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Llámale por su nombre
Escuchar tu propio nombre es algo que destaca en el cerebro como algo distinto de cualquier otra palabra. Cuando trabajé de empleada de banco, nos formaban para acostumbrarnos a utilizar el nombre del cliente al menos tres veces en una interacción. Al principio me sentía torpe y me parecía imposible, pero cuanto más lo hacía, más me daba cuenta de que supone una gran diferencia para las personas. Siempre parecían valorarlo positivamente. Es una forma de hacer que cualquier interacción sea más personal.
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