Al entrar en el interior del templo, siempre encontraremos monjes franciscanos que rezan. Se sientan en una sencilla silla y apoyan su libro -muchas veces es la Biblia- en un banco corrido de piedra que circunda la nave.
Es momento de acompañar a Jesús, que aquí mismo dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo» (Mt 26, 38).
+© Dolors Massot | Aleteia