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Por qué iniciar a tus hijos en la confesión desde muy pequeños

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Sebastien Desarmaux / Shutterstock

Edifa - publicado el 29/10/20

El hecho de enseñar a un niño a confesarse pronto es un pistoletazo de salida para toda su vida sacramental

Es impresionante ver el abismo que separa a niños pequeños y a adultos frente al sacramento de la penitencia.

“Cómo ir a confesarme sin arrastrar los pies”, es la preocupación de algunos adultos. Mientras que Aubin, de apenas 9 años, explica con toda la tranquilidad del mundo: “Cuando veo que hay un sacerdote, aprovecho [para confesarme]”.

Inimaginable desde la altura de los cuarentaitantos que alguien diga: “Padre, qué suerte, ya que está usted aquí…”.

Esta facilidad que nos desarma al verla en los más pequeños a la hora de dirigirse al confesionario, el abad Alexis Garnier la destaca habitualmente durante los retiros familiares y las peregrinaciones:

“Los niños piden la confesión desde el primer día, incluso desde los primeros minutos, y a veces todos los días, mientras que los adultos tienden a esperar al último momento”.

Ingrid d’Ussel, autora del libro S’il te plaît, Maman, emmène-moi me confesser [Por favor, Mamá, llévame a confesarme], ha hecho la misma constatación al instituir en su parroquia “Los pequeños ostensorios”, un grupo de confesión frecuente para niños. “Su alegría y su diligencia nos resultan edificantes a los adultos”.




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“Un pistoletazo de salida para toda la vida”

En efecto, los niños pequeños tienen una capacidad natural para conectarse con Dios. Un buen motivo para no tardar en familiarizarles desde muy pequeños con este sacramento, sin esperar la inminencia de la primera comunión y sin proyectar sobre ellos nuestros propios debates internos.

“El hecho de enseñar a confesarse pronto, en edades tempranas, significa dar un pistoletazo de salida para toda una vida sacramental. Se integran los sacramentos en su camino de santidad y se permite así que el Buen Dios santifique su alma de niño. Cuando sea más mayor, habrá adquirido el hábito de la confesión regular”, subraya el abad Garnier.

Un eco del discurso del papa san Juan Pablo II a los obispos de Quebec (1999): “La infancia es un período importante para el descubrimiento de los valores humanos, morales y espirituales”.

Uso de razón

¿A partir de qué edad puede o debe confesarse un niño? La Iglesia dice:

“Todo fiel que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar fielmente sus pecados graves al menos una vez al año” (canon 989 del Código de Derecho Canónico).

Esta “edad de discreción” o “edad de uso de razón” se sitúa en torno a los 7 años, “ya sea por encima o incluso por debajo”, como afirmaba el papa san Pío X en su decreto Quam singulari sobre la comunión de los niños.

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© FR LAWRENCE LEW CC

“Es un proceso de pensamiento”, precisa el abad Garnier. “Puede ser antes para algunos. Los padres deben ponerse en la cabecera espiritual de su hijo para despertar su conciencia moral. Luego harán el nexo con un sacerdote”.

“Ponerse en la cabecera espiritual” significa que la educación religiosa de los pequeños no se limita a decir juntos la oración nocturna apoyándonos en la escuela o el grupo de catequesis que, “de todas formas”, ya abordarán la cuestión de la confesión con motivo de la preparación para la primera comunión.


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El apoyo de los padres

“Los niños ya no reciben en el regazo de su madre esta primera educación que facilitaba nuestra tarea”, lamentaba el padre Timon-David ya en el siglo XIX. La fórmula puede parecer anticuada, pero aún sigue de actualidad.

Como parte del patronato del que está a cargo, el padre Grégoire Leroux subraya la dificultad de iniciar a los niños en la confesión “si no son acompañados por sus padres y no están inmersos en un entorno de práctica regular”.

El padre Philippe de Maistre, capellán general del liceo Stanislas en París, distingue varias etapas en la eclosión de la conciencia de los niños. Una especie de radiografía de su vida espiritual que nos ayuda a acompañarles mejor.

Según dice, hay “una conciencia del amor de Dios que precede a la conciencia del bien y del mal.

Hacia los 5 o 6 años de edad se produce el despertar de su interioridad. Los niños experimentan la presencia íntima de Jesús.

Santa Teresa decía que “el reino de Dios está dentro de nosotros”. De niña, ¡ella creía más en el Cielo que en las personas reales a su alrededor!

Desde su bautismo, los niños tienen ciertamente una relación natural y apremiante con la vida interior y el cielo.

Por lo tanto, debemos despertar su atención a esta presencia que no es otra que la voz de la conciencia: “Escucha lo que te dice Jesús”.

En Stanislas, se anima a los niños a confesarse a partir de los 5 años. “Es una confesión bajo el sello del amor que les permite a la vez maravillarse por esta presencia divina y darse cuenta, poco a poco, de que su vida no se refiere solamente a una autoridad exterior (la de sus padres), sino interior”.

Luego se desarrolla la conciencia del bien y del mal. Es el momento en que el niño experimenta verdaderamente una relación del bien y del mal ante Dios.

“Es importante remitir esta conciencia moral a la presencia de Dios en ellos”, aconseja el padre De Maistre. Y para ello les explica:

“Cuando haces alguna cosa buena en secreto, te sientes bien, es Jesús quien manifiesta su presencia. Cuando haces algo malo, estás triste, porque no has escuchado a Jesús, le has dicho no y, entonces, Él se entristece”.

El niño comprende desde entonces lo que es el pecado: no es una tontería, sino algo que recorta el amor de Dios, es rechazar voluntariamente escucharle y, con ello, Le herimos.




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La parábola del hijo pródigo para hacer comprender la confesión 

Hay que decirle que Dios lo ama infinitamente y perdona siempre las heridas que Le hagamos, que pueden pedirLe perdón a través de un sacerdote y decidir no recaer.

La parábola del hijo pródigo es ideal para hacerle comprender bien lo que es la confesión: el padre que recibe con los brazos abiertos a su hijo arrepentido.

Estos reencuentros tienen, por tanto, un carácter alegre. “Es ir al encuentro del Padre que reconcilia, que perdona y que hace fiesta”, resume el papa Francisco.

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Más tarde, relacionaremos el pecado y el sacramento del perdón con la pasión de Cristo, salvador de almas, indica el abad Garnier.

Explicando que “todo pecado es como una espina clavada en la cabeza de Jesús” y que “confesar nuestros pecados es desclavar a Jesús de la cruz, como decía el Cura de Ars”.

Por último, los padres deben ayudar a sus hijos a hacer sus primeros exámenes de conciencia “sin sugerir ideas, sino diciéndoles: pregúntate qué pecados has cometido.

Los padres deben respetar ese espacio que se les escapa, pero también preparar a los hijos, acompañarles hasta el umbral”, recomienda el padre De Maistre.

E instaurar un ritmo, “inscribir la confesión en su horario del mismo modo que una cita con el médico”, sugiere Ingrid d’Ussel.

Lo mejor es también ir a confesarse en familia, según recomienda el padre Leroux. ¿Qué hay más elocuente que ver a sus padres de rodillas? ¡Y escuchar al pequeño decir ‘Cuando veo que hay un sacerdote, aprovecho’!”.


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Por Élisabeth Caillemer

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