe azul’ que le prometía su Reino. La historia al estilo Disney, se cumplía con la fuga del propio hogar, lleno de desamor, en el seno de una familia con dificultades, pero aparentemente normal, en México.
Después de la promesa de amor, el príncipe, que en realidad era un traficante de mujeres para destinar a la prostitución en el barrio histórico de La Merced (zona central de la Ciudad de México), cambió su amor incondicional por María por la coerción, entre la violencia emocional y física.
Una rosa de 17 años botada en el fango. Un andén como vitrina para vender la dulce mercancía al mejor postor. “Puta, si no me traes la cuota vamos a ir por tu hermana menor”, le decía el príncipe a María, que pensaba con terror en las consecuencias para sus cuatro hermanos e incluso para su madre alcoholizada.
Otra puñalada al corazón de su ‘amada mercancía’ eran los castigos prometidos: “¡O cumples con la ‘lana’ (el dinero), o pues te tocan los 23!”, le decía. Se trataba de otro castigo, que consistía en la violación en grupo a cargo de los hombres de seguridad al servicio del proxeneta, con ínfulas de seductor a la Don Juan, con redes en el D.F. y en Tijuana.
Una estrategia de enganche garantizado y maquiavélico para atrapar en las redes del tráfico humano a decenas de niñas y adolecentes: presas fáciles por su carencia de afecto. La historia se repetía en todos los casos; padres y madres ausentes, tanta falta de ternura y atenciones familiares. “¿Mi hija, prostituta? No, para eso me rompo la espalda, para darle lo mejor”, pensaban la mayoría.
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