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Es posible volver a trabajar tras años de maternidad

BEAUTIFUL WOMAN WORKING

By Roman Samborskyi | Shutterstock

Edifa - publicado el 22/12/20

Pasados los 40 años y tras haber dedicado varios años de su vida a sus hijos, algunas mujeres deciden volver al mercado laboral.

En su currículum tienen un hueco de 10, 15 y, a veces, incluso 20 años. No han ejercido ninguna actividad profesional pues estas madres de familia, a pesar de ser todas tituladas, decidieron dedicarse a la educación de sus hijos. Hasta que un día, empujadas por las ganas o la necesidad, se pusieron a buscar un trabajo pasados ya los 40 años.

“Siempre he necesitado tener proyectos. A medida que los niños han ido creciendo, mi horario se ha ido aliviando”, explica Isabelle, madre de nueve hijos que consiguió su primer empleo remunerado en 2016 a la edad de 46 años. “Me lancé al voluntariado, cuando los niños empezaron sus estudios superiores”.

Laurence, por su parte, nunca ha tenido tiempo de ejercer la profesión de asistente social para la que obtuvo su titulación la víspera de su boda, antes de dar a luz a sus seis hijos. “A los 47 años, tenía ganas de sentirme útil de otra manera y de saber para qué valgo en este campo profesional. Fue un reto. Y me dije que si me quedaba en casa terminaría por dar vueltas buscando qué hacer con los guantes de limpiar, ¡sobre todo cuando los niños dejaran el nido!”, bromea esta mujer, esposa de marino.

Otras mujeres, por motivo de viudedad o de un divorcio, han tenido que buscar trabajo tras años dedicadas a su hogar.

¿ Incapaz?

En cuanto a Valeria, de 43 años, fue sobre todo la sed de reconocimiento social lo que la animó a contemplar una carrera profesional en su madurez. “Decidí quedarme en casa para ocuparme de mis cinco hijos. Era feliz, pero me molestaba profundamente la mirada negativa que la sociedad dedica a las amas de casa. Necesitaba demostrarme que era capaz de trabajar”.

“Trabajar, sí, ¿pero haciendo qué exactamente? ¿Quién querría a una neófita entrecana?”, se preguntaba Valérie. A pesar de su gran motivación y de un posgrado en derecho público, esta parisina se sentía incapaz de poner un pie en el mundo laboral. “Para mí era como viajar a un territorio inexplorado. Nunca había trabajado. En las cenas, tenía la impresión de estar fuera de lugar. No comprendía una palabra de las conversaciones de trabajo trufadas de abreviaturas y de palabras acabadas en “ing”: closing, briefing, meeting… Me encantaba escribir y devoraba la prensa, así que un amigo me sugirió hacerme periodista. Y me dije ‘¿por qué no?’. Tenía 38 años”.

El CV

Primer paso: redactar un currículum.

Primer revés también: “Aunque he vivido a cien por hora desde el nacimiento de mi hijo mayor, ¡mi vida se resume en cinco líneas!”.

A partir de los consejos de su marido, Valérie añadió sus diversos compromisos: delegada de una asociación de padres de alumnos, redacción de artículos en el diario de la escuela, jefa de grupo en los scouts de Francia…

La entrevista

Una amiga directora de recursos humanos la sometió a una entrevista de trabajo ficticia en un bar. “¡Estaba como un flan! Como no tenía ninguna experiencia profesional, ella me aconsejó destacar mis cualidades personales y me ayudó a identificarlas: trabajadora, puntual, organizada, sociable, motivada…  También me dio un valioso consejo: si te preguntan por algo concreto que no conoces, responde: ‘No sé hacerlo, pero puedo aprender’. ¡Estás motivada, muéstralo!”.

Gracias a sus contactos, Valérie consiguió unas prácticas en un gran diario. “No podía pretender firmar un contrato indefinido. Así que empecé por el principio, modestamente. Durante las reuniones de redacción, estaba sentada en un banco con los alumnos de tercero que hacían sus prácticas”.

Con humildad

Comenzar humildemente y no ser quisquillosa, esta fue también la política de Sophie, que tuvo que buscar un empleo a los 42 años por motivos económicos. Un máster en gestión sepultado muy hondo en su memoria, ninguna experiencia profesional, la certeza de que nadie la esperaba en ningún sitio…

Actualización

Esta madre de cuatro hijos empujó la puerta del servicio de desempleo de Francia. Como no le convencieron mucho sus sesiones del llamado coaching, consultó un grueso catálogo de cursos de formación financiados por las administraciones locales.

“Durante tres meses realicé un curso de actualización en contabilidad y burocracia, seguido de unas prácticas de tres semanas. Allí aprendí a utilizar Word y Excel, porque los ordenadores eran aún raros siendo yo estudiante. Y sobre todo, la formadora me dijo que no es que “no hubiera hecho nada durante quince años”, sino que, como madre de familia, era polivalente: sabía gestionar horarios complicados e imprevistos, adaptarme a situaciones y a personalidades diferentes… Ella me devolvió la confianza en mí misma”.

Al final de las prácticas, ¡bingo! Esta misma formadora le informó de que una de sus antiguas practicantes buscaba una asistente. “El puesto que me proponía no se correspondía con mis ambiciones, estaba lejos de mi casa, en una enorme estructura muy fría, pero lo acepté diciéndome que eso siempre me serviría como experiencia”.

Más adelante, Sophie encontró un puesto administrativo “no muy interesante, pero cerca de casa”, en una pequeña empresa de venta por correspondencia. A raíz de los movimientos de personal, ha ido subiendo escalones poco a poco y ahora está a cargo de las compras. “Es la ventaja de las pequeñas empresas, que se puede pasar más fácilmente de un puesto a otro”, subraya.

El voluntariado, una transición suave

Esa valiosa experiencia profesional que falta a algunas mujeres en su currículum, algunas la han adquirido, a menudo sin darse cuenta, en actividades de voluntariado, de más fácil acceso. “Es un verdadero trampolín hacia la vida profesional. La transición es suave, porque no se sufre el mismo estrés que para un trabajo remunerado pero sí se desarrollan sus competencias”, valora Laurence, quien, después de estar al servicio de una asociación de familias adoptivas, fue contratada por una asociación de cooperación dentro de la marina francesa. “Como mujer de marino, estaba en un entorno que me resultaba familiar, lo cual facilita enormemente la tarea”, comenta.

Isabelle también hizo sus primeros pinos como jefa de empresa en un voluntariado, montando una central de compras para servir a las familias. “Sacaba mi inspiración de mi vida diaria de madre. Todo lo que me faltó para criar a mis hijos, sobre todo los uniformes escolares, se convirtió en una fuente de inspiración para lanzar mi actividad”.

Una actividad para la que sus estudios de enfermería apenas le suponían una preparación. “¡Cuando empecé, ¡apenas sabía mandar un email!”, recuerda esta apasionada que trabajó con ahínco hasta cuarenta horas a la semana mientras se ocupaba al mismo tiempo de su familia.

“Esas competencias adquiridas en el mundo comunitario me han abierto el mundo de la empresa. Es cierto también que una familia numerosa se gestiona un poco como una pyme. Pero no se pasa así como así de la gestión de las compras de casa a las de una empresa. Son dos universos muy diferentes. Sin mi experiencia en el voluntariado, no lo habría logrado”, asegura. Sin contar que esos cuantos años le permitieron agenciarse una sólida cartera de contactos, una llave maestra que le abrió las puertas de una cadena prêt-à-porter para niños dentro de la cual fundó un departamento de uniformes escolares.

De vuelta a la escuela

Para lanzarse en una actividad profesional, otras madres de familia retoman los estudios. Muchas se animan a realizar las oposiciones de maestra de escuela.

Mathilde, por otro lado, decidió hacer las oposiciones de jueza a los 46 años. “Había ejercido la profesión de abogada durante cinco años antes de dedicarme a mis cuatro hijos. Podría haber intentado entrar en un gabinete de nuevo, pero pasar unas oposiciones me permitía saber objetivamente de lo que era capaz todavía. Necesitaba saber si mis neuronas habían pasado su fecha de caducidad”, comenta divertida.

Esta enérgica cuarentona se inscribió en un curso preparatorio. Un año trepidante. “Me sentí un poco vieja con mi cuaderno y mis bolígrafos mientras que todos los jóvenes tomaban notas con un ordenador. Pero lo más difícil fue permanecer sentada y concentrada durante horas para escuchar las clases. Había perdido el hábito. Cinco horas de simulacro de examen me esperaban todos los sábados por la tarde. Y como las oposiciones tenían lugar en septiembre, me pasé el verano revisando, pero disfrutaba intelectualmente”, recuerda.

El marido

Su marido tuvo que tomarle el relevo en la casa. “Se encargó de todo: las compras, las reuniones padres-profesores, las gestiones… Era nuevo para él. Desde el comienzo de nuestro matrimonio, yo lo administraba todo. Después de aprobar mis oposiciones, me marché a hacer una pasantía durante ocho meses fuera de mi ciudad. Solamente volvía los fines de semana. Por suerte, él estaba ahí. Sentía que estaba orgulloso de mí. Sin su ayuda y sus ánimos no habría podido seguir”.

Para las que tienen la suerte de tener un marido a su lado, su apoyo puede resultar esencial. Un apoyo logístico, pero también técnico (análisis de los anuncios de empleo, ayuda para escribir la carta de motivación, consejos para la entrevista de trabajo, introducción a la informática) y, sobre todo, psicológico.

Algunos, no obstante, ponen mala cara ante la perspectiva de ver a su esposa alejarse del hogar. Camille tuvo que luchar con firmeza para hacer aceptar a su marido su media jornada en una agencia inmobiliaria. “No era vital económicamente, es cierto, pero yo lo necesitaba para mi equilibrio personal”, justifica. “Para él, el argumento no era válido. Perseveré gracias a los ánimos de mi madre y mis amigas. Finalmente, cuando se dio cuenta de que la casa no se desmoronaba y que a los niños no les perturbaba, bajó las armas”.

Los hijos

Como las que han trabajado siempre, estas mujeres intentan preservar el equilibrio familiar, pero con una dificultad adicional: la del cambio de vida, que hay que acompañar con suavidad. “Si trabajas, vendrá un desconocido a buscarme al colegio”, se escandalizó la hija de Caroline. Habituados a la presencia de su madre, los niños deben aprender a desenvolverse solos. Los de Françoise han empezado protestando.

“Tuvimos que enseñarles nuevas reglas de funcionamiento. Se dieron cuenta de que algunas cosas no se hacían solas, que si no recogían la mesa del desayuno, se encontraban los mismos platos a la hora de comer. ¡Eso les viene bien y a mí también!”, explica esta madre que ha reservado los miércoles para sus hijos exclusivamente.

Conciliar

Marie, secretaria a media jornada en teletrabajo, tuvo problemas para separar su vida familiar de su vida profesional. “Como siempre había estado disponible las veinticuatro horas para ellos, los niños irrumpían en mi despacho sin previo aviso. Tuve que imponer una regla: cuando mi puerta esté cerrada, no se me debe molestar”.

Mientras tanto, Isabelle se las ha arreglado para estar presente en la salida del colegio y para los deberes de la tarde, a costa de tener que trabajar cuando los niños se han acostado. “Siguen siendo mi prioridad, pero también debo velar por ser competente en el trabajo. Todo ello exige una organización militar. De hecho, no pueden quedar flecos en la organización, si no, se paga por un lado o por otro”.

Grandes talentos

Así es, aviso a los reclutadores. Como están motivadas y han tenido que luchar para conseguir sus fines, estas nuevas “mujeres activas” son especialmente rigurosas y combativas. “Lo di todo para estar a la altura de la confianza puesta en mí. Compré libros y un CD para ponerme al nivel”, recuerda Claire, que retomó su profesión de enfermera después de quince años de pausa.

“Cuando una sabe que solamente tiene unos 15 años para ‘hacer carrera’, se entrega a fondo”, declara Valérie. Y sobre todo, como presume Mathilde, “tenemos el entusiasmo de la principiante, cierta experiencia de la vida y una gran capacidad de adaptación gracias a nuestros hijos”.

Entusiastas y felices. “Las mujeres tienen la suerte de tener varias vidas”, concluye Françoise. “Lo que no puedan hacer antes, se puede hacer después. Yo tuve la suerte de poder ocuparme de mis hijos cuando lo necesitaban y de continuar desarrollándome en el mundo laboral. Lo valoro mucho más al pensar que mis hijas probablemente no tendrán las mismas facilidades”.

Élisabeth Caillemer


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