El 24 de febrero, son las 7 de la mañana cuando Anton, en un viaje de negocios al extranjero, se despierta y se entera de que Rusia ha lanzado un ataque contra Ucrania. “Recibí un mensaje de un amigo mío que decía que Kiev estaba siendo bombardeada. Inmediatamente encendí la tele y vi imágenes impactantes”, cuenta a Aleteia este bielorruso de 37 años, cuyos padres viven en Rusia.
A varios cientos de kilómetros de donde él está, su esposa, Snizhana, duerme tranquila sin saber que su ciudad natal está bajo las bombas. “Mi padre me llamó a las 5:59 de la mañana. Estaba muy cansada, me dije que le contestaría más tarde. Y cuando me desperté una hora después, vi decenas de llamadas de mi familia y sobre todo el mensaje de mi marido: ''Dios mío, no puedo creer que esto esté pasando'', confiesa la joven. “¡Desde entonces, tenemos la impresión de vivir en el infierno!, dice Anton.
Tan diferente y cercano a la vez
Su historia de amor comienza en 2012, en Grecia. Los dos jóvenes habían ido allí a estudiar griego durante sus vacaciones de verano. Rápidamente, su relación evoluciona y la viven al principio desde la distancia. Anton vive en Francia, donde estudia en el Instituto Teológico Ortodoxo Saint-Serge en París. Snizhana está terminando sus estudios de Derecho en Kiev. Cuando estalló un conflicto en 2014 entre Rusia y Ucrania, la pareja abordó el tema de una posible guerra entre los dos países, sus dos países. “Teníamos una visión similar sobre este conflicto. No creo que estuviéramos juntos ahora si en ese momento hubiésemos tenido opiniones muy diferentes sobre el tema. Y luego, siempre vi a Anton como bielorruso y no como ruso, aunque tenga el pasaporte de este país”, explica Aleteia Snizhana.
“Cuando en 2014 fui a visitar a Snizhana en Kiev, vi los sucesos de Maidan [manifestaciones y disturbios en la plaza de la Independencia de Kiev]. Hablé ruso en Kiev, sin que nadie me dijera nada al respecto. También vi mis programas rusos en la televisión. Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de que lo que vi en Kiev y lo que veía en los medios rusos era totalmente diferente. Entonces comencé a hacerme preguntas”, dice Anton. Pero la pareja, casada desde 2016 y actualmente residente en París, estaba lejos de imaginar que ocho años después estallaría una cruenta guerra entre ambos países.
"Inmediatamente me sentí avergonzado por lo que estaba pasando", dice Anton. “Crecí en Bielorrusia y siempre vi a Ucrania y Rusia como vecinos, vecinos cercanos pero un poco diferentes a mí. Nunca hubiera creído que algún día se lanzarían misiles desde los suburbios de mi ciudad natal en Bielorrusia en Kiev”.
Un ardiente deseo de ayudar
Hoy, la pareja dice estar más unida que nunca y preocupada por sus seres queridos en Ucrania pero también en Rusia. “Mi papá no quería irse de Kiev, aunque tiene la edad suficiente para hacerlo. Quiere luchar por la patria. Mi mamá está en Lviv con mi abuela. Ella tampoco tiene la intención de irse de Ucrania”, dijo Aleteia Snizhana a Aleteia.
En cuanto a Anton, que teme por sus suegros, también está preocupado por sus padres que viven en Tver y ya sufren las sanciones internacionales contra Rusia: "No sé qué hacer ni cómo ayudarles. No piensan en irse del país porque es su casa. Tengo mucho miedo por ellos". Pese a ello, dice estar “a favor de las sanciones”. “Creo que, tal vez ingenuamente, esa es una de las cosas que pueden ayudar a derribar a Vladimir Putin. Debe entenderse que todo el problema radica en él. No representa a toda Rusia. Hoy, el pueblo ucraniano también lucha por la futura libertad de Rusia, entre otras cosas”, señala Anton.
"Una página de historia que quedará para siempre grabada en nuestra memoria"
Hace dos semanas, Anton y Snizhana estaban planeando su mudanza y el trabajo en su nuevo departamento. Hoy, cuando ven cómo la gente sufre bajo las bombas, estas preguntas cotidianas les parecen muy fútiles. Incluso si participan activamente en las diversas colectas para Ucrania y rezan al Señor por el fin de la guerra, esto les parece "insuficiente". “Queremos hacer más, ir allá y ayudar a la población”, dicen.
Así como en casa siguen hablando cada uno su respectivo idioma ´-Snizhana le habla a Anton en ucraniano y Anton le contesta en ruso-, ambos saben que una vez que termine la guerra les tomará mucho tiempo a los dos pueblos reconstruir una nueva relación. “Lo que es seguro es que esta página de la historia será recordada para siempre”, concluye Snizhana.