Algunas parejas logran rezar juntas de forma natural, mientras que otras experimentan algunas dificultades antes de dar con la ecuación adecuada. Pero ¿qué hacer si, a pesar de todos los esfuerzos, los esposos no logran rezar juntos?Rezar juntos marido y mujer puede ser una riqueza pero no siempre es fácil. ¿Es esencial para un matrimonio católico la oración en común?
En realidad toda oración verdadera introduce en la comunión de las personas en el seno de la Trinidad: ahí es donde somos esposo o esposa, hermano o hermana, padres o hijos, mucho antes de serlo por la sangre.
Y esta comunión puede traducirse visiblemente en la vida de la familia, por ejemplo, cuando todos sus miembros van juntos a la misa de domingo.
Pero puede también permanecer invisible, cuando cada uno reza en su dormitorio. Eso no es más que un detalle.
Así que pueden estar tranquilos: ustedes rezan “en pareja” desde el momento en que rezan de verdad, incluso si no rezan al mismo tiempo en el mismo lugar.
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Está en la naturaleza de la oración el ser solitario: se dialoga a dos, no a tres. También Jesús nos lo dice:
Cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto (Mt 6,6).
Y el matrimonio, por santo que sea, no escapa a esta regla, hasta el punto de que el único motivo por el que san Pablo permite suspender la vida conyugal es, precisamente, “para dedicarse a la oración ”(1 Co 7,5).
Eso delimita para cada uno un jardín secreto en el que sólo Dios puede penetrar.
“Pertenece a lo espiritual no exponer a los hombres sus riquezas, sino esconderlas en su celda y sepultarlas en su conciencia, de modo que siempre lleven inscrito tanto en la puerta de esta conciencia como en la de su celda: ‘¡Mi secreto está en mí, mi secreto está en mí!’”. Guillaume de Saint-Thierry, Carta a los hermanos de Mont-Dieu).
¿Es que el monje que escribió esto despreciaba el matrimonio? En absoluto.
Pero indica el lugar que le corresponde en nosotros, al invitarnos a extraer el amor a nuestros hermanos –y en especial el amor conyugal– de la fuente de todo amor, es decir, del corazón del Padre:
“Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma” (San Bernardo, Sermón 83, sobre Cantar de los cantares).
Los esposos rezan en pareja aunque recen cada uno en su rincón
Por tanto, para que los esposos vivan el matrimonio en comunión, y no solamente juntos, es necesario que sea Cristo quien los dé el uno al otro.
Y, para ello, “debe desprenderse de sí misma y desatar las almas de los esposos, las almas de los novios. De lo contrario, no hay amor posible, sino un egoísmo buscado en el otro”.
“En el punto extremo del amor está el amor de Dios, don total y recíproco del uno al otro; pero para el hombre, Dios es el Otro, el otro que finalmente se revelará, en el amor, el ser de nuestro ser” (Yves Raguin, Caminos de contemplación).
En realidad no hay camino más corto entre esposos que Cristo mismo.
Y lo que pueden hacer los esposos para ayudarse mutuamente en este camino es, primero, facilitar al otro momentos y lugares que le permitan ese corazón a corazón con Cristo.
Precisamente es ahí, lejos de toda envidia, donde se recibirán el uno al otro de Aquel que es “el ser de nuestro ser”, ahí se recibirán en la raíz de lo que son.
Y quizás vivan juntos esos momentos, como en algunos monasterios donde la oración se vive en comunidad más que en la celda.
Pero, de todas formas, es en el silencio y lo invisible de la comunión de los santos como vivirán la gracia de estar unidos por Dios en el matrimonio.
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