Sus mensajes en el santuario del santo invitaban tanto a defender la vida desde el inicio hasta el final como el cuidado de la vida del prójimoEl Santuario porteño de San Ramón Nonato, en Villa Luro, es el epicentro anual de las celebraciones por el santo protector de las embarazadas en Buenos Aires. Inaugurado en 1939, y muy cerca del santuario de San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, son privilegiadas peregrinas a san Ramón Nonato las mujeres que buscan concebir o protección para sus niños, y las familias en general.
Durante años, el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio visitó el santuario para celebrar las patronales de San Ramón Nonato y proponer con los peregrinos la cultura de la vida. Sus mensajes, siguiendo los lemas propuestos cada año y la pastoral integral familiar del santuario invitaban tanto a defender la vida desde el inicio hasta el final como el cuidado de la vida del prójimo sin usarlo (2006), insistiendo que la vida es un regalo de la que no somos dueños y a la que somos invitados (2007), a luchar por la vida en un mundo que no quiere oír hablar de vida y que excluye tanto a los niños esclavizados por el narcotráfico como a los que son matados en el seno materno como si esa fuese la solución a la trata de niños (2008), a poner la cara a la cultura de la vida en cosas prácticas y sencillas como cuidar a la embarazada, los niños usados y sus familias y acompañar a los ancianos (2011), entre otros.
Pero la última homilía del cardenal Bergoglio predicada en San Ramón Nonato, el 31 de agosto de 2012, a la vista de sucesos y disputas argentinas de los últimos años y en particular semanas, reviste un carácter profético. Porque mientras la moneda argentina se devalúa casi permanentemente afectando los precios y el costo de vida, sobrevuela la crisis económica una discusión política que enfrenta a los argentinos desde hace años: la famosa grieta.
Más allá de la elección del nuevo presidente, resurgen discusiones y agravios entre los propios argentinos. Cuidar y respetar la vida y dignidad del otro, y acompañar a las nuevas generaciones a que crezcan en ese respeto, era una preocupación del papa ya por entonces.
Evocando un consejo paulino de vivir unidos compartiendo lo mejor de cada uno siendo hombres y mujeres de bendición, el entonces cardenal Bergoglio clamó en la homilía de San Ramón Nonanto en 2012:
“Hemos heredado una bendición. Esa bendición la tenemos que buscar. Esa es nuestra vocación más cristiana: ser instrumentos de la bendición de Dios. Hombres y mujeres que ‘ben-dicen’, que lo dicen bien. Que lo dicen en tono bueno. No queremos ser hombres y mujeres que mal dicen. Mal dicen, dicen mal las cosas, distorsionan, dicen la mitad, hieren, agreden.”
El arzobispo pedía entonces pensar en el contexto en el que crecen los niños y pedía mansedumbre:
“Frente a esta cultura del insulto y de la descalificación se nos pide mansedumbre. Que seamos mansos. Hay muchos chicos. Ustedes pueden pensar: los chicos que están acá, en casa ¿Qué es lo que más escuchan? ¿Gritos o conversaciones tranquilas y en paz? (…) ‘No, Padre, es que me insultó’. Bendecilo en tu corazón, si te insultó. A Jesús la noche del Jueves Santo le hicieron de todo, y ¿Jesús qué dijo? ‘Perdónalos Padre, no saben lo que hacen.’ Bendecí al que no te quiere, bendecí cuando hay un problema en tu corazón, y pedí al Señor que ayude a solucionarlo. Pero con los gritos y con la agresión, con el insulto, al contrario, no vas a llegar a ninguna parte. Vas a resquebrajar más la unidad de tu familia, la unidad de tu barrio, la unidad de tu lugar de trabajo, la unidad de tu pueblo”.
En el último fragmento de esta última homilía que daría en San Ramón Nonato, ya que en marzo siguiente sería electo Papa, Bergoglio invitó a que se tenga la ternura de los niños para ser personas de mansedumbre que no insulten y ni quiten el cuero a nadie.
“¿Qué me dicen si yo le doy un sopapo a esta nena acá delante de todos? ¡Este cura está loco! Lo menos, de ahí para arriba. Sin embargo, cuando maldecimos a otro, cuando destruimos la fama de otro, cuando gritamos, estamos haciendo lo mismo: sopapear al otro. Y si lo hacemos por detrás peor todavía. Maldecimos. Miremos estos chicos e imaginémosnos este sopapo. Eso es lo que hacemos cuando vamos por ese camino, de la maldición. En cambio, cuando uno acaricia a un chico siente que le viene una fuerza, que hay algo grande, que hay inocencia. Es la ternura que te contagia. Esa es la ternura de la bendición que pedimos para nosotros. Señor, que el haber crecido no nos haga malos, no nos quite la ternura. Y si nos quitó la ternura devolvémela. Fue esto nomás lo que yo les quiero decir: hombres y mujeres de bendición. Hombres y mujeres de mansedumbre. No insulten a nadie, no le saquen el cuero a nadie”.
Agravios a quienes votaron distinto o salieron a la calle a expresar lo que pensaban, o incluso a quienes lo hacen en redes sociales, son moneda corriente en esta campaña que además de enfrentar candidatos enfrenta ciudadanos. Con tanto grito, como decía el entonces arzobispo de Buenos Aires, hoy papa Francisco, se resquebraja la familia y el pueblo.
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