En aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos
de alegría y le dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre".
Él les contestó: "Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes
les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer
toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se
alegren de que los demonios se les sometan. Alégrense más bien de
que sus nombres están escritos en el cielo".
En aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo
y exclamó: "¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y
las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te
ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie conoce
quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "Dichosos los ojos
que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas
y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que
ustedes oyen y no lo oyeron".
Lucas 10, 17-24