En estos días en que la Irlanda católica se descubre "moderna", en muchos artículos se habla del más famoso de los homosexuales católicos: Oscar Wilde, artista genial con un espíritu finísimo, que afrontó la cárcel a causa de las leyes contra la homosexualidad de la Gran Bretaña victoriana. Y se ha convertido – comprensiblemente – en icono del orgullo gay. Sólo que Wilde no estaba en absoluto orgulloso de ello.
Genio, vida desordenada y arrepentimiento
La vida de Oscar Wilde fue a menudo atormentada por un cínico desprecio por los demás, como lo demuestran sus ácidos aforismos, por la obsesiva búsqueda de un placer transgresor hacia sí mismo con todo tipo de conducta, manteniendo incluso relaciones que el mismo escritor definió al final de su vida como "humillantes".
En 1898, al salir de la cárcel después de una condena de dos años por delitos contra la moral, escribe "De Profundis", una novela epistolar dedicada a su amante y causa de su ruina, Alfred Douglas, a que recuerda: "…solo en el fango nos encontrábamos" y añade: "pero sobre todo me reprocho por la completa depravación ética a la que te permití que me arrastraras".
Una conversión autentica
Pocas semanas antes de su muerte, entrevistado por un periodista del Daily Chronicle, declaraba entre otras cosas: "Buena parte de mi perversión moral se debe al hecho de que mi padre no me permitió hacerme católico. El aspecto artístico de la Iglesia y la fragancia de sus enseñanzas me habrían curado de mis degeneraciones". Concluía de manera resoluta: "Tengo la intención de ser acogido en ella cuanto antes".
En un célebre aforismo declaraba, entre la ironía y la rabia, que: "La Iglesia católica es sólo para los santos y los pecadores; para las personas respetables va muy bien la anglicana".
Respecto al pecado y al pecador, merece recoger lo que escribe en "De Profundis": "El Credo de Cristo no admite dudas, y yo no tengo dudas de que sea el verdadero. Naturalmente, el pecador debe arrepentirse. ¿Por qué? Simplemente porque de lo contrario sería incapaz de comprender lo que ha hecho. El momento de la contrición es el momento de la iniciación. Más aún: es el instrumento con el que cambia el pasado".
La experiencia de la cárcel
Prosigue recordando lo que afirmaba la filosofía griega: "Ni siquiera los dioses pueden cambiar el pasado", y a esto Wilde responde: "Cristo demostró que el más pobre pecador podía hacerlo, más aún, que era lo único que sabía hacer. […] Es difícil, para la mayor parte de la gente, captar esta idea. Me atrevo a decir que es necesario ir a la cárcel para comprenderla. En este caso, quizás vale la pena ir".
Igualmente, sobre este tema, Wilde confiaba a su amigo Andrè Gide: "La piedad es un sentimiento maravilloso, que antes no conocía […] ¿Sabes qué noble sentimiento es la piedad? Doy gracias a Dios, sí, cada noche doy gracias a Dios de rodillas por habérmela hecho conocer. Entré en prisión con el corazón de piedra; no pensaba más que en mi placer… Ahora mi corazón se ha abierto a la piedad. He comprendido que la piedad es el sentimiento más profundo, más bello que existe. Por eso no guardo rencor contra quien me condenó, ni contra ninguno de mis detractores: es mérito suyo si he aprendido lo que es la piedad".
Sincero "papista"
Oscar Wilde tuvo también ocasión de encontrar a dos papas visitando Roma. El primero fue Pío IX, quien suscitó en él tal entusiasmo que le dedicó la poesía "Urbis Sacra Aeterna", dentro de una colección de poemas que llevaba un título muy significativo, "Rosa Mystica".
El otro fue su sucesor, León XIII, del que escribe: "Cuando vi al anciano blanco Pontífice, sucesor de los apóstoles y padre de la cristiandad, llevado por encima de la multitud, pasar cerca de mí y bendecirme donde estaba arrodillado, sentí la fragilidad de mi cuerpo y mi alma deslizarse de mí como un viejo vestido, y fui totalmente consciente de ello". Wilde fue crítico con las religiones, pero nunca blasfemo...
Muchos le siguieron
Muchos de los amigos de Oscar Wilde que compartían con él el amor por los excesos se convirtieron al catolicismo, empezando precisamente por Alfred Douglas, el amante por el que Wilde acabó en la cárcel, y también su padre, el marqués Queensberry, quien habiéndose declarado siempre ateo y materialista, a punto de morir se convirtió a la Iglesia católica.
Igualmente Robert Ross, su mejor amigo que le asistió hasta el final, pero también su hijo Vivian, John Gray (que inspiró el famoso relato de Dorian Gray), llegó incluso a ser un sacerdote muy apreciado en Escocia. Se convirtió también el pintor Aubrey Beardsley. Hunter Blair tomó el hábito benedictino y el poeta Andrè Raffalovich se hizo terciario dominico. Es bastante improbable que todo esto sea casualidad.
En una entrevista a la agencia Zenit del escritor italiano Paolo Gulisano, experto en literatura británico (autor de varios libros sobre Tolkien, Lewis, Chesterton, Belloc y el propio Wilde) lo explicaba: “El camino existencial de Oscar Wilde puede ser visto también como un largo y difícil itinerario de conversión al catolicismo. Una conversión de la que nadie habla, y que fue una elección meditada (y postergada) durante mucho tiempo”. Hasta casi su muerte.
Sobre la conversión de Oscar Wilde, remitimos a los autores Paolo Gulisano, “Il Ritratto di Oscar Wilde” (Editrice Ancora), y Joseph Pearce, "Escritores conversos" (Ed. Palabra)