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​Cardenal Müller: Pobre para los pobres, una teología que nos libera

Entretien exclusif. Cardinal Müller : Pauvre pour les pauvres, une théologie qui nous libère ! – es

DR /Aleteia

Cardinal Muller

Aleteia Team - publicado el 19/12/14

Aleteia entrevista al cardenal Gerhard Müller con motivo de la publicación de su libro Pobre para los pobres, prologado por el Papa Francisco

El cardenal Gerhard Müller es el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), el órgano encargado de promover y de garantizar la doctrina en materia de fe y de moral, y que durante mucho tiempo estuvo presidida por el cardenal Joseph Ratzinger.

Ordenado obispo por Juan Pablo II, nombrado para dirigir la CDF por Benedicto XVI y creado cardenal por Francisco, este alemán de 66 años es un teólogo de renombre, pero también un habitual de las barriadas peruanas y un especialista europeo en el movimiento de la Teología de la Liberación.

Crónica de un encuentro exclusivo con un hombre de Iglesia poco común, para quien la teología es un discurso sobre lo divino no desconectado de lo humano, para quien los pobres nunca son objeto de una reflexión teórica.

Usted ha escrito mucho sobre la Teología de la Liberación, corriente poco conocida o mal entendida por los católicos. ¿Cuál es el sentido cristiano de la liberación?

Como corriente de pensamiento, la Teología de la Liberación nació en América Latina tras el Concilio Vaticano II, de las obras del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez.

Pero la liberación es en primer lugar un tema bíblico
, porque Jesús liberó a los hombres del pecado y de la muerte.

También tiene un efecto social. No, Jesús no vino a traer un paraíso terrenal, sino el Reino de Dios. Y este reino de Dios consiste en el hecho de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Vivimos en sociedad, pertenecemos a comunidades humanas. Por eso la liberación de la muerte y del pecado tiene consecuencias sociales.

Así, la convivencia entre hombres debe caracterizarse por principios morales, individuales y sociales. La Iglesia tiene como misión hacer presente y comunicar este derecho natural, estos principios morales.

¡En dos mil años ha pasado por situaciones sociales e históricas cambiantes! Recordemos cuando en el siglo XVI, durante el proceso de conquista de América Latina, la Iglesia estaba al lado de los más débiles.

El dominico español Bartolomé de las Casas es una gran figura de la defensa de los derechos de los indios. ¡Quizás algún día tenga un proceso de canonización! Era contemporáneo de otros intelectuales reunidos en la Escuela de Salamanca que denunciaron la esclavitud de seres humanos. Muchos papas de esta época condenaron también estas situaciones en documentos pontificios. 

Bajo el Tercer Reich, otra situación de extrema negación de los derechos humanos, Bartolomé de Las Casas se convirtió en un símbolo de resistencia y de liberación. En 1938, el dramaturgo alemán Reinhold Schneider imaginó un encuentro entre Las Casas y Charles Quint en su obra Las Casas vor Karl V. Las Casas se convierte en la voz de los hombres de su tiempo, entre ellos los judíos.

Para Gutiérrez y para nosotros, estos ejemplos no son sólo reminiscencias históricas, sino acontecimientos que nos afectan.

¿Esta teología es por tanto actual? ¿Se puede hablar de ella para toda situación o la Iglesia se compromete con la miseria humana?

Vivimos en el siglo XXI, después de la revolución industrial: nuestra época permanece marcada por el colonialismo, por un falso eurocentrismo.

La Teología de la Liberación nació en un contexto de gran dependencia de los países de América del Sur respecto a Europa. En este sentido, sí, se puede aplicar de manera analógica a los países de África y de Asia.

La Teología de la Liberación se interroga hoy sobre la posibilidad de proclamar la dignidad del hombre en un contexto de ausencia de libertad y de opresión y de desprecio de los derechos humanos fundamentales.

Pero atención:

la liberación del hombre no pasa únicamente por la política: se caería en la construcción de una sociedad ideal a través de la educación. Este es un modelo de Rousseau, un sueño loco de técnica social, en definitiva.

¿De dónde nos viene este modelo? De la dialéctica de la Ilustración, que afirma que el hombre lo quiere hacer todo por sí mismo… y que conduce a las grandes utopías e ideologías. La experiencia ha mostrado que estos proyectos han empeorado la situación.

Se le ha reprochado a la Teología de la Liberación haber asumido el análisis marxista. Las ciencias sociales son hoy valiosas, pero utilizando una antropología justa que conserve las dimensiones trascendente e inmanente.

La filosofía marxista afirma que una clase debe destruir a la otra. Por nuestra parte, decimos que los hombres deben superar estas clases, a través de una nueva solidaridad.

In fine, lo que cuenta es juzgar el conjunto de la realidad a la luz del Evangelio, poner en obra la comunión de la Iglesia con la fuerza de la gracia.

Según la Teología de la Liberación, recibimos todo de la gracia de Dios, pero el hombre está llamado a implicarse activamente para responder a esta gracia: ¡somos liberados para ser libres!

Dios nos ha liberado para que podamos colaborar en la liberación de los hombres, construir una sociedad positiva. Se trata también de superar el egoísmo en nosotros, el pecado de remitirse simplemente a uno mismo. Lo que es decisivo es usar la libertad en el amor a Dios y a los demás.

El Papa Francisco, que viene de América Latina, ha hablado de una “Iglesia pobre para los pobres”. Él prologa su libro, del mismo título. ¿No está en cierta manera, la Teología de la liberación en el centro de su mensaje?

El Papa representa al conjunto de la Iglesia: no es sólo el portavoz de una corriente o de un grupo y hay otras teologías en la Iglesia. Escotista, tomista,… estas distintas teologías ayudan todas a la Iglesia en la inteligencia de la fe, a condición de elaborar las categorías de pensamiento necesarias para entender el mundo actual, para proponer soluciones concretas a los desafíos de nuestro tiempo.

En el ámbito de la inteligencia de la fe, creemos también que Dios ha creado el cielo y la tierra, pero esta verdad debe ser articulada con las ciencias modernas, de manera que el plano científico y el plano de la fe no permanezcan simplemente yuxtapuestos.

Debemos encontrar el lenguaje para expresar esta verdad de fe de manera comprensible. El contenido de la fe sigue siendo siempre el mismo porque ha sido revelado, pero la manera de expresarlo, la conciencia que tenemos de él, pueden cambiar y deben adaptarse.

Pasa lo mismo con la noción de liberación. Desde los tiempos del imperio otomano, ha llevado a distintas congregaciones religiosas, como los trinitarios, a consagrarse al rescate de los cautivos.

No estamos tan lejos de ello hoy, en un momento en que cristianos y no cristianos son mantenidos en cautividad y rescatados de organizaciones terroristas.

La Iglesia se implica, se compromete en este mundo a favor de la solidaridad humana, de la democracia, de la dignidad de las personas, también con los valores “intramundanos”, es decir, del orden del mundo, los más elevados.

Esto no data de Francisco, sino de León XIII, por tanto, ¡de finales del siglo XIX! Todos los papas se han preocupado por un compromiso en el mundo a favor de una auténtica liberación de las personas.

En Estrasburgo, el Papa Francisco retomó este mensaje de manera muy amplia. No es posible, dijo, que nosotros, en la Unión Europea, tiremos o destruyamos la comida, mientras que en otros lugares niños mueren de hambre

.

¿Qué decir también de todos estos maestros, enfermeros y enfermeras en paro, mientras que en tantos lugares faltan profesores y cuidadores? Ya no es aceptable que por un cambio tecnológico cierre una empresa o se deslocalice y que sus empleados se vayan a la calle mientras los directivos perciben paracaídas dorados.

¡El mensaje no es el de proteger un campo para destruir otro! El cambio de estructuras se debe llevar en un espíritu de solidaridad, y no con un partido ganador y otro perdedor.

¿No es la Teología de la Liberación una teología de pobres para los pobres? ¿Cuál es el lugar de los ricos y qué liberación pueden esperar ellos?

Es verdad que la Teología de la Liberación mira en primer lugar en dirección a los millones de personas pobres. No es posible limitarse a pedir a los ricos que vivan una relación con la religión puramente espiritual y estética. Les corresponde cambiar realmente toda su actitud.

Pensemos en los estados esclavistas de América, cuando los maestros entonaban en la iglesia cánticos conmovedores hablando de Dios que había dado a su Hijo para liberar al mundo, antes de volver a azotar a sus esclavos y quizás destruir familias.

Hasta los años 1970-1980, yo vi, en América Latina, a grandes propietarios dirigir a los trabajadores con látigo. Estos mismos grandes terratenientes lo cobraban todo, cuando el trabajo en común debe beneficiar a todos. 

Hay ahí un pecado social que no hay que olvidar: es la existencia misma de estas poblaciones que, aun trabajando, no tenían los medios para estar asegurados socialmente o enviar a sus hijos al colegio o a la universidad.

Los empresarios y los dirigentes económicos son responsables. Pero corresponde también a los políticos modelar las sociedades en el buen sentido, luchando contra el problema de la corrupción en la esfera político-judicial.

Vienen después los medios que tienen –o dejan de tener- las poblaciones desfavorecidas para defender sus derechos legítimos en justicia.

¡La Teología de la Liberación no se limita por tanto a los países del Tercer Mundo! Los cristianos de países desarrollados también pueden aprender algo de esta teología para un compromiso social cristiano por un mundo más justo, en la cultura, la política y la comunicación moderna.

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