De vez en cuando en la vida en pareja surge un hartazgo masculino, ya sea lacerante o puntual. ¿De dónde viene este malestar? ¿Es irremediable? ¿Cómo superarlo y adoptar una visión positiva de la esposa?“En cuanto digo algo a los niños, ¡ella viene para decir lo contrario!”; “tengo que estar sometido a ella, hacerle todo tipo de favores de inmediato, como masajearle la espalda o traerle las zapatillas, porque si no, me pone caras o pone los ojos en blanco como diciendo ‘yo me he ocupado de los niños, de la limpieza y de la comida, ¡ya podrías hacer tú algo!’”; “me tiene harto con sus dietas ‘bio’, ¡estoy muerto de hambre!”; “hasta la coronilla estoy de tener que tranquilizarla sobre su peso, ¡porque si no tenemos crisis de lágrimas interminables!”; “ella siempre quiere hablar, hablar y hablar, y a mí eso me agota, necesito silencio, calma y soledad”.
Hacer un pequeño recorrido por los foros de discusión es instructivo para averiguar lo que los hombres piensan a veces de las mujeres.
Se puede medir todo el desasosiego y la amargura que a veces resultan de las relaciones conyugales, con frecuencia perjudicadas por una simple falta de comunicación.
Mejor que leer los consejos primarios de anónimos en Internet, francamente deprimentes, que se limitan a reflexiones como “todas son así, no hay nada que hacer, excepto salir huyendo”, preguntémonos por las causas de este hartazgo masculino e identifiquemos soluciones para cambiar su perspectiva, y al mismo tiempo, salvar la relación.
De la idealización a la realidad
¿Cómo explicar que un día un hombre hinque su rodilla en el suelo para pedir la mano de su amada y que unos años más tarde pueda pensar con rabia que “su mujer le tiene harto”?
Múltiples factores entran en juego para responder esta pregunta, pero los tres principales residirían en la idealización inicial del ser querido, que un día se choca con la dura ley de la realidad; el progresivo distanciamiento entre los cónyuges debido a la falta de comunicación y la falta de cuidado a la pareja y, por último, la evolución del cónyuge, que ya no se parece a lo que era antes…
Al principio de una relación, la pareja está cegada por el sentimiento de amor y de idealización de la persona amada, hasta el punto de que lo que antes amabas en la pareja es lo que hoy te irrita.
Puede ser que esa necesidad que ella tiene de sentirse protegida fuera la que te encandilara hace unos años, la misma que te pesa ahora porque ya no tienes tiempo ni ganas de calmar “lloriqueos”.
Los expertos en el sentimiento del amor afirman que la fase pasión-adoración-fusión dura tres años.
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Tres años al cabo de los cuales la realidad recuperaría sus derechos y el verdadero rostro de su cónyuge aparecería entonces sin maquillaje ni artificio, dando lugar a una gran desilusión, agravada por una rutina triste e insípida.
¿Es cierto?
El distanciamiento entre los esposos, que a veces se agrava de manera totalmente insidiosa a causa de lo que no se dice, de las dificultades difíciles de superar, del exceso de trabajo de uno o de la maternidad abrumadora del otro, hace que directamente uno deje de mirar de forma positiva al otro y se centre solo en los aspectos negativos de la persona.
Al acumular reproches y molestias con respecto a la pareja, uno termina enterrando toda indulgencia y afecto.
La evolución de la personalidad del cónyuge es un caso delicado que requiere un verdadero discernimiento: ¿ella ha cambiado, pero el matrimonio me compromete “en lo bueno y en lo malo”? ¿O ella ha cambiado hasta el punto de poner en peligro la unidad familiar? Las consecuencias no serán las mismas.
¿Cómo recuperar una mirada de bondad sobre la esposa?
El primer paso es llorar el duelo de la mujer ideal, que no existe, y tener la voluntad de amar a la esposa tal y como es, con sus defectos, sus errores y sus manías, por absurdas que parezcan.
Por otro lado, esto no impide una comunicación sincera y verdadera. Si uno de sus defectos te resulta especialmente insoportable, comienza la conversación explicando por qué te molesta y que sería muy importante para ti que ella prestara atención a esa particularidad.
Reconoce tus frustraciones, tus tensiones más profundas, que tal vez han tomado tales proporciones que ya es toda la persona de tu esposa la que te irrita, cuando en realidad un solo ajuste quizás haría posible reencauzar la situación.
La falta de entusiasmo sexual por su parte la hace francamente menos atractiva, así que dile que necesitas encontrar momentos de intimidad para reavivar la llama.
Para cambiar tu punto de vista, puede ser útil hacer una lista de sus cualidades, que ya has olvidado, y de los valores que compartís y que os unen.
Recuerda vuestros buenos momentos, el día que la conociste, la forma en que le propusiste matrimonio. ¿Qué te gustó de ella que ya no ves?
Si recordar los momentos felices del pasado te hace sonreír, estás en el camino correcto. ¡Depende de vosotros volver a tener buenos momentos!