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¿El pequeño no come? ¡Nada de pánico!

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© Oksana Kuzmina / Shutterstock

Chiara Santomiero - publicado el 07/10/15

Los comportamientos alimenticios de los niños se ven influidos por las dinámicas familiares. Los consejos de los especialistas

Que levante la mano el padre o madre que no ha tenido que afrontar el obstinado rechazo de un hijo a algún alimento: los primeros, la fruta y la verdura. La selectividad alimentaria es un trastorno que afecta al 30% de los niños, sobre todo entre los 2 y los 4 años.

La mitad de estos niños tiende a proseguir estos comportamientos más allá de esta edad, con el riesgo de volverse crónicos y de derivar en trastornos más graves, como la anorexia. En estos comportamientos influyen las costumbres familiares y la forma como los padres afrontan el problema, como confirma a Aleteia Giuseppe Morino, responsable de educación alimenticia del Hospital Pediátrico Bambino Gesù de Roma.

– ¿De qué trastornos hablamos?

La alimentación es fundamental en el proceso de crecimiento del niño, que hay que entender no sólo en sentido físico sino también psicológico. Hay algunos momentos críticos en la relación con la comida que son normales, pero que si no se afrontan correctamente, pueden llevar a patologías.

Uno de estos periodos es el de los primeros años de vida, y el otro es la adolescencia, que representa un capítulo en sí mismo, pues afecta a la identidad de los chicos y a su relación con su propio cuerpo.

– ¿Por qué los más pequeños pueden tener problemas de alimentación?

Sucede en el momento del paso de la leche materna a la papilla, el destete, que tiene lugar a los 5-6 meses, o, aún más, en el periodo de 1 a 3 años, cuando el niño se acerca a la mesa de los padres. En esta fase el niño puede tener miedo a probar alimentos nuevos – la llamada neofobia -, quizás porque los asocia a una experiencia negativa anterior.

Entre los 2 y los 4 años, además, está la fase del “no”: los niños rechazan lavarse, vestirse, salir y el rechazo puede afectar también a alimentos a los que ya se habían acostumbrado.

Se trata de momentos que hay que saber gestionar. El riesgo es que se establezcan selectividades alimentarias importantes, por las que los niños querrán sólo de ciertos alimentos, de un cierto color o de una cierta consistencia, estableciendo también rituales concretos.

Con el paso del tiempo esto comporta en general sobrepeso, porque el niño tiende a alimentarse de hidratos de carbono – pan, pasta –, o bien la madre tiende a alimentarlo con lo que le gusta sin variar los alimentos, con la posibilidad de producir este efecto.

– ¿Cómo actúan en general los padres?

El rechazo del alimento genera una gran ansiedad en los padres y crea tensiones también dentro de la pareja. La visión del padre es a menudo distinta de la de la madre, que es normalmente más empática con el niño y vive con más drama esta relación con la comida.

La diferencia de sensibilidades hacia el problema puede llevar a reacciones opuestas, a dificultades en la pareja e incluso a la ruptura entre los padres. La situación se complica con la presencia de los abuelos, que en calidad de “padres de segunda instancia”, pueden tener más dificultades para gestionar el rechazo del alimento y por tanto a ser más condescendientes.

– ¿Cuál es la mejor respuesta?

No hay que forzar, pero tampoco asumir la actitud de “antes o después comerá”. Hay que proponer el alimento de forma estimulante para la curiosidad del niño, haciéndolo agradable al tacto, a la vista, al olfato, para que el niño goce de una experiencia multisensorial que le ponga en relación positiva con el alimento.

Hay que utilizar la mayor creatividad posible: a veces sugiero a los padres hacer muñecos de fruta y verdura. Es importante que el alimento se ofrezca en una comida con toda la familia. Para familiarizar al niño con el alimento es útil también hacer la compra con él.

– ¿Otros consejos?

El alimento debe ser ofrecido sin forzar, pero sin alternativas. El niño debe saber que tiene delante lo que se come hoy. No hay biberones de leche después u otros alimentos.

Tampoco hay que encender la TV o llevar al pequeño a comer al sofá para convencerle. De lo contrario, el hecho de comer ya no es la respuesta a una necesidad, sino un momento que aprovechar para conseguir algo. Y los niños son muy hábiles para hacerlo.

– Vida dura para los padres…

Ser padres es algo que se aprende cada día. La ayuda de los profesionales puede ayudar en cuanto a las etapas fisiológicas en el desarrollo de sus hijos, explicando la mejor manera de afrontarlas. Su ayuda será fundamental también para identificar los casos de trastornos alimentarios serios y los métodos de curación a los que recurrir.

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