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¿Qué diferencia el relativismo de la libertad de conciencia?

Marcelo López Cambronero - publicado el 11/03/13

Parecen ser lo mismo pero... son antagónicos

Decir que el relativismo es antagónico e incompatible con la libertad de conciencia es aventurar la proa al azote de viento contrario. Todo lo que usted pueda oir, todo lo que pueda escuchar a través de los voceros de la mentalidad dominante, le dirá justamente lo contrario y, sin embargo, la afirmación que da entrada a este texto es rotunda y rigurosamente cierta. Donde el relativismo se impone comienza el ocaso de la libertad de conciencia, donde la libertad de conciencia es reconocida, tácita o expresamente se está diciendo que el relativismo es una gran mentira.

Aunque entraremos en mayores matices, valga por el momento con atender a la diferencia entre ambos conceptos: el relativismo carece y rehuye cualquier compromiso con la verdad, mientras que si algo caracteriza a la libertad de conciencia es, precisamente, la afirmación intelectual y vital de un compromiso con ella. Quien apela a la libertad de conciencia no solo está afirmando su libertad, sino su derecho a buscar, vivir y gozar la verdad libremente.

1.-¿Qué es relativismo?

"Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mi el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa", decía Don Quijote a Sancho, creyendo que la vajilla escotada con la que coronaba su destartalada armadura era nada menos que el famoso yelmo de oro del rey moro Mambrino que, contaban las leyendas, proporcionaba invulnerabilidad a su portador. Quería Quijote que aquella bacía fuese el gran yelmo, y como no era así, como ni la realidad ni la verdad son obra de nuestras entretelas, como aquello que se ponía en la cabeza era bacía de barbero, terminó por volverse… relativista.

El término "relativismo" está lleno de malentendidos y confusiones que no vamos a poder desmadejar en unas pocas líneas. Baste pues con decir que, en general, esta doctrina consiste en negar la existencia de una verdad que no dependa ontológicamente, en su mismo ser, de nuestra subjetividad. Para el caso que hoy nos ocupa igual da que esa subjetividad se tenga por el fruto autónomo de una individualidad o por la reducción o concreción de una cultura en un alma. En el relativismo la verdad es fantasía, y quien asevera algo y se cree que es cierto resulta a sus ojos un poco ridículo, como resultaría ridículo quien con toda seriedad afirmase haber encontrado centauros en las laderas de los retacos montes de la Selva Negra.

El relativismo viene a decir, pues, y sin que se le caiga la cara de vergüenza, que nada es verdad ni es mentira… salvo el relativismo.

Un relativismo particular, el que está en relación y disputa con la libertad de conciencia, es el relativismo moral, que nos indica lo mismo pero en relación al bien, es decir, que este depende de preferencias personales, sensaciones o emociones (subjetivismo), o de la tradición o cultura a la que se pertenece (relativismo cultural).

No es verdad que la vida, la práctica, determine la conciencia, que diría Marx, pero sí lo es que la encamina más de lo que a veces nos creemos. Por eso, porque nadie es relativista en la vida –entiéndase, si está en su sano juicio-, nadie es verdaderamente relativista. El relativismo teórico, como el escepticismo, es un juego para aburridos académicos que no tienen nada mejor que ofrecer. Sin embargo, y esto es muy importante, sí que existe, e incluso predomina en nuestras sociedades occidentales, una manera de entender la vida en común y la acción pública o política (y con ello la educación, la gestión de lo valioso, etc), que me atrevo a denominar como “relativismo metódico”. Intentemos comprenderlo.

Dietrich von Hildebrand, Etica. Encuentro, Madrid, 1983.

Platón: Protágoras
Francisco Ugarte: "Lo relativo del relativismo"

2.-¿En qué consiste el "relativismo metódico"?

Sancho, enemigo de discusiones y conflictos, terminó por llamar "baciyelmo" a aquel cacharro que Don Quijote se ponía sobre la testa.

El relativismo metódico es una estrategia que supuestamente busca hacer posible o mejorar la convivencia en sociedades plurales y democráticas en las que existen diferentes concepciones sobre el bien que son, además, en muchas ocasiones contradictorias.

Para ello utiliza la táctica cobarde del marido viejo, que consiste en evitar las discusiones de la mejor manera posible, guardándose su opinión, que la tiene. En vista de que no acabamos de ponernos de acuerdo sobre cuál es la verdad, pongámonos de acuerdo en tratar de los temas que nos importan como si la verdad no existiese y asunto concluido. Es como si creyéramos que el hacerse el muerto cura al perro de su rabia.

Sin embargo, hay una no pequeña cuestión que se escapa a este “buenismo” bobalicón, y es que solo es posible el diálogo entre diferentes grupos si existe por parte de todos los contertulios un compromiso con la verdad. Quien carece de ese compromiso no dialoga, como mucho usa malamente de la retórica, cae en la demagogia para imponer su postura. El relativismo en la arena pública fragmenta a la sociedad en grupos que resultan autistas a otra cosa que no sean ellos mismos. El panorama cultural se disgrega en distintos guetos culturales, ideologías que se retroalimentan, que solo se conocen a sí mismas y en las que no se permite que entre ningún aire freso que proceda de la realidad, o de los otros. Estos grupos ideologizados e intolerantes, si se establecen en partidos y se lanzan a la política, compiten por la toma del poder, cuyo sentido, piensan, solo es imponer el punto de vista propio a los demás.

El resto, los que no tienen enconadas concepciones ideológicas, permanecen flotando en el absurdo del relativismo, como presas fáciles del poder: “El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción (es decir, la realidad empírica) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento).” Así lo expresó Hanna Arendt en su brillante trabajo Los orígenes del totalitarismo: El medio por el que el totalitarismo consigue sus objetivos es, precisamente, el relativismo. En palabras de Benedicto XVI: "Cuando las políticas no suponen ni promueven valores objetivos, el consiguiente relativismo moral, en vez de conducir a una sociedad libre, justa, equitativa y compasiva, tiende a producir frustración, desesperación, egoísmo y desprecio por la vida y por la libertad de los demás." (9 de septiembre de 2011).

Leo y releo este último párrafo, miro por la ventana de mi despacho, y veo que el mundo en el que vivo y esta descripción somera coinciden alarmantemente.

Alasdair MacIntyre, “Relativismo moral, verdad y justificación”, en Las tareas de la Filosofía. Nuevo Inicio, Granada, 2011.
Benedicto XVI: intolerancia y relativismo
Entrevista al Prof. Alejandro Llano: La intolerancia del relativismo
Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Alianza, Madrid, 2006.

3.-¿Qué es la libertad de conciencia?

La libertad de conciencia tiene dos perspectivas complementarias: en primer lugar cada cual tiene el derecho de buscar los criterios, referentes, valores y modos de vida que le parecen verdaderos. En segundo lugar, y en consecuencia, tiene derecho a regular su existencia según esos criterios.

La libertad de conciencia no es solo una cuestión religiosa, aunque siempre es, en el fondo, como todas las cosas que nos importan en la vida, una cuestión religiosa. El contenido central de este concepto es que a nadie se le puede obligar a actuar en contra de sus creencias más indeclinables, de aquellas posiciones morales y vitales que codeterminan el núcleo más esencial de su propia persona. Toda persona tiene derecho a afirmar el bien y  la verdad y que se le respete en su posición intelectual y vital.

Como es lógico, la vida en común no es compatible con que se tome cualquier bagatela por una cuestión de conciencia. El estado de derecho, la seguridad jurídica y sobre todo el sentido común obligan al ciudadano a obedecer las normas de su comunidad de manera habitual, incluso estando en desacuerdo con ellas. No obstante, esta obligación declina completamente cuando la materia de la que se trata es grave y los motivos que llevan al desacuerdo afectan de tal manera a lo más profundo de una determinada persona que sencillamente le es imposible cumplir la norma.

Vamos a poner un ejemplo: cuando un ginecólogo cristiano se niega a practicar un aborto no lo hace porque su pensamiento político o ideológico no concuerde con la acción que el estado le pide, lo que no sería motivo suficiente –en principio- como para apelar a la libertad de conciencia. Lo que sucede es que para esa persona, precisamente porque no está dominada por ninguna ideología que le impida ver la realidad, el aborto consiste en el asesinato de un niño y, por lo tanto, no le es posible llevarlo a cabo.

Por eso, porque a lo que se apela es a algo tan íntimo que es constitutivo de la propia personalidad (en el ejemplo: no ser un asesino), muchas personas prefieren morir o ir a prisión antes de ser infieles a sí mismas actuando en contra de cuestiones fundamentales para sus conciencias.

Como vemos, apelar a la libertad de conciencia no es precisamente posicionarse a favor del relativismo. En realidad las ideologías relativistas tienen serias dificultades para reconocer la libertad de conciencia, puesto que siempre se interpretan los argumentos sobre la verdad y el bien como cuestiones de preferencias o de ideologías sin sustento en lo real. Si la verdad y el bien son relativos a la cultura, a las emociones, etc., etc., ¿a qué tomar tan a pecho este tipo de cosas? Usted limítese a obedecer y ya, en privado, piense lo que quiera, si es que eso le sirve para algo.

Jose Andrés-Gallego, Relativismo y convivencia. Fundación universitaria San Antonio, Murcia, 2006.
Martha C. Nussbaum, Libertad de conciencia. Contra los fanatismos. Tusquets, Barcelona, 2009.
William Cavanaugh, El mito de la violencia religiosa. Nuevo Inicio, Granada, 2010.

5.-El relativismo es una verdad que se ha vuelto loca. Pero, ¿qué verdad es esa?

La realidad, decía, tiene como una de sus características fundamentales el sernos dada, ya sea esa realidad que se nos hace presente a través de los sentidos, ya sea esa otra, que también tenemos por real, que es la que nos es contada y presentada como tal (la de los átomos y el vacío, la de que la capital de Mongolia es Ulan-Bator, etc).

Sin embargo, los modos en los que la realidad se da o se expresa pueden ser variados. La Basílica de San Pedro en el Vaticano, con su enormidad bella y ordenada es sencillamente lo que es. Ahora bien, si un turista japonés mirara a la fachada de San Pedro desde la “Via della Conciliazione” apreciará la gran fachada que construyó  Carlo Maderno, con sus dos cuerpos horizontales, sus santos y hornacinas, sus dos relojes, etc.

Si fuese un sesudo catedrático de Historia del Arte el que penetrara dentro de la Basílica y, concentrado y atento, buscase todos los detalles de la nave de la epístola con sus sucesivas capillas, etc., su concepción de San Pedro sería bien distinta. Me dirán: ¡es que están viendo partes distintas de la Basílica! Efectivamente. Es que la Basílica tiene como una de sus características el tener un dentro y un fuera, un delante y un detrás, el ser un edificio histórico, artístico y el ser Basílica, el tener un tamaño y una presencia. Es que la realidad, precisamente por serlo, tiene como una de sus propiedades esenciales el mostrarse ella en perspectivas diversas (que dijo el mejor castizo que tuvo España, nuestro buen Ortega y Gasset).

Esta es la verdad que el relativismo confunde, extrapola y malogra. Repito: es la realidad, por ser real y no un fruto abstracto de nuestra fantasía, la que viene a nosotros en perspectivas particulares, a las que nos adaptamos. En dichas perspectivas se hacen manifiestas características de la realidad, y posiblemente otras no se perciban, o se vean peor. La cuestión es que somos nosotros quienes nos adaptamos a las perspectivas posibles, las que la realidad ofrece, para poder comprender. Después elaboramos redes de conceptos que nos ayudan a intentar explicar lo que nos es dado, pero siempre andamos a la pesca de lo real.

Por eso distintas personas con diferente educación, cultura o puntos de vista pueden tener opiniones distintas, e incluso ser estas opiniones en cierto sentido todas algo verdaderas, como lo serían el relato del turista y del catedrático, cada uno sobre el mismo objeto pero desde perspectivas distintas, si son fieles a lo ven. Porque los objetos no se nos dan de una y en su totalidad, y tenemos que perseguirlos, acariciarlos y buscar lo que son, podemos equivocarnos, situarnos en puntos de vista que permitan ver mejor el objeto o peor, o que sean falsos, pero en todo caso solo podremos vivir en una sociedad abierta y que acepte las discrepancias y los debates si existe un genuino deseo por encontrar la verdad y el bien.

José Ortega y Gasset, Verdad y perspectiva
Hilary Putnam, Razón, verdad, historia. Tecnos, Madrid, 2006.

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