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Cómo superar las crisis de la vida

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kitzcorner | Shutterstock

Edifa - publicado el 21/11/20

¿Cómo conservar la fe cuando nos enfrentamos a los dramas de la vida? Más allá de la indignación y la súplica, contemplar a Jesús crucificado encomendándose a su Padre puede aportar paz, devolver a lo trágico su sentido espiritual y la gracia de la esperanza

Duelo, aborto espontáneo, ruptura, paro, soledad, enfermedad grave,… Los trances de la vida son indisociables de la existencia humana.

Sin embargo, cada vez, su llegada resuena como una especie de traición de la vida, un desgarro súbito en nuestra apacible burbuja.

Da la impresión de ver desplomarse aquello que habíamos edificado y tambalearse la imagen que teníamos de nosotros mismos.

A eso se añade, en el caso del creyente, la prueba de la fe: “Puede tenerse el sentimiento de que Dios está ausente y que no nos apoya”, señala Nathalie Sarthou-Lajus en Cinq Éloges de l’épreuve, cinq regards croisés sur ces maux qui creusent en nous la relève de la grâce [“Cinco elogios del sufrimiento, cinco miradas cruzadas sobre esos males que ahondan en nosotros el alivio de la gracia”].

Superar un trance es, primero, gritar, llorar, indignarse

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“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El grito de Jesús resuena en toda tragedia humana.

“Pensaba que tenía una complicidad, una proximidad con Dios y, de golpe, el silencio, el abandono”, responde Olivier Belleil, miembro de la comunidad de El Verbo de Vida, escritor y predicador.

“Tras la muerte de mi marido”, confiesa Isabelle Rochette de Lempdes, “me resultaba imposible continuar viviendo sin él, imposible e incluso inconcebible. Y sin embargo…”.

Una vez en la tierra, ¿qué hacemos si no sufrir? Querer recuperarse de repente es ilusorio: levantarse es un camino largo.

“El primer gesto es reconocerse vencido”, valora el filósofo Martin Steffens. “Superar un trance es, primero, gritar, llorar, indignarse. Y no recuperarse al momento”.

Los salmos están repletos de esos gritos y esas lágrimas. Empezando por el De profundis:

A ti, Señor, elevo mi clamor desde las profundidades del abismo…


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“La Biblia permite al hombre vivir esta indignación”, señala Olivier Belleil. “No se trata de blasfemar, sino de decir que es intolerable”. Job llegó incluso a preguntar a Dios: “¿Por qué eres Tú mi adversario?”.

Denunciar el sufrimiento que nos golpea, nombrarlo, ver en él su carácter insoportable, es una prueba de realismo.

“Debemos resurgir del sufrimiento, pero, para superarlo, hay que empezar por vivirlo”, afirma Martin Steffens. “Negando lo real no esquivamos su golpe”.

Dejemos, por tanto, de querer ponerlo todo en positivo, como nos machaca la sociedad tan a menudo: perder a un ser querido, ver a un hijo enfermo o discapacitado, presenciar la quiebra de nuestra empresa, ¡eso nos genera dolor y no podemos consentirlo de entrada!


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Consentir no es resignarse

Sin embargo, si prolongamos esta etapa, corremos el riesgo de caer en una actitud mortífera, como si nos sentáramos al borde del camino para no avanzar más cuando el trayecto está lejos de terminar.

Recuperar el gusto por la vida pasa por la aceptación de su legado.

“Para no amargarme, para conocer la verdadera paz”, recuerda Agnès, “al comienzo de mi cáncer, tenía que recurrir a toda mi energía para decir sí a esta enfermedad que me corroía, tenía que aceptarlo”.

Consentimiento no significa en ningún caso resignación mórbida o indolencia: “El desafío está en abrirse a toda la vida”, analiza Martin Steffens, “en aprender a improvisar a partir de las disonancias, y no a pesar de ellas, la melodía de nuestra felicidad”.

Aceptar la discapacidad de un hijo, aceptar vivir con una espina en la carne, puede tardar toda una vida, con sus altibajos. El camino no es recto. Exige un cambio interior.

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Isabelle Rochette de Lempdes se da cuenta rápido de que, para aceptarlo, hay que renunciar a ciertos comportamientos, renunciar a los porqués sobre la muerte de su marido, renunciar a los “¿y si…?” o al “ojalá Bruno estuviera todavía aquí…”.

Hay muchas frases que son callejones sin salida, “auténticos venenos, porque me impiden avanzar”, concluye Isabelle.

¿Cómo levantarse?

En el sufrimiento, lo único que depende de nosotros es la forma de asumirlo, de afrontar las cosas. “El resto, debo consentirlo”, añade Martin Steffens. Con frecuencia, sin comprender.

“Lo primero que nos pide Dios es, precisamente, que pongamos en Él toda nuestra confianza”, continúa Isabelle Rochette de Lempdes.

“Creer que este sufrimiento tiene un sentido, aceptar el no conocerlo y abandonarse totalmente en los brazos del Padre”. Es una gracia, un fruto de la oración, sobre todo la de los demás.

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Marcos Paulo Prado/Unsplash | CC0

Dos pasajes del Evangelio ayudan a hacer este acto de fe. Los versículos de la tempestad calmada: “Jesús está en la barca”, comenta Olivier Belleil, “pero no actúa de inmediato ni como y cuando quisiéramos”.

Segundo texto: “Pedro camina sobre las aguas”, continúa Olivier Belleil, “pero, al ver la fuerza del viento, se asusta y se hunde.

En el sufrimiento, el desarrollo es el mismo: si solamente veo mis dificultades, me hundiré; si miro a Jesús, si confío en Él, puedo caminar sobre el agua, continuar viviendo y avanzando”.

Jesús, en su Pasión, evoluciona de un sentimiento de abandono en el que grita hacia su Padre a un abandono confiado, en el momento de su muerte: “En tus manos encomiendo mi espíritu “.

“Este camino de Jesús en la Cruz debe ser el nuestro a lo largo de un trance”, concluye el predicador.


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Hábitos y recursos para vivir un comienzo nuevo

Aceptar no quiere decir estar ya aliviado. Habrá que pasar un tiempo de convalecencia, soportar los días grises hasta la cicatrización. La sabiduría popular dice: darle tiempo al tiempo.

Eso exige mucha paciencia y actos de esperanza, una disponibilidad a la existencia, al trabajo que la vida cumple por sí sola.

“Renacer no es borrarlo todo y volver a empezar desde cero”, dice Nathalie Sarthou-Lajus. “Es vivir un comienzo nuevo, con nuestras cicatrices que perduran como los estigmas de Jesús. Algunas heridas no se borran”.

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Más en concreto, hay algunos ejercicios que nos ayudan a avanzar hacia la curación.

Brigitte sufrió una profunda depresión: “Cada día, me fijaba como objetivo aguantar hasta la noche. Viví, día a día, esforzándome por depositar en Dios todas mis angustias hasta el momento de acostarme”. Mañana será otro día, como se suele decir.

Isabelle Rochette de Lempdes va más lejos: “Decidí esmerarme en discernir y recibir la multitud de gracias que colman nuestros días. Así, cerrando los ojos a las cosas que no funcionan y aferrándonos a las pequeñas bondades, pude recuperar la alegría”.

Es importante también la actitud que decidamos adoptar en relación a nuestras heridas. Reconocerse víctima de un sufrimiento es una etapa, pero conservar un estatus de víctima no permite avanzar.

El peligro estaría entonces en existir a través de nuestra desgracia y utilizarla para justificarnos todo.


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Caroline, que tiene dos hijos enfermos de fibrosis quística, lo confirma: “Decidí no quejarme más. No soy responsable de este sufrimiento, sino de lo que hago con él”.

En nuestro camino hay otras personas, torpes tal vez, pero presentes.

Agnès recuerda esa multitud de pequeñas señales de amistad que le enviaron sus amigos durante su enfermedad: “Pude apoyarme en esta amistad. Era un bálsamo en el sufrimiento”.

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Nos recuerda coger fuerza allá donde la encontremos, en nuestros seres queridos, pero también en el Espíritu Santo.

“Se merece su nombre de Consolador”, señala Olivier Belleil. “Muchas personas lo han experimentado al encontrar la paz de corazón en medio de una situación de tempestad”.

La lectura de la Biblia es un apoyo inestimable: ella habla con todas las palabras de nuestros sufrimientos.

“Me impactó el lenguaje de Lamentaciones”, continúa Olivier Belleil, “o el de los profetas que, al mismo tiempo que viven una intimidad con Dios, a veces tienen en su sufrimiento un deseo explícito de muerte. Muchos salmos comienzan con gritos y terminan con alabanzas. Hagamos de nuestra vida un salmo…”.

Si el grano no muere, no da fruto

“Tengo la íntima convicción”, escribe fray Philippe Raguis, carmelita en Toulouse, Francia, “de que nuestros combates personales se revisten más que nunca de una dimensión de participación en la cruz de Cristo. Es Él quien nos dará la fuerza para seguir nuestro camino”.

Es la condición de la verdadera paz. Nuestro sufrimiento puede, entonces, ser fecundo. Según constata Olivier Belleil: “En la resurrección de Jesús, los estigmas se convirtieron en llagas gloriosas que dejaban pasar la luz”.

Por Florence Brière-Loth

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