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“No valgo nada, no puedo nada, no tengo nada, no soy nada... Pero Tú has subido a la Cruz para que pueda apropiarme de tus méritos infinitos. Y allí recojo también —son míos, porque soy su hijo— los merecimientos de la Madre de Dios, y los de San José. Y me adueño de las virtudes de los santos y de tantas almas entregadas... Luego, echo una miradica a la vida mía, y digo: ¡ay, Dios mío, esto es una noche llena de oscuridad! Sólo de vez en cuando brillan unos puntos luminosos, por tu gran misericordia y por mi poca correspondencia... Todo esto te ofrezco, Señor; no tengo otra cosa. (Via Crucis, XIII estación, Desclavan a Jesús de la Cruz y lo entregan a su Madre)
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