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Consejos para ayudar a nuestros hijos a hacer amigos

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Edifa - publicado el 24/12/20

“Esta es mi mejor amiga”. “Ya no te quiero”. Hay muchas frases que se repiten sin parar en el patio de recreo. Cambiantes o conflictivas, las amistades enseñan lentamente al niño a amar. Pero ¿cómo podemos ayudarle a hacer verdaderos amigos?

¿Recuerdas a tu primer amigo? Ante esta pregunta, de inmediato se nos dibuja un rostro un poco borroso en la memoria: rara vez se olvida. Carolina, Inés, Marcos o Juan: nombres que dejamos resonar de buen grado, habitados de recuerdos de juegos, de secretos compartidos, de risas alocadas…

Nos corresponde a los padres ayudar a nuestros hijos a vivir bien esta experiencia esencial de la amistad infantil. “Es una de las grandes alegrías de la vida”, dice Françoise Sand, asesora conyugal y familiar.

Es la primera vez que el niño es elegido y querido por alguien externo a la familia y que, además, es reconocido por alguien de su edad. ¡Una experiencia emocionante!

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Beja - Shutterstock

El primer aprendizaje de la relación humana

“A Éloi le parezco divertido”, se sorprende Arnaud. A través de la mirada de su amigo, el niño se ve, se descubre, aprende a conocer sus talentos y sus excentricidades… ¡porque esta edad no es tan tierna! “El amigo tranquiliza, da confianza al otro haciéndole descubrir cualidades de las que no tiene conciencia; le ayuda a construirse”, confirma Françoise Sand.

Hacer amigos es para el niño la primera abertura a la sociedad. “Iba a casa de Sophie los jueves por la tarde”, recuerda Christine, de 62 años. “Tenía 8 años por entonces. Fue mi primera gran amiga, para toda la vida. Me impresionaba el ambiente distendido de su familia, la amabilidad de sus hermanos, y me di cuenta de que las personas podemos ser diferentes”.

A través de las relaciones de amistad, el niño aprende que existen reglas para ser admitidos en esta sociedad: deberá hacer concesiones, tener en cuenta la opinión del otro, esperar su turno…

El amigo, ya sea compañero de clase, vecino o primo, ocupa un lugar de preferencia en el corazón del niño. Con el amigo o amiga se hace el primer aprendizaje de la relación humana, del amor con todos sus componentes: atracción y ruptura, traición y ternura… Y todo sea cual sea el nivel y el número de los lazos creados.

En efecto, según la psiquiatra Catherine Jousselme, no es grave si el niño tiene pocos amigos: lo esencial es que viva al menos una amistad. La ausencia de amigos, en cambio, es inquietante y necesita evaluación y ayuda.


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Dar buen ejemplo e iniciar en la generosidad

Entonces, ¿cómo ayudamos a nuestros hijos? A través de nuestra actitud, en primer lugar: “Muy pronto, los niños pueden acceder a relaciones de calidad con sus amigos si se crían en un clima de abertura a los demás: la confianza en el otro se siembra en la familia”, asegura el psiquiatra Stéphane Clerget.

Esta es, sin duda, una buena razón para cultivar nuestras propias amistades. ¿Los medios? Hablando ya con bondad de nuestros amigos estando en familia: ¡evitemos criticarlos a sus espaldas en cuanto se marchan de casa!

Los niños observan la forma de actuar de sus padres. Llamar por teléfono para un cumpleaños, contar novedades regularmente, pero también saber confiar, escuchar, llevar a nuestros amigos en la oración o incluso ser un hogar acogedor para los demás…

Todas estas cosas y muchas otras las imitarán los niños si las ven hacer en sus casa. “Siempre he detestado los imprevistos; cuando alguien aparecía por casa en el último minuto, para mí era una intrusión. A causa de eso, mis hijos han recibido a pocos amigos en casa”, lamenta Benoît.

La familia es también el lugar ideal para enseñarle a dar sin esperar nada a cambio. Cosa que no es evidente en una edad en la que están más centrados en sus propias necesidades…

Las invitaciones entre niños son una ocasión muy concreta de mejorar la generosidad y la delicadeza del corazón en amistad.

La hora de merendar, sobre todo para los más pequeños, es también un momento clave para iniciarse en el saber compartir y atender: ofrecer, servirse después de los demás y, para el invitado, tomar lo que se le ofrece sin reclamar su menú favorito, para no herir al amigo. Los padres pueden velar por esto.

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Ayudar a conocer nuevos amigos

Otros empujoncitos no estarán de más por parte de los padres: trayectos en coche, invitaciones, reuniones diversas… Sobre todo después de una mudanza o un cambio de escuela. “Cuando nos mudamos a otra ciudad, mi hija de 8 años dejó atrás a su mejor amiga y eso fue muy difícil para ella”, confiesa Béatrice. “Desde entonces, intentamos invitarla durante las vacaciones, ¡aunque no siempre nos venga bien!”. El psiquiatra Stéphane Clerget aconseja: “Propongan a sus hijos que escriban a sus amigos, eso desarrolla la amistad”.


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Los padres también pueden ayudarles a hacer nuevos amigos. “Favorezcan las actividades en grupo, las amistades nacen a menudo de aquello que hacemos juntos”, recuerda Jacques de Singly, sociólogo familiar. Deportes colectivos, coros, escultismo… hay muchas actividades que, más allá de las diferencias de carácter o de educación, reúnen a los niños en torno a un punto común. Y les conducen más rápidamente a relaciones enriquecedoras: “Guillaume empezó con el fútbol arrastrando los pies porque sólo conocía a un chico en la escuela y le caía realmente mal”, cuenta su padre Xavier. “¡El deporte ayudó y ahora se han hecho muy amigos!”.

Pero cuidado: ayudar no significa obligar. “Bajo el pretexto de que la mejor amiga de mi madre tenía una hija de mi edad, a toda costa yo tenía que llevarme bien con ella”, recuerda Pascale. “No teníamos ningún gusto en común y tengo un recuerdo horrible de esas tardes interminables que pasaba con ella”. ¿Y cuando un niño pequeño es amigo de una niña? No hay que pegar la etiqueta de “amor” a una amistad entre dos niños del sexo opuesto. Cuántos padres trasladan su propia experiencia en una simple amistad infantil… “Se les pone erróneamente en un lugar que no es el suyo”, lamenta la doctora Catherine Jousselme.

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Una tristeza que tomar en serio

La amistad en los pequeños no siempre discurre como un río tranquilo, lo sabemos bien. Hay discusiones, grandes momentos de tristeza, reconciliaciones… Cada año trae su propio paquete de peripecias. Y a veces causan dolor: para los más tímidos, que tienen problemas para hacer amigos; para los que no consiguen conservarlos (como ese compañero de clase excesivamente autoritario o manipulador, exclusivo o asfixiante que tarde o temprano se harta y “a menudo se encuentra solo”, señala la profesora Sybille); o para los muy sensibles que, siempre un poco taciturnos, terminan por desalentar a sus compañeros.

Entonces, ¿qué hacer cuando les inunda la tristeza? Desde el principio, hay que tomárselo en serio porque “esta tristeza es a menudo real y dolorosa”, asegura la psicoanalista Danièle Brun. Además, Françoise Sand aconseja simplemente manifestar nuestra compasión: “Entiendo que estás sufriendo, estoy aquí y te quiero”. Amélie ha pasado por esta situación. A su hija de 11 años la “abandonó” su amiga de siempre. Entonces, la madre le contó que vivió una experiencia similar cuando tenía su edad: “De repente, comprendió que no era la única”.

Para algunos niños que tienen ya una intimidad con Dios, ¿por qué no invitarles a confiarse a Él? Es algo que puede hacerse en familia. Por ejemplo: “Esta noche, vamos a rezar por Marie y su amiga Cécile”, sin añadir nada más.

En una edad en la que la amistad es versátil, conviene también hacer reflexionar a los niños sobre la fidelidad. “Marion, de 10 años, tiene cierta tendencia a dejar caer sus amistades”, señala Sabine, su madre. “No puedo obligarla a quererlas, pero intento mostrarle la pena que ocasiona con sus acciones impulsivas y sin futuro. Le aconsejo que sea más prudente con su entusiasmo, para no decepcionar luego”.

A los niños les encanta que les lean cuentos de amistad. Padres y madres deben encontrar la historia que resuene más en el interior de sus hijos: cuentos, cómics, anécdotas familiares o vidas de santos que vivieron una amistad fuerte (Cosme y Damián, por ejemplo, o Clara y Francisco de Asís).

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Saber disculparse y también aceptar el perdón

Si las amistades infantiles son tan agitadas es, sin duda, una cuestión de carácter. Pero no únicamente. La amistad de la infancia está cautiva. Aunque profunda, se busca primero para uno mismo. No hay que olvidar que un niño pequeño es por naturaleza egocéntrico. Es por eso que las amistades a veces se pueden avinagrar. Una vez más, los padres tienen un papel que desempeñar a la hora de ayudar a sus hijos a encontrar su lugar en una relación de amistad.

El niño debe “saber decir no, imponerse, decir lo que piensa a un amigo autoritario”, anima Françoise Sand. Con palabras sencillas, a veces inocentes y muy directas, los niños logran ayudarse mutuamente a corregirse. Como Maëlle, de 9 años, que dice abiertamente a su primo después de un juego: “No voy a jugar más contigo, eres un tramposo”, o Clément, de 7 años, que explica a Raphaël que ya no quiere ser su amigo porque pasa el tiempo pegándose en el recreo. De ahí la importancia de la franqueza en la relación de amistad.

Después de la disputa viene el momento del perdón. Disculparse o, por el contrario, aceptar el perdón, es a menudo lo que más les cuesta. Un aspecto de la amistad que se olvida con frecuencia pero sobre el que los padres deberían insistir. Porque el perdón expresa la voluntad de amar al otro.

¿Y si la relación con Dios diera una dimensión distinta a esas amistades de la infancia? “Mi hija de 8 años volvió muy triste una tarde: ‘Manon me ha preguntado qué representa mi colgante y no me he atrevido a responderle porque creo que no conoce a Jesús’”, cuenta un padre conmovido. “Y yo la tranquilicé: ‘Tienes derecho a hablar de Él, ¿sabes?’. Al día siguiente, volvió encantada: ‘Hemos hablado de Dios y me dijo que ya había estado en un bautismo’”.

Estas relaciones infantiles pueden ser edificantes, como cuenta Odile: “Antes de hacer su primera comunión, mi hija mayor había pedido a sus amigos que rezaran por ella”. Entonces descubrimos que nuestros hijos viven una profunda amistad que, a veces, también es espiritual.

Alexandra Ronssin y Florence Brière-Loth

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