Envejecer no es sinónimo de paro y vacío. Al jubilarse una persona puede llevar una vida activa y comprometerse con iniciativas que aumenten su calidad de vida y le llenen de paz y alegría
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Los mayores se encuentran en la jubilación ante un cierto vacío sin no se empeñan en construir un nuevo relato sobre sus vidas. Si la jubilación es una parada en seco las consecuencias pueden ser una pérdida de sentido de la vida que repercute en la salud y la longevidad.
La alternativa es el envejecimiento activo, concepto definido por la OMS (Organización Mundial de la Salud, 2002) como “el proceso de optimización de las oportunidades de salud, participación y seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas que envejecen”.
La idea básica es que un mayor no debe bajar los brazos y debe comprometerse en tareas sociales, culturales, económicas, cívicas o espirituales.
En ocasiones estas actividades están relacionadas con su campo profesional en el plano de la asesoría y la consulta. Se está hablando mucho del envejecimiento productivo y del valor económico del valioso saber-hacer (know how) de los mayores que acumulan una auténtico conocimiento profesional que no se puede desperdiciar.
El campo cultural es amplísimo tanto en el plano creador como el plano del disfrute: teatro, literatura, arte, ciencias. Se trata de seguir jugando un papel importante en la sociedad desde la calidad y cantidad del tiempo del cual se dispone y ahí aparece el voluntariado.
El voluntariado social es una actividad de compromiso cívico, a menudo espiritual, donde los mayores pueden dispensar una gran ayuda. Gozan de experiencia, han vivido y aprendido a vivir y su asesoría personal y vital es muy necesaria en la visita a enfermos, en la ayuda a discapacitados, en la formación de niños y jóvenes, en las iniciativas sostenibles y solidarias o de cualquier tipo que nos podamos imaginar.
Pero definamos el voluntariado social formal (estructurado en una asociación) como aquella actividad emprendida por un individuo que tiene como objetivo ayudar a otros a mejorar a la comunidad en sus necesidades. Es una acción emprendida con libre albedrío, y no pagada (quizá algún gasto de movilidad), que se haya estructurada por una organización que asegura una concreción de fines, plataformas y convenios con las instituciones ayudadas: bibliotecas, hospitales, escuelas, particulares, etc.
Los resultados no son solo los beneficios para las personas ayudadas sino el bienestar para el propio voluntario en términos de salud, equilibrio psicológico, sentido de la vida. Un mayor recién jubilado que se incorpora a un voluntariado social va a ser más feliz y va a mejorar su salud, longevidad y sociabilidad. Los beneficios generan una paz interior que se traduce en una barrera para la depresión y que aumenta la satisfacción personal y la calidad de vida.
Y no solo porque percibe la ayuda que dispensa a las personas necesitadas, sino porque realiza abundante actividad física y se siente parte de una empresa de miras altas y porque además comparte objetivos con personas de su edad que le contagian con el mismo talante vital: el gozo de saberse útiles y queridos. La pasividad ha sido sustituida por la actividad y la espera resignada, estresante, da paso a unas iniciativas que no hablan de conformismo sino de un quehacer productivo, sano y emprendedor.
Los estudios sobre el voluntariado de los mayores también señalan que el voluntariado social ayuda a superar el duelo ante las pérdidas que a estas edades son más frecuentes: la muerte de los cónyuges, un pariente o un amigo.
Pero vayamos a la raíz: una de las circunstancias que más nos fortalecen en nuestra existencia –a los mayores y a los no tan mayores- es el sentido de la vida. Si la vida tiene sentido, entendido este concepto desde los trabajos de Viktor Frankl (1905-1997), el motor interior se engrasa y entonces sé es capaz de casi todo.
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Necesitamos una sociedad de mayores voluntarios comprometidos cívicamente pues son quienes poseen una delicadeza en el pensar y en el cuidar que los más jóvenes a veces no podemos ni paladear. Los más jóvenes estamos atados a unos agobios que nos inducen a perdernos lo mejor. ¿Y qué es lo mejor? La ayuda de un amigo, la atención de una persona afable, la escucha de un experto en la vida, un mayor, que nos puede sacar de muchas dudas pues él ya lo ha vivido casi todo.