Fomentar las obras de caridad.
No es necesario hacer grandes obras, pero sí pequeños actos que puedan pasar desapercibidos, pero que Dios ve, en función de su edad. Desde proponerse dedicar una sonrisa a alguien que no nos cae bien, hasta hablar con esa persona con la que podemos estar enfadada en clase. Para los más adolescentes, se pueden programar incluso visitas a una residencia de personas mayores que necesitan compañía. Actos, al fin y al cabo, que nos cuestan pero que tienen un claro bien para el prójimo.
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