En el distrito 10 de París, las campanas de la majestuosa iglesia de San Vicente de Paul repican a las 11 de la mañana. En la terraza de un café situado frente al edificio, Florian toma una copa tumbado. Cigarrillo electrónico en mano, casco y batería de bicicleta colocados en la silla de al lado, este joven treintañero tiene el aspecto típico de un dinámico ejecutivo parisino. Es difícil detectar en su rostro tranquilo las huellas de las pruebas que ha vivido en los últimos diez años. Hace cuatro años, a Florian Vallières (nombre ficticio) le diagnosticaron trastorno bipolar, una enfermedad que hace que los pacientes alternen fases de depresión y euforia.
Florian quiso dar un testimonio vibrante de su experiencia de sufrimiento a través de un libro, publicado en 2022. En él recuerda sus años de peregrinaje médico, su progresiva aceptación de la enfermedad y, sobre todo, su relación con la fe. "Los bipolares, aunque tengan crisis místicas, pueden vivir una auténtica relación con el Señor", asegura el joven, que afirma que vivir la fe cuando se padece un trastorno psicológico puede ser complejo.
Años de peregrinación médica
En mayo de 2010, cuando acababa de cumplir 20 años, Florian descubrió la fe en Dios y, al mismo tiempo, experimentó el inicio de su enfermedad. Con un amigo, abandonó el barrio acomodado de la capital donde creció para ir a la India, a Calcuta, en misión humanitaria. "Yo era un pequeño dandi parisino que salía mucho y no sabía nada de la pobreza", cuenta Florian.
"Cuando llegué a la fundación de la Madre Teresa, donde fui voluntario, me encontré con la miseria total. Me afectó profundamente, fue un trauma", añade.
Cuando regresó a Francia un mes después, Florian cayó en una fuerte depresión de la que tardó un año en recuperarse.
Unos meses más tarde, mientras se dirigía a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, el joven sufrió su primer ataque de pánico: ya no podía dormir, se sentía eufórico, le asaltaban todo tipo de ideas y perdió el contacto con la realidad. "Me creía el Salvador, pensaba que tenía una misión que cumplir y que tenía que encontrarme con Benedicto XVI", cuenta. Advertidos, sus padres fueron a recogerle urgentemente para llevarle de vuelta a París.
Porque si bien la fe puede apoyar a las personas con trastornos mentales, también puede, de forma misteriosa, hacerlas más vulnerables. "Es muy difícil disociar los sentimientos y sensaciones que provoca el trastorno bipolar", escribe Florian. "Las alegrías que me da el Dios que me salva y me perdona, o las que resultan de ciertas fases de la enfermedad".
En 2013, el joven fue a Lourdes y se sintió llamado a ser sacerdote. Acompañado por su director espiritual, decidió entrar en el noviciado con los jesuitas. Pero mientras hacía un retiro de silencio de 30 días, Florian empezó a dudar, creyendo que estaba viviendo una batalla espiritual. Volvió a caer en la depresión. Tras un año con los jesuitas, su estado de salud le obligó a abandonar el noviciado y ser hospitalizado."Fui muy feliz en los jesuitas, tardé cinco años en recuperarme de aquel calvario", explica.
Luego llegó el momento del diagnóstico y la aceptación de la enfermedad. "De media se tarda diez años en diagnosticar el trastorno bipolar, y ese fue mi caso", lamenta."Me acompañó una psicoterapeuta maravillosa que me ayudó mucho a nivel psicológico, pero también a nivel espiritual. Fue ella quien realmente me hizo darme cuenta de que estaba enfermo", prosigue Florian.
La esperanza es más fuerte que la enfermedad
"Hoy puedo decir que mi fe me ayuda a afrontar mi enfermedad, porque me da esperanza. Pero no por eso me permite pensar que estoy curado y dejar de tomar la medicación. Humanamente, utilizo los medios de los que dispongo: acudir al médico y al psicoterapeuta, someterme a tratamiento y llevar un estilo de vida sano".
"Tengo suerte de estar estabilizado hoy, no he tenido ninguna crisis en cuatro años", afirma. Sin embargo, sabe que la partida no está ganada. Aunque el trastorno bipolar puede tratarse, aún no tiene cura. Pero tras años de sufrimiento, varias crisis y hospitalizaciones, Florian dice por fin estar en paz.
"Durante años estuve enredado en pruebas espirituales, tenía mucho miedo de condenarme al infierno", confiesa Florian. "Hace poco, el Señor me concedió la gracia de sentir su presencia, de una forma muy suave y pacífica. Me di cuenta de que los tiempos de los hombres no son los tiempos de Dios. El Señor está presente durante el sufrimiento, pero eso no significa que vaya a curarme inmediatamente. Él conoce mis sufrimientos porque los ha experimentado. Hay que aceptarlo, hace falta valor. Y cuando somos tocados por la gracia, podemos decir: '¡Señor, tú sí que estabas allí! Debemos tener la humildad de mirar la Cruz de Cristo y darnos cuenta de que solo Él sufrió en su carne y en su espíritu de manera íntegra".
A pesar de todas las pruebas infligidas por su enfermedad, Florian no cesa de albergar la esperanza de encontrar por fin la paz. Dentro de unos meses, el joven se casará. "Quiero que mi boda sea un signo de esperanza para todas las personas bipolares, porque esto fue totalmente inesperado para mí hace unos años", confiesa.
"Mi prometida leyó mi libro, hablamos mucho de la enfermedad. Tienes que tranquilizar, explicar a la otra persona que estás haciendo todo lo posible para evitar una crisis, pero también advertirle de que puede ocurrir. No será fácil, pero se vivirá, con total autenticidad", explica.
Ahora Florian quiere ayudar a los demás sacando fuerzas de flaqueza. "Mi enfermedad es una herramienta para dar testimonio, me permite ser empático, compasivo, conocer a la gente", dice. "Hoy, lo que deseo profundamente es rezar por los demás, por los que sufren y especialmente por los que padecen trastorno bipolar. Tengo esta esperanza por la salvación de la humanidad, por todos y cada uno de nosotros. La misericordia de Dios es infinita", concluye el joven.