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Oraciones a enseñar a los niños desde pequeños

Petite fille en train de prier

© Africa Studio - Shutterstock

Estos días los niños crecerán en vida interior.

Edifa - publicado el 28/12/20

Es importante enseñar a los niños fórmulas corrientes de oración, pequeñas frases para repetir, aunque cometa errores y se equivoque. De no disponer de ellas, estará completamente desvalido y no conocerá ninguna oración el día que sienta la necesidad de dirigirse a Dios.

Si no conocemos estas fórmulas de oración, habrá muchos días en que no sepamos rezar. Con una cabeza llena de preocupaciones y sin un rosario, lo cierto es que no se llega muy lejos. Por eso es importante enseñar a nuestros hijos oraciones cortas desde que son pequeños.

El padrenuestro, la oración de oraciones

Sean cuales sean las palabras que digamos rezando, no decimos otra cosa que lo que se encuentra en la oración del Señor, por poco que nuestra oración sea justa y oportuna. No encontraremos nada en la oración de los santos que no esté contenido en esta oración y, aunque somos libres de decirla de otra forma, no somos libres para cambiar lo que dice. Así que la primera oración que debemos enseñar a los niños es el padrenuestro.

¿No entienden lo que dicen? No todo, sin duda, pero son muy pronto serán capaces de comprender lo esencial, de saber que Dios es su Padre. Esta oración aprendida de memoria va a imprimirse en ellos, en su corazón, en su mente, para alimentar luego toda su vida espiritual.

El avemaría, la oración más hermosa dirigida a María

El avemaría recupera las palabras del ángel Gabriel. Aprendida desde la infancia, esta oración sigue siendo y será siempre el salvavidas al que nos aferramos en los días de angustia, es la luz que brilla cuando las tinieblas se vuelven demasiado espesas, es la cuerda que agarramos para salir del abismo de nuestros pecados y la manera más sencilla de decir nuestro amor.

Enseñemos a los niños el avemaría y démosles el hábito de saludar así a su madre, de confiarse a ella, de echarse en sus brazos para encontrar reposo y consuelo. Repetir incansablemente durante el rosario el avemaría no tiene nada de desvarío. Cuando uno de nuestros hijos, acurrucado entre nuestros brazos, nos dice y nos repite: “¡Mamá, te quiero!”, no nos parece que esté desvariando. Cuando rezamos el rosario es exactamente lo mismo.

Aprender de memoria una oración es aprenderla con el corazón

Pueden saberse muchas otras oraciones de memoria: el credo, adhesión confiada a Dios Trinidad al mismo tiempo que resumen límpido de lo esencial de la fe de la Iglesia; los actos de Fe, de Esperanza y Caridad; las oraciones de penitencia como el acto de contrición y el Yo confieso; los salmos y los cantos bíblicos (el Magnificat, por ejemplo); fórmulas cortas como: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Todos estos textos, sobre todo cuando se trata de oraciones extraídas de la Palabra de Dios, son como un tesoro que viene a nutrir continuamente nuestra oración.

Aprender de memoria una oración es aprenderla con el corazón: no como un loro, tontamente, sino con su amor y su inteligencia. No se aprende una oración como se aprende una lección. Se aprende una oración rezándola. Se aprende escuchando a los padres decir el padrenuestro y el avemaría cada noche junto a su cuna, así el niño se impregna pronto de estos textos. Y, un día, sin que nunca las haya aprendido en el sentido escolar del término, sabe rezar con esas palabras exactamente como sabe utilizar la lengua materna sin haberla “aprendido”.

La lengua materna de la oración es también el silencio

Dios, que se revela con palabras, nos habla también en el lenguaje silencioso de la oración. Y es toda la dificultad y toda la grandeza de la oración: dificultad porque es árido conocer a Alguien que nuestros sentidos no pueden captar; grandeza porque ese “Alguien” es más grande que nuestras palabras y porque nos da, a través del silencio, la capacidad de comprender lo Incomprensible. O más bien, de permitir que Él nos embargue.

El silencio es también, por tanto, la “lengua materna de la oración” y, como las demás, se descubre observando a los padres, viéndoles permanecer en silencio ante Dios. Enseñar el silencio a un niño no es decirle: “Cállate”, sino decirle: “Escucha”. Porque las palabras de la oración no tienen otro objetivo, en definitiva, que mantenernos atentos a Él que viene a amarnos.

Christine Ponsard

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