La primera conversión deriva del bautismo, la segunda consiste en vivir esta vida nueva que es la vida de la gracia. Pero ¿por qué hay que convertirse constantemente y cómo logramos esta conversión?
Un obispo antiguo colaborador de la curia romana se reunió con Juan Pablo II tras haber sido designado líder de una diócesis. El Papa le preguntó: “¿Cuál es el mayor problema de tu diócesis? –Oh, Santo Padre, hay muchos, ¡pero el más grande de todos es la conversión del obispo!”. Y el Papa le respondió con una sonrisa cómplice: “Bueno, ¡entonces es como en Roma!”.
Esta anécdota –auténtica– responde ya a la pregunta. Queda por saber cómo convertirse constantemente.
Sumergirse cada vez más en el amor divino
Nuestra primera conversión deriva del bautismo. Es el don de la vida divina, el don de la comunión de amor con el Padre a través de Jesús en el Espíritu. Nuestra vida de “criatura nueva” comienza, por tanto, a través de la salvación ofrecida gratuitamente por Dios.
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