¿Cómo ayudar a un adolescente a distinguir un ligue del amor verdadero?

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Edifa - publicado el 24/04/21
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Veamos qué es el flirteo y qué consecuencias tiene en la vida de los jóvenes, deseosos de amar

Aunque parece que todos los etimólogos no están de acuerdo sobre el origen de la expresión “flirt”, ligue, nos gusta pensar que este término no deja de estar relacionado con la vieja expresión: “¡Me ama, no me ama, me ama…”

Cuando tenemos cinco o seis años deshojamos la margarita para jugar, como recitando una canción infantil, con grandes risas y guiños maliciosos. Diez años después, la cosa va de otra manera y, con o sin margarita, la letanía de los “te amo” no tiene nada de anodino. ¿El flirteo es un mal o un tránsito obligado?

Las palabras son tramposas porque recubren todo y cualquier cosa. Y, más allá de las palabras, la noción de flirteo recubre todo un abanico de relaciones pseudoamorosas: se juega a amarse, se hace como si se amase o se cree amarse de veras, pero sin tomar el tiempo de afirmar este amor, de hacerlo madurar; se va demasiado deprisa, demasiado lejos, demasiado pronto.

Algunos ligan para testar su poder de seducción o para ejercer una dominación. Otros se dejan ligar por sed de ser amado/a o por miedo de pasar por una tonta, un “feto”, incapaz de gustar.

Algunos flirteos no pasan de platónicos, otros desembocan, tarde o temprano, en una relación sexual. Pero todos tienen en común que simulan el amor, en ocasiones inconscientemente, o de que lo viven como un juego, no como un don que compromete.

En algunos casos, está claro: el flirt es para los dos partenaires una especie de pasatiempo, una diversión, nada más. Pero, muy a menudo nacen sentimientos más o menos amorosos. Jerôme se divierte coleccionando conquistas. Está orgulloso de exhibirse con una chica guapa. Sabe “camelarlas” usando su encanto y su amabilidad. “No hago nada malo”, dice.

¿Pero no es cierto que alguna que otra de sus conquistas no se ha creído realmente amada y no ha sido herida en el fondo de su corazón cuando ha descubierto que no era más que un juego? ¿Se tiene el derecho de jugar con el corazón del otro? Los daños siempre son graves y no se puede uno despachar acusando a su víctima de ingenuidad.

¿Es lícito imitar el amor para divertirse? Algunos jóvenes, sinceramente deseosos de no tener relaciones carnales antes del matrimonio, piensan que, por el hecho de no acostarse juntos, el tener un noviete, ligar por aquí o por allá, no tiene nada de reprensible.

Pero, si lo pensamos bien, ¿no es cierto que este tipo de relaciones incapacita para experimentar las riquezas de la amistad entre chicos y chicas (lo que es algo completamente diferente del flirteo)? ¿No es cierto que el solo hecho de “jugar a amarse”, incluso sin llegar a la unión sexual, daña el corazón? Finalmente ¿no es cierto que una cierta familiaridad física pone en riesgo seriamente la decisión de no tener una relación sexual?

El flirt es una mentira. Lo cual no tiene nada de extraño, ya que el enemigo del Amor, es el Mentiroso. Como él sabe que los jóvenes tienen sed de amor, los desvía del amor verdadero confundiéndolos con apariencias de amor, un amor-mentiroso.

Y es muy hábil por su parte, porque a fuerza de parecer, los jóvenes acaban por no creer en el amor verdadero y piensan que no son capaces de vivir el gran amor.

Es un círculo vicioso: la desilusión, el descorazonamiento, el cinismo llega porque se hace como si se amase y se continúa contentándose con amores ficticios, porque no se considera uno capaz de conseguir un amor verdadero.

Animar a los jóvenes a flirtear es despreciarles. Es hacer como si no fuesen capaces de amar en verdad. Los jóvenes tienen sed de amar “en grande”: ayudémosles a descubrir que todos son capaces de ello. Hoy, como ayer, no bromeemos con el amor.

Christine Ponsard

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