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Sara Capobianchi nos cuenta la historia de sus padres Fausto y Fiorella para “compartir un pequeño testimonio de fe y amor que han dado, primero a mí y luego a todos los que nos rodean”.
Esto es lo que escribió la propia Sara en un correo electrónico dirigido a nuestra redacción hace unos meses:
Si tuviera que resumir lo que Sara compartió conmigo por teléfono, diría “vida eterna”. Aquí hay algo de nuestra conversación.
Aleteia: Sara, ¿podrías presentarte?
Mi nombre es Sara, tengo 30 años. Soy la segunda de tres hijos. Trabajo como cartera y me especialicé en idiomas. Quería contar la historia de mis padres para dar un pequeño testimonio de fe, para dar gloria a Dios. Mis padres fueron Fausto y Fiorella. Se casaron en 1987 en Roma, la ciudad donde vivimos, cuando tenían 23 años. Al año siguiente de su matrimonio tuvieron una niña, Ambra, que murió a los 4 meses de vida debido a malformaciones genéticas. Y entonces nacimos mi hermano Alessio y yo. Mis padres procedían de familias cristianas, pero no eran cristianos practicantes; solo íbamos a misa los días festivos. Pero Dios, que es un Dios bueno, los llamó a Sí mismo a través de un evento doloroso: a través de la enfermedad de mi madre.
¿Cuándo se enfermó tu mamá?
En 2001, mamá descubrió que tenía un tumor cerebral maligno. Los médicos le dieron solo unos meses de vida. La desesperación se extendió por nuestra casa y se apoderó de mis padres. El único deseo de mi madre era vernos crecer a los niños que entonces teníamos 10 y 5 años. Durante este período de tristeza, desaliento y angustia, mis padres fueron invitados por algunos de sus amigos a escuchar algunas catequesis en la iglesia, que trataban sobre la esperanza y la fe. Primero fue mi padre, y poco después también fue mi madre. Así se acercaron a Dios y comenzaron a hacer un camino espiritual (Camino Neocatecumenal, Ed.).
Después de que le diagnosticaron cáncer, ¿qué pasó?
No se le dio ninguna esperanza. Los especialistas que la atendieron dijeron que el tumor era inoperable y que, lamentablemente, no podían hacer nada. Mis padres no se dieron por vencidos; no podían resignarse. Para mi madre, la idea de dejarnos era angustiosa. Todavía éramos niños y ella necesitaba más tiempo. Mi padre logró encontrar un médico en el norte de Italia que estaba dispuesto a operarla. Mamá se operó, la cual por la gracia de Dios salió bien, y el Señor le dio otros 15 años de vida. Dios había aceptado su deseo de vernos crecer y, a pesar de las diversas dificultades y problemas causados por la enfermedad, mi madre nunca dejó de creer y de ir a la Iglesia.
¿Qué regalo te dejó su testimonio?
Recuerdo que cuando mis padres iban al norte para el tratamiento de mi madre, muchas veces se les unían algunos hermanos de su comunidad para apoyarlos: esta cercanía impresionaba mucho a nuestros familiares. Papá y yo habíamos enfocado toda nuestra vida en cuidarla, hasta el final, hasta que mi mamá Fiorella regresó a la casa del Padre en 2014. Su funeral fue una gran celebración.
El amor de Dios y de toda la Iglesia nos sostuvo siempre, tanto en su enfermedad como en el momento de la muerte. Dios me permitió conocerlo a través de esta dolorosa experiencia, para que pudiera testimoniar que Él no salva del sufrimiento sino en el sufrimiento, y que no nos protege de la muerte sino en la muerte, sin abandonarte jamás. Dios está con nosotros pase lo que pase con nosotros. Y esto fue un recordatorio para mi padre cuando descubrió que él también estaba enfermo.
¿Cuándo empezó a enfermarse tu padre?
En 2019, a papá le diagnosticaron cáncer de colon. A pesar de las dos cirugías a las que se sometió y los diversos tratamientos que recibió, la enfermedad progresó lo suficientemente rápido como para extenderse por todo su cuerpo. Cuando el médico me dijo que a papá solo le quedaban unas pocas semanas de vida, mi fe vaciló. Tenía que decirle absolutamente que le quedaba muy poco tiempo. Quería que se preparara.
Entonces ese día, antes de contarle lo que me había dicho el médico, me acerqué a él, probablemente ya estaba al tanto de todo, y le hice una pregunta que era muy importante para mí. Le pregunté: “Papá, ¿tú crees en la vida eterna?”. Y él me respondió: “Sí, creo”. Lo dijo con un tono fuerte, decidido, serio. Sólo entonces pude contarle la noticia completa.
¿Cómo lidiaste con los últimos momentos de su vida?
Estaba seguro de su fe. Tenía la certeza de que, a pesar de todo, papá pensaba que “Dios había hecho todo bien en su vida”. Los últimos días que pasé junto a él en oración fueron inmensos regalos para mí que atesoraré en mi corazón para siempre. La herencia más hermosa, el bien más precioso que me transmitió es este: la fe. El Señor me permitió estar cerca de Papá hasta el final, hasta que, rodeado de amor, en mayo de 2021, regresó a la casa del Padre, donde estoy seguro que mi mamá y mi hermana lo estaban esperando.
Su funeral también fue una gran celebración. Con su vida, papá tocó el corazón de tantas personas que estaban allí. La profesión del credo que se cantaba en la iglesia era un sello a toda esta historia. Puede parecer solo una historia triste, llena de sufrimiento y muerte, pero en realidad, en medio de todo eso, siempre ha brillado el inmenso amor de Dios, que nunca nos ha abandonado ni nunca lo hará. Con este pequeño testimonio espero dar una pizca de valor a todos aquellos que se sienten aplastados por la vida. ¡Armarse de valor! El Señor está con nosotros. Siempre.