Campaña de Cuaresma 2025
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Todos amamos a nuestras madres, esos maravillosos seres que nos dieron la vida. Entendiendo este principio, debería ser sencillo comprender que Jesús también ama profundamente a la Virgen María, su madre en la tierra y en el cielo, y que nada puede negarle.
Sabemos también que, históricamente, lo únicos que rinden culto de hiperdulía a María Santísima somos los católicos. Luego entonces, ¿por qué hay quienes desaprovechan esta magnífica oportunidad de pedirle lo que necesitan para su vida y santificación?
La experiencia de los santos
No hay santo que no amara a María. Revisando la vida de cada uno de ellos encontramos que todos tuvieron una relación cercana con la Virgen, porque supieron tenerla como madre, consejera, intercesora y compañera de vida.
Y no era necesario que fueran videntes, porque la oración diaria y profunda los hizo experimentar un encuentro íntimo con Jesús, a través de la infalible mediación de la Virgen.
San Juan Pablo II así lo expresó en la Audiencia general del 15 de octubre de 1997:
"El evangelio de san Juan, señalando la presencia de María al inicio y al final de la vida pública de su Hijo, da a entender que los primeros cristianos tenían clara conciencia del papel que desempeña María en la obra de la Redención con plena dependencia de amor de Cristo".
Ella es nuestra Madre
Dios eligió a María como Madre de la humanidad, como lo explicaba san Juan Pablo II:
Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión —por decir así— materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas.
Y continúa diciendo que fue Jesús quien nos la entregó como tal:
"En el Calvario, Jesús, con las palabras: 'Ahí tienes a tu hijo' y 'Ahí tienes a tu madre' (Jn 19, 26-27), daba ya anticipadamente a María a todos los que recibirían la buena nueva de la salvación y ponía así las premisas de su afecto filial hacia ella. Siguiendo a san Juan, los cristianos prolongarían con el culto el amor de Cristo a su madre, acogiéndola en su propia vida".
Recordemos lo que la Virgen de Guadalupe le dijo a san Juan Diego:
"¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre ? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría?"
Ante tantas pruebas, ¿qué esperas para acogerte a su protección?, no te pierdas la oportunidad y acércate a la Virgen María, porque no hay camino más seguro que ella para llegar a Jesús.


