Hay millones de millones de ángeles (cfr. Dn. 7,10), y sin embargo, solamente conocemos tres con nombre propio, aunque los “ángeles son criaturas personales” (cfr. Cat. 330) y por ello ante Dios tienen nombre.
El libro del Apocalipsis presenta otro ángel, el ángel caído, la bestia o Satanás, pero al momento de mencionarlo lo presenta como aquel que no tiene nombre, es un número “666” (Ap. 13,18).
Respecto a esto el papa Benedicto XVI ha escrito:
“La bestia es número y convierte en número”. Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama por nuestro nombre. Es persona y busca a la persona. Tiene un rostro y busca nuestro rostro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón”.
RATZINGER, J. El Dios de los Cristianos, Sígueme, Salamanca, p. 23
Y estos tres arcángeles con sus respectivos nombres todos terminados en la partícula “el”, que significa Dios. Dios está en sus nombres, Dios está inscrito en su naturaleza.
Identidad y misión
La fiesta de san Miguel, san Gabriel y san Rafael nos recuerda que ante Dios todos tenemos una identidad personal que es salvaguardada, cuidada y protegida por estas criaturas espirituales. Una identidad personal que será plena en la medida en que acojamos cada día más ser de Dios.
Así mismo, como lo enseña san Gregorio Magno, el nombre personal de los ángeles indica su misión particular.
Y de ahí la importancia de conocer los nombres de estos tres arcángeles, pues sabiendo su nombre conocemos la misión específica para la cual nos son enviados.
¿Hay alguna razón por la cual solo conozcamos los nombres Miguel, Gabriel y Rafael, de los ángeles?
Se puede pensar que Dios mismo es quien ha querido que conozcamos a estos tres arcángeles, que los invoquemos con su nombre y que mantengamos una relación especial con ellos.
Esto es algo que debe ser acogido con profunda alegría y también con reverencia y humildad.
Cabe recordar que la Iglesia enseña que “hay que rechazar el uso de dar a los ángeles nombres particulares, excepto Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en la Escritura” (Directorio de la Piedad Popular, 217).
Para una mejor relación con san Miguel, san Gabriel y san Rafael es necesario conocer sus actividades en favor del hombre, en favor de la historia de salvación. A continuación expondremos las actividades de estos tres arcángeles.
San Miguel Arcángel
Su nombre significa ¿Quién como Dios?, y manifiesta que nadie puede hacer lo que sólo Dios puede hacer.
Este nombre de san Miguel nos recuerda que solo se vence cuando se deja a Dios actuar.
En este aspecto, san Miguel nos enseña a luchar permitiendo que sea el que Dios actúe, abandonarnos en el poder de Dios.
De esta manera este arcángel defiende la unicidad de Dios, así como su inviolabilidad: sólo hay un Dios que todopoderoso, al cual se le debe toda honra, honor y gloria.
Igualmente la Sagrada Escritura en el libro de Daniel 10,21 muestra que este glorioso arcángel es el protector del pueblo de Dios, por esta razón la Tradición lo invoca como protector y defensor del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.
San Miguel está al lado de la Iglesia de Dios para ayudarla y defenderla contra las iniquidades del demonio. En este sentido el arcángel Miguel nos da una gran ayuda para discernir entre el camino del bien y el camino del mal.
Esta ayuda de san Miguel es para toda la Iglesia, pero al mismo tiempo para cada persona humana. Este ángel defiende la grandeza de cada hombre contra el demonio que lo acusa y que quiere apartarlo de Dios (Ap. 12,10).
Esta ayuda se extiende hasta el momento en que el alma sale de este mundo, por ello este arcángel es considerado protector y defensor de los moribundos; la Iglesia recomienda el alma de los fallecidos a la protección de este arcángel.
Como se verá, la necesidad de acudir a este arcángel y de pedir su protección es de una gran actualidad.
Pío XII afirmaba que “extrañamente, recurrir al Arcángel es mucho más urgente que entonces. El mundo intoxicado por la mentira y por la deslealtad, herido por los excesos de la violencia, ha perdido la santidad moral y la alegría”.
Oración a San Miguel:
Querido San Miguel, Señor de la Espada, tú que custodias nuestros corazones, aparta de nosotros todo el mal, corta nuestros malos apegos, de tal forma que, libres de las pequeñeces y mediocridades de nuestro corazón, podamos percibir el Amor Infinito de Dios y podamos así conformar nuestra voluntad con la voluntad de Dios para vivir sumergidos en El y tener vida en abundancia. Amén.