Un catalejo, una lupa, un celular o un ordenador: Utilizar lo que Dios pone en mi camino para cuidar a las personas
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
El otro día me regalaron un catalejo. Al cogerlo entre mis manos me pregunté: ¿Para qué me sirve? En la oscuridad de la noche no veía nada. No había luz. Intenté ver los objetos iluminados por las lámparas. Estaban demasiado cerca. Todo se veía negro.
Sólo al día siguiente, en un día soleado, lo volví a tomar entre mis manos y miré por la ventana. De pronto vi al alcance de mi mano lo que antes parecía tan lejos. ¡Veía tan bien lo lejano! Parecía todo tan cerca.
¿Había logrado mi catalejo cambiar la realidad? ¿Había traído junto a mí ese objeto lejano? ¿Era un truco de magia?
No era magia. Lo que antes estaba lejos, seguía lejos cuando dejaba a un lado el catalejo. Mi mirada no lo veía sin esa ayuda. Con esa ayuda, lo lejano parecía que estaba a mi lado. El funcionamiento de las lentes parece muy sencillo. Las dos lentes acercan la realidad.
Pienso que mi catalejo me permite ver lo que está lejos. Ver con detalle lo que normalmente no logro ver por la distancia. Pero no me deja ver lo más cercano. Así suele ser en mi propia vida.
Uso el catalejo y me fijo en los defectos de los que están lejos. Veo otras vidas lejanas que admiro o juzgo. Aprecio con claridad las virtudes de los lejanos. Están muy lejos y la distancia no me permite profundizar ni ver los detalles. Sólo me llevo una imagen aparente.
El catalejo me ayuda a ver el pecado ajeno. Pero no me deja apreciar el propio. Tal vez todo tenga que ver con la parábola de la viga en mi ojo y la paja en el ojo ajeno.
No sé si debería dejar de usar el catalejo y así no escandalizarme tanto con los pecados del mundo. No sé si una lupa me vendría mejor. Sí, una lupa para ver mi propia vida en su grandeza y en su pequeñez.
Sigo pensando en mi catalejo. Me gusta porque veo tantas cosas que sin él no veo… Pienso en lo bueno, en la belleza que se escapa a mi mirada torpe y limitada, mi vista corta. El catalejo me permite observar lo más lejano, apreciar el mundo, valorar la realidad.
¿Cómo funciona la magia de mi catalejo? No lo entiendo. Me acostumbro a usar cosas mágicas cada día. La tecnología hace posible lo imposible.
Recibo un mensaje en el whatsapp sin esperar ni un segundo. Hablo con alguien a miles de kilómetros de distancia. Veo en una pantalla una película. Le dicto al teléfono y escribe o hace lo que le pido. Subo documentos y fotos a una nube y puedo luego acceder a todo lo que tengo cuando lo deseo.
Todo parece imposible, pero no lo es. La tecnología lo permite, lo hace fácil. Lo que hasta hace un tiempo era imposible, ahora es posible. Parece magia.
Y yo me acostumbro a lo imposible. Me habitúo a utilizar la tecnología como algo evidente. Y me enfurezco cuando las cosas no funcionan como yo quiero.
Mi saber es limitado. Eso lo sé. Pero doy por evidentes avances que antes eran impensables. El catalejo está tan lejos de esa cámara en mi ordenador que me acerca al que está a miles de kilómetros…
No quiero dar nada por evidente. Quiero usar lo que Dios pone en mi camino para cuidar a las personas.
Creo que la tecnología está al servicio del hombre. Y no al revés. No estoy al servicio de mi móvil, de mi ordenador, de mi nube. Soy mucho más importante que todo lo que tengo.
Pienso en mi catalejo. Pienso en todo lo que me acerca y aleja de las personas. En todo lo que me hace observar la realidad como es. Sin pasar por alto los detalles.
Pienso en mi catalejo y en mi lupa. Quiero ver. Quiero contemplar con misericordia. Quiero ver para alabar y dar gracias.
Fijarme en lo bueno, en lo importante y no poner tanta atención en lo malo, en lo defectuoso. A veces parece que es lo definitivo. No lo es. Para eso tengo que manejar bien las distancias. Estar cerca y mantenerme a veces lejos.
Decía el papa Francisco hablando de “Jesús que, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles, como la samaritana o la mujer adúltera”.
Jesús mira lejos. Habla del ideal que observa con su catalejo. Pero luego se acerca con su lupa. Muy cerca del que sufre. Muy cerca del que tiene problemas.
Se abaja a su vida como es y ve lo bueno y lo malo. El error y el acierto. Aprecia el dolor y la alegría. Porque muchos extremos se mezclan en el alma. Casi se confunden y suceden en un mismo latido. Y Jesús lo ve todo.
Y quiere que yo también lo vea todo y lo ame. Con mi catalejo. Con la lupa de mi misericordia. Con el microscopio que ve todos los detalles de generosidad que pasan desapercibidos al ojo humano.
Necesito una ayuda para ver más. Necesito usar más mi catalejo con sabiduría. Y mi lupa. Y acercarme guardando una sana distancia. ¿Cómo se hace?