Entre los doce apóstoles elegidos por Jesús para ser sus discípulos más cercanos, dos llevaban el mismo nombre: Judas Iscariote, que traicionó a Jesús por treinta monedas de plata, y Judas Tadeo o de Santiago, identificado como un pariente cercano de Jesús enviado a predicar el Evangelio en Judea, Samaria, Galilea, Siria, Mesopotamia y Armenia.
Aunque del primero Jesús dijo: “¡Más le valdría no haber nacido!”(Mt 26,24) y los Evangelios relatan muchas cosas sobre él, dejando entender sus aspiraciones y sus artimañas, del otro Jesús no dice nada y los evangelistas se limitan a indicar su presencia entre los apóstoles.
Solo en un lugar nos habla san Juan de la pregunta de Judas Tadeo en la Última Cena: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22), a lo que Jesús respondió indirectamente: “El que me ama será fiel a mi palabra”.
Proximidad ambigua
Esta proximidad entre los dos Judas causa ciertas ambigüedades.
Para diferenciarlos, el segundo Judas va acompañado, en los Evangelios, de un apodo, “Tadeo”, derivado del adjetivo arameo (la lengua de Jesús) Taddajja que significa “valiente”, “digno de elogio” y “lleno de corazón”.
Aparentemente la intención era marcar bien por su nombre su carácter evangélico y las cualidades que caracterizan a un buen evangelizador.
Aparte de eso, la información sobre él es escasa, más allá del hecho de que tradicionalmente es considerado como el autor de la Carta de San Judas, el último texto, muy breve, antes del libro de Apocalipsis, del Nuevo Testamento.
Según la presentación que hace de sí mismo, podemos decir que Judas Tadeo es en efecto el hermano de Santiago el Menor, que también tuvo que distinguirse del otro Santiago, hermano de Juan, entre los apóstoles.
Aunque el grado de parentesco se sigue debatiendo entre las tradiciones, este Judas es hijo de Alfeo, hermano de san José y de María de Cleofás, una de las “tres Marías” presentes al pie de la cruz (Jn 19,25-27) en el momento de la crucifixión de Jesús.
Y es, por tanto... el primo (no biológico) de Jesús.
La única carta de Judas Tadeo
La Carta de San Judas es probablemente el texto menos conocido y menos leído de todos los textos del Nuevo Testamento. Y con razón, si se confunde al atribuirla a Judas Iscariote, el que vendió a su maestro.
No obstante, el poder de las palabras que encontramos en esta carta no puede llevar a la confusión entre los dos Judas, más allá del hecho mismo de que este Judas se presenta como “Judas, servidor de Jesucristo, hermano de Santiago”, aunque no se designe a sí mismo en ninguna parte como apóstol.
Como dice Orígenes, padre de la exégesis bíblica, de esta carta: “si bien consiste en unas pocas líneas, está llena de portentosas palabras de gracia divina”.
Un rasgo subrayado por Benedicto XVI, en 2006, durante una de sus catequesis, evocando su personalidad y recomendándolo a los fieles y peregrinos como modelo a seguir en sus vidas: “utilizando palabras fuertes”, dice, Judas Tadeo advierte a los cristianos contra cualesquiera que “toman como excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables”, tacha a estos últimos de “nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre”.
¿Cómo confundirlos? Se ve claramente que el autor de estas líneas “vive en plenitud su fe, a la que pertenecen realidades grandes, como la integridad moral y la alegría, la confianza y, por último, la alabanza”, destaca el Papa emérito.
San Judas, un poderoso intercesor
Judas Tadeo vivió incansablemente la belleza de la fe cristiana. Agricultor de origen, predicó el Evangelio hasta Persia, antes de morir mártir en la ciudad de Maku, entonces perteneciente al Reino de Armenia (ahora en el norte de Irán).
La tradición armenia lo considera el fundador de su Iglesia con el apóstol Bartolomé (a partir del año 43), mientras que otras tradiciones sitúan el lugar de su martirio en Siria, o en Mesopotamia.
Sin embargo, todos reconocen en él un ser tan bueno que es venerado como el “santo patrón de las causas desesperadas y de las causas perdidas”, como aquel que continúa hasta el final de sus expectativas cuando no queda nada más que la esperanza y la fe.
Por lo tanto, Judas es considerado un santo poderoso. Sus intercesiones fueron consideradas notables, casi milagrosas. Y por eso se le dedican varias oraciones:
Para una situación muy dolorosa:
“Oh, Judas,
Tú que acompañaste a Jesús en Su sacrificio
y que recibiste por siempre Su amor y Su confianza,
tú que llevaste Su mensaje dondequiera que fuera peligroso,
transmítele mi humilde oración
para que me sea aliviado este mal,
porque tienes el poder de hacerte escuchar ante Nuestro Señor
incluso para situaciones tan desesperadas como la mía.
Amén”.
Para hacer renacer la esperanza en el corazón:
“San Judas, tú haces renacer la esperanza en nuestros corazones.
Tus méritos y tu vida ejemplar ahora nos traen bendiciones y gracias divinas, sé nuestro defensor.
Condúcenos a Jesús y a María. Contigo, bendito Apóstol, damos gracias a Dios y Le alabamos de todo corazón por los innumerables beneficios que recibimos constantemente. Amén”.
Para crecer en la fe:
“San Judas, nuestro fiel intercesor ante Jesús, escucha nuestras intenciones especiales para presentarlas al Señor Todopoderoso, Fuente de todo bien.
Consíguenos un aumento de nuestra fe en Su amor.
Que cada día nos encuentre en unión cada vez más íntima con nuestro Padre en los Cielos. Amén”.
Sus grandes devotos
Muchos santos fueron grandes devotos de Judas Tadeo. Se dice que san Bernardo de Claraval viajaba siempre con una reliquia del santo apóstol; que él fue quien sacó a santa Gertrudis de entre las sombras; y finalmente que fue a él a quien Jesús designó como un poderoso intercesor cuando se apareció a santa Brígida de Suecia, en un momento de gran necesidad, pidiéndole que invocara su ayuda con fervor.
San Judas es honrado el 28 de octubre con san Simón, originario de Caná, por haber trabajado juntos por la conversión de los gentiles.
Él también recibió un apodo —“el cananeo”— para distinguirlo de Simón Pedro, “Príncipe de los Apóstoles”, aunque su apodo fuera más favorecedor, pero ¡por si había confusión!