¿Cómo hacer el duelo y de dónde sacar fuerzas cuando muere el cónyuge siendo joven?
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No tienes 50 años y ha muerto la persona más importante de tu vida. Eres joven pero también viudo, o viuda. Por desgracia con la pandemia son muchos los viudos jóvenes. ¿Cómo vivir las dificultades afectivas, económicas y sociales, sin contar la responsabilidad hacia los niños pequeños?
No pensar. Retrasar al máximo el momento de acostarse y afrontar los recuerdos. Poder dejar por fin correr las lágrimas, lejos de los ojos de los niños. Sentir todavía ese dolor en el costado, como la amputación de una parte de uno mismo.
“En el imaginario colectivo, un viudo es viejo. Nunca se habla de los viudos jóvenes”, afirma Olivier, de 42 años, cuya mujer murió hace cinco años a causa de un cáncer.
“Cuando me conocen, solo y con mis tres hijos, creen que estoy divorciado”. A menudo se asocia la viudedad a las parejas de la tercera o la cuarta edad. Sin embargo, algunos quedan viudos o viudas en los felices tiempos de los proyectos de la juventud de la pareja. ¿Cómo atravesar la pérdida de un cónyuge y todas las dificultades que conlleva?
No rechazar las emociones
Tras la muerte de un cónyuge, los recién viudos o viudas pasan por todas las fases del duelo con un componente adicional: la presencia de los hijos que obliga a reaccionar.
En el estado de conmoción que están al principio, deben hacer frente a una montaña de papeleo burocrático que hay que regular con urgencia. No pueden ni plantearse derrumbarse en el trabajo ni renunciar a su vida cotidiana.
Tienen pocos momentos y lugares para expresar su dolor, por no hablar de los problemas económicos y un inmenso agotamiento. El fallecimiento de un cónyuge se encuentra en el máximo de la escala de estrés: noches entrecortadas, trastornos del apetito, disminución de la defensa inmunitaria…
En un segundo tiempo, la ira, la indignación, el miedo y la culpabilidad vienen a asaltar al cónyuge solo.
Algunos se refugian en el activismo para huir de este maremoto de recuerdos y de sufrimiento.
“Para olvidar, he sobrecargado mi agenda”, cuenta Pauline. “No he dejado tiempo al dolor, que me ha vuelto como un bumerán después de siete años”.
Christophe Fauré, psiquiatra y autor de Vivir el duelo: La pérdida de un ser querido (ed. Kairós), señala: “Es muy importante no rechazar esas emociones y hablar de ellas con una persona capaz de entenderlas. Es una forma de disminuir la intensidad”.
Luego, la falta se instala con una inmensa tristeza y a veces un episodio depresivo. Puede expresarse a través de un dolor físico.
Marie-Claire Moissenet, autora de Traverser le veuvage (“A través de la viudedad”, de la editorial francesa Éditions de l’Atelier), explica: “Mi marido estaba siempre a mi izquierda, en el coche o en la cama. Y ahora me duele el brazo izquierdo, como si me hubieran arrancado un pedazo”.
Sobrevivir a la soledad
Incluso cuando se puede sentir ya el sosiego, los viudos y viudas se enfrentan a dificultades recurrentes.
“Para mí, lo más difícil siguen siendo las fechas de los cumpleaños”, confiesa Pauline. “Temo ese día con varias semanas de antelación y siempre siento un enorme vacío, una gran depresión”.
“Esta reactivación del pasado se produce incluso varios años después del fallecimiento”, comenta Christophe Fauré. “Algunos cumpleaños son más dolorosos que otros, es del todo normal”.
Lo más duro sigue siendo la soledad. “Estar sola para todo”, explica Marie-Claire Moissenet, “sola para gestionar los problemas materiales, sola para decidirlo todo, sola para la educación de los hijos, en las fiestas, en las penas, de noche en mi cama”.
“Lo peor es no poder contarle tu día a nadie”, añade Olivier. “Sobre todo las pequeñas cosas de la vida cotidiana”.
Con los niños, hay que desempeñar a la vez el papel de madre y de padre, asumir innumerables tareas cotidianas.
La mirada de los demás a veces carece de benevolencia y no ayuda a los viudos y viudas a encontrar su lugar en la vida social. El impulso de solidaridad del comienzo sólo dura un tiempo, inevitablemente.
El domingo, día familiar por excelencia, se convierte en un día triste: “Nadie nos invita nunca a comer”, confiesa Marc, de 40 años, viudo desde hace cuatro. “Vemos a las familias irse juntas tras la misa y yo me marcho con mis hijos y mi soledad”.
Maÿlis añade: “Los viudos dan miedo porque representan la tristeza, una imagen de la muerte. Mis amigas tardaron mucho tiempo en entender que no les quitaría a sus maridos. ¡Se desconfía de las mujeres solas con falta de afecto!”.
¿De dónde sacar la fuerza?
¿Cómo hacen para resistir? “Aunque esté al borde de las lágrimas, estoy obligada a mantenerme en pie por mis hijos”, explica Anne.
“Son mi motor diario para levantarme (cuando no he dormido durante la noche). Sin ellos, me quedaría bajo la colcha. Ellos me dan una energía fenomenal”. El trabajo también permite avanzar y pensar en otra cosa distinta que en preguntas sin respuesta.
“Mi trabajo era el rinconcito de mi vida donde podía respirar y continuar como antes, sin hablar de nada”, añade Maÿlis.
Otro apoyo son la familia y los amigos. “Mi red de amigos ha cambiado completamente, viene sobre todo de la escuela y de la parroquia y representa para mí un apoyo maravilloso”, manifiesta Pauline.
Para Solène, tras la muerte de su marido, su hermano pagó las facturas de las exequias. Sus amigos, con su generosidad, y su médico, también la apoyaron mucho.
Para ciertos viudos, la indignación es todavía demasiado fuerte para confiarse a Dios. Olivier siente rencor hacia Dios y ha roto todos los libros y artículos religiosos que tenía: “Me cuesta creer en la bondad de Dios en todo este sufrimiento. ¿Cómo decir a los niños que Él es Amor?”.
Para otros, la fe se mantiene como una ayuda esencial. “La oración siempre ha sido mi pilar de vida y la muerte de mi marido no ha cambiado nada”, admite Maÿlis. “Solamente se ha teñido de colores diferentes: a veces un grito, a veces aceptación. No me impide sufrir, pero me mantiene en paz”.
Pauline tiene un grupo de oración de madres que la tranquiliza: “No me inquieto por mis hijos, ellos pertenecen al Señor”.
El vínculo con el cónyuge evoluciona poco a poco hacia una forma de unión espiritual y muchos viudos y viudas extraen fuerza de ahí. “En el fondo me apoyo en él”, admite Maÿlis. “Le interpelo constantemente. Cuando eso no funciona, le grito: ¡Ocúpate de tus hijos! La muerte no prevalece sobre el amor”.
Marie-Claire Moissenet lo confirma: “Siempre está conmigo, como una fuerza amante y tranquilizadora. Le rezo y, a veces, le escribo, cuando me hace falta”.
Pío XII, en un comunicado a los viudos, dijo en 1957: “Lejos de destruir los lazos de amor humano y sobrenatural contraídos a través del matrimonio, la muerte puede perfeccionarlos e incluso fortalecerlos. Lo que constituía su alma, lo que le daba vigor y belleza, subsiste”.
Actitudes interiores que permiten un renacimiento
El sosiego termina por llegar, pero necesita tiempo. “La vida cotidiana se impone”, confirma Solène. “El cansancio y la tristeza se atenúan, aunque siempre añoro a mi marido. Hay que ser paciente con uno mismo y tenemos derecho a sentirnos mal incluso tres o siete años después”. Para Christophe Fauré, recuperar el interés por el mundo exterior y por el prójimo, aceptar sin amargura que los demás sean felices y elaborar proyectos son otros indicios de una renovación.
Algunas actitudes interiores permiten este renacimiento. “Desde la muerte de mi marido, vivo mucho más en el presente y lo disfruto más. Disfruto más de lo cotidiano y de la sencillez”, explica Anne. Otros deciden emprender una vida más altruista: “Replegarse sobre uno mismo no lleva a ningún sitio”, afirma Marie-Claire Moissenet. “El auténtico remedio para la soledad es la entrega de uno mismo a los demás”. Los grupos de apoyo son lugares donde se puede decir todo y recibir comprensión. En efecto, según Christophe Fauré, “estas formas de compartir durante estos encuentros ayudan a cada uno a retomar su vida y ajustarse al trauma de la pérdida. Estos intercambios rompen el aislamiento, crean vínculos cálidos entre los participantes. Son lugares de revitalización y de esperanza”.
La idea de “rehacer la vida”, de plantearse un nuevo matrimonio, se impone de forma legítima, a veces al cabo de algunos años. Sin embargo, Maÿlis advierte contra una precipitación desmedida: “He visto varias parejas formarse muy rápido tras un fallecimiento y desmoronarse al cabo de uno o dos años. No han tenido tiempo de hacer su duelo y el otro sirve como muleta para su soledad”.
Dar un sentido al sufrimiento sigue siendo la última etapa del renacimiento para encontrar un verdadero sosiego. Pasar del “¿por qué?” al “¿para qué?”.
Marie-Claire Moissenet precisa: “Se entiende que el sufrimiento no es la voluntad de Dios. Pero Cristo ‘aprovecha’ el mal para dirigir al hombre hacia Dios. Corresponde a cada uno discernir la llamada imperceptible que decide la orientación posterior de esta viudedad”.
Florence Brière-Loth