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En la hora de mi muerte, ten piedad de mí
“Jesús mío, espejo de eterno esplendor, recuerda la tristeza que tuviste cuando, contemplando a la luz de tu divinidad la predestinación de los que iban a ser salvados por los méritos de tu santa pasión, viste al mismo tiempo la multitud de los  que iban a ser condenados por sus pecados, y tú te compadeciste amargamente de esos miserables pecadores perdidos y desesperados. Por este abismo de compasión y piedad, y principalmente por la bondad que muestras hacia el buen ladrón, diciéndole: "Hoy estarás conmigo en el paraíso", te ruego, oh dulce Jesús, que a la hora de mi muerte, tengas piedad de mí. ¡Que así sea!"
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