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El Papa: La mundanidad no nos deja ver a los pobres

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Radio Vaticano - publicado el 05/03/15 - actualizado el 09/03/23

Una impactante homilía de Francisco en la Casa Santa Marta sobre la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro

La mundanidad oscurece el alma, haciéndonos incapaces de ver a los pobres que viven junto a nosotros con todas sus llagas: es la síntesis de la homilía del papa Francisco en la Misa presidida el 5 de marzo de 2015 en Casa Santa Marta del Vaticano.

El Papa comentó la parábola del rico epulón, un hombre vestido “de púrpura y lino finísimo” que “cada día se daba a grandes banquetes”.

Francisco observa que no se dice de él que fuera malo: al contrario.

“Quizás era un hombre religioso, a su modo. Rezaba, quizás, alguna oración, y dos o tres veces al año seguramente se dirigía al Templo a hacer los sacrificios y daba grandes ofrendas a los sacerdotes.

Y ellos, con esa pusilanimidad clerical, le daban las gracias y le hacían sentar en  el sitio de honor”.

Pero no se daba cuenta de que a su puerta había un pobre mendigo, Lázaro, hambriento, lleno de llagas, “símbolo de la tanta necesidad que tenía”.

El rico cegado por el mundo

El Papa explica la situación del hombre rico:

“Cuando salía de casa, eh no … quizás el coche con que salía tenía los vidrios oscurecidos para no ver lo de fuera… quizás, no lo sé… Pero seguramente sí, su alma, los ojos de su alma, estaban oscurecidos para no ver.

Sólo veía dentro de su vida, y no se daba cuenta de lo que le sucedía a este hombre, que no era malo: era enfermo. Enfermo de mundanidad.

Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos …

La mundanidad anestesia el alma. Y por esto, este hombre mundano no era capaz de ver la realidad”.

Ver la realidad

Y la realidad son los muchos pobres que viven junto a nosotros:

“Muchas personas que llevan la vida de forma difícil, de modo difícil; pero si yo tengo el corazón mundano, nunca entenderé esto. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad de los demás.

Con el corazón mundano se puede ir a la Iglesia, se puede rezar, se pueden hacer muchas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿qué pidió? ‘Por favor, Padre, custodia a estos discípulos que no caigan en el mundo, que no caigan en la mundanidad. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma”.

¿Confías en el mundo o en el Señor?

En estas dos historias –afirma el Papa– hay dos juicios: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición para quien confía en el Señor.

El hombre rico aleja su corazón de Dios: “su alma está desierta”, una “tierra de salinas donde nadie puede vivir”, “porque los mundanos, para la verdad, están solos con su egoísmo”.

Tiene “el corazón enfermo, tan apegado a esta forma de vivir mundana que difícilmente podía curar”.

Además – añade el Papa – mientras el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene:

“No tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son sólo uno de la muchedumbre acomodada, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre”.

Destinado al anonimato y el infierno

En la parábola, el hombre rico, cuando muere se encuentra en los tormentos del infierno, y pide a Abraham que envíe a alguno de entre los muertos a advertir a sus familiares aún vivos.

Pero Abraham responde que si no escuchan a Moisés y los Profetas, no creerán ni aunque resucite uno de entre los muertos.

El Papa afirma que los mundanos quieren manifestaciones extraordinarias, y sin embargo “en la Iglesia todo está claro, Jesús habló claramente: ese es el camino”.

Salvado por Dios

Pero hay al final una palabra de consuelo.

“Cuando ese pobre hombre mundano, en los tormentos, pide que le envíe a Lázaro con un poco de agua para ayudarle, ¿cómo responde Abraham? Abraham es la figura de Dios, el Padre. ¿Cómo responde? ‘Hijo, acuérdate …’.

Los mundanos han perdido el nombre. También nosotros, si tenemos el corazón mundano, hemos perdido el nombre.

Pero no somos huérfanos. Hasta el final, hasta el último momento hay la seguridad de que tenemos un Padre que nos espera.

Confiemos en Él. ‘Hijo’. Nos llama ‘hijo’, en medio de esa mundanidad: ‘hijo’. No somos huérfanos”.

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