En la psicología masculina ante todo está el respeto mientras que en la femenina está el amor. Finalmente, al ser unión, respeto y amor se funden.
Una vez más, una fuerte discusión estalló de pronto entre mi esposa y yo a los pocos meses de casados. Ambos comenzábamos a reaccionar ante el juicio y el reclamo de lo que considerábamos un defecto en el otro. Se cernían sobre nosotros gruesos nubarrones, sobre todo por mi intolerancia ante las diferencias.
Con mi fuerte temperamento yo esperaba que en momentos como esos, ella se sujetara intimidándose ante mis poses, gritos, gesticulaciones… pero, para mi sorpresa, en vez de ello, subía el tono y con mejores recursos racionales y emotivos sostenía su posición, solo que a diferencia de mí no llegaba a la ira, la ofensa y fácilmente perdonaba olvidando.
Así que ahí estaba yo, con o sin razón, fuera de mis cabales con el corazón agitado.
Iracundo, salí a la calle a caminar bajo una pertinaz lluvia que fue calmando mis ánimos. Luego, unos brillantes relámpagos parecieron iluminar mi mente y corazón, pues comencé entonces a reconocer que me había casado con un ser pensante y apasionado de la vida, decidido a defender su individualidad y autonomía en su forma de pensar y sentir, no solo en el terreno de los valores personales, sino también de lo opinable. Lo que marcaba decididamente nuestras diferencias al convivir.
Regresé sinceramente arrepentido a pedir perdón, muy consciente de que la vida nos expondría a muchas diferencias, ante las que nuestro amor habría de hacer un fuerte contrapeso.
Me costaba trabajo creer que temas que nos empezaban a confrontar, como el de nuestras familias de origen, el uso del dinero, nuestros respectivos amigos, la llegada del primer hijo, los hábitos alimenticios o el uso del tiempo libre solo señalaban diferencias, que armonizadas, habrían de constituirse en un bien para nuestro matrimonio.
Y precisamente esos temas eran solo como la punta del iceberg de todo aquello en lo que deberíamos buscar ser unión, conservando nuestras individualidades.
Pasó el tiempo sin lograr cambiar de fondo. Aunque con menos frecuencia, volvíamos a apasionadas discusiones y disgustos que más de una vez me dejaron abatido. Pero fui aprendiendo de ella: que los días de sol se imponen sobre las noches oscuras, y que había en mí cierta falta de humildad y fortaleza.
Por ello, solicité ayuda especializada.
Fueron cinco las premisas que me ayudaron a mejorar desde la perspectiva de que, las diferencias siendo inevitables, no tenían por qué hacernos sufrir, sino unirnos más.
La primera: Debía entender en principio, como inmadurez y falta de realismo, lo que me hizo en momentos de mi vida suponer que las dificultades en nuestra relación no eran elementos normales del ir enfrentando juntos la vida sino algo extraordinario.
La segunda: Discutir es normal y es sal necesaria en el amor porque es señal de amar lejos de la indiferencia. Pero es necesario valorar antes y muy bien el motivo, además de hacerlo en el momento correcto, en el lugar propicio y con el tono y las palabras adecuadas.
La tercera: En la psicología masculina ante todo está el respeto mientras que en la femenina está el amor. Al final, respeto y amor se funden cuando se abraza la verdad de que nada es más importante que conservar la armonía.
La cuarta: Puede pasar que cualquiera de los cónyuges cometa un error por el que, de forma real o por percepción subjetiva, el otro se considere dañado u ofendido, pero éste no debe poner en tela de juicio que se trata de un mal momento y nunca será esa la verdadera intención de quien tiene abonadas tantas muestras de abnegación en el amor. No sería justo olvidarlo ni por un instante.
La quinta: Es necesario cultivar una fortaleza nacida del más fino amor y respeto para aceptar y sobrellevar las diferencias.
Algunos ejemplos:
- Capacidad de controlar el propio estado de ánimo.
- No dejarse abatir por las contrariedades.
- No caer en el desánimo ante las dificultades, conservando la energía al emprender una tarea que nos hemos propuesto.
- Prepararnos para hacer algo que sabemos que nos costará emocionalmente.
- Desarrollar habilidad para superar los miedos, la timidez, la pereza, los enfados.
- Desarrollar sobre todo la habilidad de superar la agresividad en nuestras reacciones.
La fortaleza es la virtud humana estrechamente relacionada con la inteligencia emocional que nos permite sobrellevar adecuadamente los inevitables roces humanos. Y es que contribuye a moderar los impulsos para que nuestra inteligencia sepa distinguir lo conveniente de lo inconveniente, lo bueno de lo malo y lograr una conducta equilibrada en nuestras tendencias y un uso razonable de las cosas.
Vamos logrando así que nuestra relación crezca en el amor y el respeto, al tiempo que abrimos espacio a una nueva forma de ser juntos: en criterios, gustos, aficiones, tristezas y alegrías.
Una nueva forma desde la que vamos aprendiendo a amarnos, y por la que no es nada exagerado apreciar que los esposos con el tiempo, llegan hasta parecerse físicamente.
Es como la tercera dimensión en el amor.
Orfa Astorga de Lira, máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
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