Me da miedo querer ser yo el pacificador de sus almas, sólo Dios puede hacerloJesús se detiene hoy ante una mujer que llora delante de su hijo muerto. Le da lástima oír su llanto y se conmueve: “Al verla, le dio lástima y le dijo: – No llores”.
Siempre me conmueve cuando Jesús se conmueve. Me emocionan sus lágrimas, su pena, su tristeza honda y auténtica. Sufre por esa mujer viuda que ha perdido lo único que la ataba a la vida. Lo único que la mantenía con vida. ¿Qué será de ella ahora?
Muchas veces yo no me detengo ante la mujer que llora en su angustia. Paso de largo. Veo llorar al que sufre y sigo mi camino. Tal vez ver tanto dolor ha anestesiado mi corazón. Me gustaría detenerme ante el dolor del hombre. Como lo hace Jesús. Detenerme y llorar yo conmovido al ver llorar a alguien.
No quiero permanecer indiferente ante el que sufre a mi lado. Quiero ser como Jesús y no lo logro. Me gustaría poder yo también decirle eso al que llora delante de mí: “No llores”.
No puedo cambiar su vida. Lo sé. Pero no quiero que llore. No tengo el poder para devolverle la salud. Pero que no siga llorando. La realidad seguirá siendo la misma. ¿Cómo se puede entonces dejar de llorar?
A veces me gustaría tener una varita mágica. En ocasiones la vamos buscando. Buscamos una receta que me quite la pena, las lágrimas, el llanto. Una solución a los problemas. Una forma nueva para enfrentar la vida. Una madurez para recomponer el alma rota. Unas herramientas para darle sentido a todo lo que me sucede.
En ocasiones me veo exigido a dar soluciones, herramientas, varitas mágicas. Hay personas que llegan pidiéndome ese milagro. Necesito. Quiero. Espero. Deseo. Y yo caigo en el mismo juego. Tengo. Lee. Busca. Haz.
Y las personas se van convencidas. Tienen su varita mágica, su receta, su libro de autoayuda perfectamente diseñado. Ya nada puede salirles mal. Ante la próxima adversidad sabrán perfectamente cómo reaccionar. Ya no habrá eslabones rotos en la historia de sus vidas.
Ya el mal tendrá un sentido. Y la desgracia y la pérdida. Todo tendrá una lógica humana que lo hará más llevadero. Tendrán la varita para transformar la realidad.
Y buscarán milagros extraordinarios. Oraciones fuera de lo normal. Actos sobrenaturales que refuercen su fe. Descubrirán en su historia una huella más de Dios. Y sentirán que tienen su vida bajo control. Todo dominado. Todo asegurado.
Me da miedo caer en ese juego de buscar recetas. Pretender yo tener esas respuestas que buscan. Ser yo ese mago capaz de cambiar sus vidas y hacerlas diferentes, mejores, más plenas. Lograr que su mirada sea capaz de cambiarlo todo.
Sólo yo con mi sabiduría. Sólo yo con mis palabras llenas de vida. Con mis recetas. Con mis consejos. Me da miedo querer ser yo el pacificador de sus almas. Sólo Dios puede hacerlo. No hay varitas mágicas. Ni recetas.
Sólo la fe y el esfuerzo al caminar por la vida de la mano de Dios. Eso es lo importante. En la rutina de la vida. Sin pretender milagros a cada paso, más que el milagro de mi mirada y de mi corazón enamorado de mi vida.