¡Feliz Navidad y próspero año nuevo, que tus deseos se vean realizados!
Si, bien, pero… dime qué vida llevas y te diré que felicidad esperas…
Ciertamente la búsqueda de la felicidad es lo que nos impulsa, nuestra razón de vivir, pues estamos hechos para ser felices. Sin embargo, mientras nos esforzamos por alcanzarla, inevitablemente pasamos por los claroscuros de la existencia, recibiendo toda clase de heridas que nos duelen por dentro y por fuera.
Ahí… en los siguientes doce meses, pueden estar muchas satisfacciones y alegrías, como también la dura realidad de una grave enfermedad, una quiebra económica o afectiva, la pérdida de un ser querido o el dolor por su sufrimiento, momentos de dura soledad, etc., etc.
¿Una absurda y cruel contradicción?
No, no hay tal, pues en la vida plenamente humana, la felicidad no consiste solo en la buena vida de sentir, tener, hacer, estar, etc., sino en ser. Una condición interior que nos hace vivir con la esperanza acrisolada en nuestro corazón, en medio de los inevitables avatares de la existencia humana.
Esperanza… ¿de qué? o ¿en qué?
La respuesta es que, quien nos creó, nos quiere felices en esta vida sin salirnos del cauce de la verdad de que, pase lo que pase, la verdadera y plena felicidad solo la encontraremos al final de nuestra existencia, en un salto a la eternidad… si por la esperanza perseveramos en el bien.
Significa que la persona es elevable, pero solo puede ser elevada, si acepta serlo.
¿Qué significa que es mejor "ser" que "tener" o "aparentar"?
Por eso el ser nos remite a la virtud, los valores, el agradecimiento por los dones gratuitamente recibidos, al amar hasta la abnegación y el sacrificio, a vivir con espíritu de servicio, al humilde autoconocimiento, para superarnos...
Eso explica que el tipo de felicidad que se espera, empuja a tener el tipo de vida que se tiene, lo que da cabida a la expresión: “dime qué vida llevas y te diré que felicidad esperas”.
Tristemente… ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!, puede ser una expresión en labios de personas que, a juzgar por sus vidas, no esperan demasiado, y son los suyos unos deseos que se quedan muy cortos.
¿Por qué les sucede así?
Lamentablemente, por una errada “modernización”, se ha perdido el significado vital de los valores forjados por generaciones que nos precedieron, dando espacios a la desesperanza o desesperación de una vida vacía… Por eso tantas quiebras afectivas, depresiones, adicciones.
Una desesperanza que rechaza el futuro y apuesta solo por un presente en el que la felicidad se identifica con el placer, el estar feliz con las realizaciones solo individuales, el activismo como la única respuesta a la soledad interior, el bienestar con la ausencia del dolor, de inseguridad, de riesgos etc. etc.
Por eso los mejores propósitos son los que se fundan en el amor a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
Tres categorías de buenos propósitos
La felicidad no es un sentimiento, ni un placer, ni un estado, ni un hábito, sino una condición estable en el interior de la persona, fundada en una radical esperanza de que no se vive para morir, sino para vivir más.
Por Orfa Astorga de Lira.
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