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Cuando riño a mi hijo pierdo el control, ¿qué puedo hacer?

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Shutterstock / smikeymikey1

Orfa Astorga - publicado el 03/11/15

Quien actúa así frecuentemente fue una persona maltratada en la infancia: la buena noticia es que hay terapia y que funciona

Martin y su esposa Clara, hacían compras en el supermercado acompañados por su pequeño hijo de tan solo tres años. El pequeño quiso tomar algo de un estante que le llamo la atención al tiempo que gimoteaba; Martin le aparto la mano, lo que provoco en el niño un gesto de enojo insistiendo en tomarlo, por lo que Martín le propino un leve golpe en la mano.

El niño reacciono tirándose al suelo a gritar y patalear; por lo que levantándole, empezó a gritarle ¡cállate! al tiempo que lo sacudía de sus pequeños hombros cada vez más fuerte. Luego, cuando parecía serenarse, comenzó a palmearle la espalda, sin que el niño dejara de llorar. De pronto, las palmadas se convirtieron en violentos golpes en cuerpo y rostro sin poder contenerse hasta que intervinieron los guardias.

Este perturbador episodio de reacción violencia del padre, era uno más en la historia familiar.

Causas como el estrés laboral, frustraciones o preocupaciones económicas, no provocaban en él la tristeza, preocupación o disgusto común que puede darse en cualquier persona, sino una ira que alcanzaba intensidades perturbadoras que se volcaban en la familia al menor conflicto, y que se convertía, al ceder, en fuente de angustiosa depresión, con daños que empezaban a dejar huella profunda.

Martin, aunque de noble corazón, por momentos no se prestaba a razonamientos, pues perdía la capacidad de encontrar atenuantes en aquello que lo alteraba, era incapaz de sentir empatía. Algunas veces, en tan solo algunos instantes estallaba en cólera, en otras ocasiones, elaboraba un cumulo de razonadas sinrazones hasta sentir la irresistible urgencia del “desahogo” en el desquite. En él, la ira engendraba ira, era consciente de ello y sufría.

Muy capaz profesionalmente, en su vida laboral se desempeñaba con una imagen de hombre prudente y buen talante, sin embargo, en otros ámbitos sociales mostraba retraimiento e inseguridad. La suya era una inseguridad que partía de una inteligencia emocional deficiente, que se manifestaba negativamente en el ámbito familiar.

Su historia:

En su niñez fue repetidamente maltratado según el humor de sus padres, con muchas palizas y abusos físicos. Sus naturales reacciones infantiles, de ordinario habían recibido primero algunos gestos de “autoritario consuelo”, que al no obtener inmediata respuesta, progresaban con rapidez desde las miradas desagradables a los gritos, golpes y palizas.

Los suyos fueron unos padres que mostrándose desdeñosos, jamás respetaron sus sentimientos. Distantes, no le manifestaron afectos, ni un abrazo, ni la menor caricia. Típicamente desaprobadores, lo criticaban con la misma dureza con que lo castigaban, rechazando cualquier manifestación de emocionalidad del niño, incluyendo la alegría propia de la edad. En caso de algún enojo o señal de irritabilidad, era fuertemente reprimido, eran de esos padres que gritan con enojo al niño que intenta dar su versión de los hechos: “¡No me contestes!”

Finalmente ha recibido ayuda profesional, y a través de esta, ha identificado lo que ha de superar.

Martin gradualmente ha mejorado en sus reacciones, incluso ha empezado a convertirlas en materia de confesión, lo que también le ha ayudado mucho.

La terapia, le ha servido para enfocarse a trabajar en cinco aspectos fundamentales:

Conocer las propias emociones: tomar conciencia de sí mismo reconociendo y admitiendo la autenticidad de sus sentimientos mientras ocurren. Con una penetración psicológica y comprensión de sí mismo que le permitan autocontrol.

Manejar las emociones: no reprimirlas para quedar en un estado neutro, que en si no es bueno, sino lograr que guarden proporción con los sucesos y cumplan una función positiva.

La propia motivación: tener actividades gratificantes, creativas, que requieran una plena aplicación de sus capacidades naturales en las que desarrolle una capacidad de automotivación, y puedan distraerlo.

Reconocer las emociones de los demás: ser capaz de ponerse en el lugar de los demás, entender lo que sienten, quieren o necesitan. Esto podrá ayudarlo a comprender mejor las decisiones y reacciones ajenas.

Manejar las relaciones: ser más competente socialmente, desempeñándose con serenidad en la interacción con el demás, fortalecido por la seguridad y autoestima, al sentirse más dueño de sí mismo.

La autorregulación emocional consiste también, en reconocer cuándo una agitación crónica del cerebro emocional, puede ser demasiado fuerte para ser superada sin ayuda farmacológica, lo cual actualmente, de manera cada vez más eficaz, se puede lograr con medicamentos prescritos por el especialista.

Por Orfa Astorga de Lira

Orientadora Familiar

Máster en matrimonio y familia

Universidad de Navarra

Tags:
violencia
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