Te contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había visto. Jesús, te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados. A los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad que te quedaba, el único objeto que poseías en este camino de sufrimiento. Al principio de los tiempos, tu Padre había hecho vestidos para los hombres, para cubrirlos de dignidad; ahora los hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y veo a un joven emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas veces cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas, dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel maltratada, como la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor, como los tuyos. Pero hay algo que los hombres a menudo olvidan sobre la dignidad: que esta se encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará contigo, y más aún en este momento, en esta desnudez. La misma desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos acoge en el atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo. Te veo y comprendo la grandeza y el esplendor de tu dignidad, de la dignidad de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.
+© Charles-André Habib-(CC BY-NC-ND 2.0)