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Trucos para comunicarse bien en pareja

ROZMOWA

Dean Drobot | Shutterstock

Edifa - publicado el 22/10/20

Todas las parejas quieren tener una comunicación profunda y sincera pero no lo consiguen. ¿Qué les pasa? ¿Cómo lograrlo?

No siempre es fácil expresar lo que sentimos o pensamos, ni siquiera a nuestro cónyuge. No obstante, esta es la clave del bienestar y la felicidad en el matrimonio. En una entrevista a la asesora matrimonial Marie-Madeleine Devillers, descubrimos una herramienta que quizás nos falte para conseguirlo: reconocer nuestras propias necesidades.

¿Cuál es el veneno de la vida en pareja?

Marie-Madeleine Devillers: La indiferencia. Se instala con el tiempo y conduce a una ruptura de la comunicación. Cuando nos han herido, existen tres formas de reaccionar: el silencio para tener paz, la agresividad y la manipulación con el objetivo de hacer que el otro piense como yo. Las mujeres se muestran a menudo más agresivas porque están mejor armadas que los hombres para encontrar las palabras, tanto las que calman como las que critican. Sea cual sea la reacción, cada uno se crea un caparazón para no ser herido. Con el paso del tiempo, se vive de forma paralela y se deja de prestar atención al otro.

¿Un caparazón que impide el diálogo?

Marie-Madeleine Devillers: Sí. Es fácil hablar sobre los hechos: el trabajo, las personas que encontramos, las acciones realizadas… También es corriente conversar sobre lo que pensamos de la política, de uno u otro acontecimiento, etc. Estos dos niveles importan porque permiten conocerse mejor, pero no bastan. La intimidad de la pareja se construye a través de un diálogo en el tercer nivel, el del sentir. Este deja ver al otro lo más profundo de nuestro ser: mente, cuerpo, corazón.

¿Qué hace tan difícil el compartir estas emociones?

Marie-Madeleine Devillers: La comunicación, como la vida de pareja, pone de manifiesto heridas del pasado que no se han curado. Recuerdo a un ingeniero que se ponía violento cuando su mujer lo esquivaba con un silencio malhumorado. Una reacción así, desmesurada, actúa como el intermitente de un coche: reenvía a un sufrimiento que viene de más lejos. Este hombre había recibido una educación muy severa. En caso de desacuerdo, sus padres le objetaban que “es así y no hay otra manera”, lo cual impedía toda discusión. No podía expresar su ira. El silencio de su esposa lo remitía a esa cerrazón categórica de sus padres. Por eso es importante conversar sobre nuestra educación, nuestra vida familiar, nuestra gestión del dinero, compartir las cosas que a cada uno nos parecen aceptables e insoportables, etc.

¿Cómo se mantiene una comunicación profunda?

Marie-Madeleine Devillers: Una mujer querría ingresar en el equipo de bridge de su marido, que es un muy buen jugador. Él replica: “Tienes que recibir clases, si no, no podrás venir, ¡juegas muy mal! Sería un fiasco por tu culpa”. Esta réplica resume las cuatro formas incorrectas de comunicarse: la orden, la amenaza, la desvalorización y la culpabilización. Sin embargo, comunicarse bien implica practicar cuatro verbos: preguntar, rechazar, dar y recibir. La clave está en atreverse: atreverse a preguntar, a expresar un desacuerdo, un sentimiento frente a un comportamiento del otro… A menudo, no nos atrevemos a decir que no por temor a que dejen de amarnos. ¡Pero es lo contrario! Así seremos mejor respetados en nuestros límites.

No siempre es fácil delante de los niños o los amigos…

Marie-Madeleine Devillers: Conviene no iniciar una discusión en un arrebato de ira. Corre el riesgo de ser algo destructor. Sin embargo, es posible expresar la necesidad de hablar de ello más tarde. Luego se puede volver sobre el tema, aunque no tenga mucho que ver con la situación del momento. También es tarea de los cónyuges estar atentos mutuamente a los tiempos del otro. Un ejemplo: una tarde, un hombre lleno de alegría llega más pronto a casa para anunciar a su esposa su ascenso y su aumento de sueldo. Ella responde lacónicamente: “Ah, qué bien”. ¡Se pueden imaginar el jarro de agua fría! Pero si él hubiera dedicado tiempo a preguntarle a ella, se habría enterado de que ella había tenido un día espantoso en la oficina, que los niños se habían portado fatal y que la lavadora acababa de averiarse. Cuando una persona se siente escuchada, luego puede mostrarse más receptiva.

¿Qué aconseja en caso de conflicto, cuando el diálogo parece no ser ya posible?

Marie-Madeleine Devillers: Al principio, conversamos sobre todo lo que nos une. Con los años, ¡tendemos a hablar sobre todo lo que nos diferencia! En una fase última, la comunicación que subsiste es agresiva, como un juego de ping-pong. Sin embargo, una pelota lanzada contra un muro rebota con la misma fuerza. Críticas y reproches, halagos y benevolencia, todos rebotan, es una regla de oro. El conflicto conyugal es una responsabilidad compartida. Mientras se siga el patrón víctima/agresor, el problema no se puede resolver. A menudo, nos quedamos acampados en nuestros argumentos, reflexionando sobre nuestra respuesta mientras el otro habla. Pero lo esencial no es saber quién de los dos lleva la razón; lo que importa es aceptar el hecho de que el otro ha resultado herido. La única salida es saber recibir el punto de vista del cónyuge.

En estas condiciones, ¿imponer un diálogo a toda cosa no está abocado al fracaso?

Marie-Madeleine Devillers: ¡Absolutamente! Esas parejas con problemas tienen moratones por todas partes. Reclaman un periodo de convalecencia. Primero necesitan cuidar de sí mismas, reencontrarse para relajarse y hacerse bien mutuamente. Una actividad común, artística o deportiva, resulta un buen medio para volver a conectar con suavidad.

¿Y luego cómo pueden ir más lejos?

Marie-Madeleine Devillers: Una herramienta consiste en partir de las necesidades de cada uno. Cada uno elabora una lista de sus necesidades como hombre o mujer, esposo o esposa, padre o madre. La pareja no puede colmarlas todas, en particular las necesidades personales. Por ejemplo, una mujer recuerda que le encanta la escultura. El hombre querría volver a hacer deporte. Les corresponde a ambos facilitarse los medios: uno puede cuidar de los niños mientras el otro sale, por ejemplo. Esos tiempos de soledad, de interioridad, permiten revitalizarse.

¿La entrega de uno mismo a los demás no basta para encontrar el equilibrio?

Marie-Madeleine Devillers: Todos necesitamos reconocimiento. Si no lo encontramos en nuestra pareja o en nuestra familia, lo buscamos en otro lugar: el trabajo, las aficiones, los compromisos parroquiales o comunitarios… Hay muchas posibilidades de evasión en el activismo y de posibles infidelidades disfrazadas. Por supuesto, todo es una cuestión de medida. Cuando pregunto a estas personas demasiado volcadas hacia el exterior si se implican tanto tiempo en su relación de pareja, la respuesta es muy pobre. A menudo, hace varios años que la pareja no se va de viaje junta.

En efecto, es difícil añadir a los tiempos personales, en familia y entre amigos, un momento que la pareja comparta a solas…

Marie-Madeleine Devillers: Todo es una cuestión de prioridades. ¿Dónde está mi preferencia? ¿En un fin de semana con la familia extendida o en uno exclusivo para la pareja? Mi cónyuge es el ser querido más próximo, mi prioridad. Antes de ir a decir buenos días a los hijos, se lo digo a él; somos una “pareja” antes de ser padres. Y ese amor conyugal cómplice repercute sobre los hijos.

Recomiendo a las parejas que se reserven al menos dos veladas al mes, un fin de semana por trimestre y una semana al año. ¡Cueste lo que cueste! Incluso cuando falten ganas por cansancio, enfados, niños que recolocar… Siempre hay alguna buena razón para huir de estas citas. Al principio, creemos poder pasar sin ellas pero, si no las mantenemos regularmente, el amor se deshilacha. La pareja se nutre de esos momentos de reencuentro. Y son más baratos que un abogado o un terapeuta… (sonríe).

¿Cómo se pueden expresar estas necesidades identificadas?

Marie-Madeleine Devillers: Es algo que se aprende. A menudo, nuestras peticiones son exigencias enmascaradas. Al principio, obedecemos por amor, pero, a la larga, así se alimenta el resentimiento. Y eso es terrible. Sobre todo para la mujer, que tiene mejor memoria. Una auténtica petición da libertad al otro para responder sí o no. Más que formular una petición, sucede también que se recurre al reproche. “Mi marido vuelve muy tarde…”, acusaba una esposa. Nunca había pensado en decirle, sencillamente, que lo necesitaba y echaba de menos.

Incluso en pareja, decir perdón no siempre es evidente. ¿Hay algún método?

Marie-Madeleine Devillers: El perdón no es algo natural ni tiene nada de mágico. Es un camino. Transmite la buena salud de la pareja y permite evacuar las tensiones, los intercambios agresivos, humillantes, violentos. Ayuda a curar las heridas. Primero, hay que desearlo. Se intercambian demasiados falsos perdones para conseguir la paz o porque la educación lo exige. A las parejas cristianas con problemas les propongo empezar por pedir cada mañana una gracia para la jornada: la gracia de aceptar al otro como es, la gracia de amarle –algunos ya no tienen ganas–, la gracia de reconocer lo bueno que hay en el otro, la gracia de soltar lastre… Las mujeres tienen a menudo mucho control sobre el marido. Mejor que él pueda hacer las cosas a su manera. Un auténtico perdón implica un cuestionamiento de uno mismo, un arrepentimiento y un deseo real de cambio. El perdón restablece la relación y reactualiza el sacramento del matrimonio.

¿Cómo se vive plenamente este sacramento?

Marie-Madeleine Devillers: El plan de Dios para la pareja es vertiginoso. ¡Decir sí para toda la vida representa un desafío sagrado! Tanto más cuanto que la voluntad por sí sola no basta, porque puede agotarse. Para alimentarla día a día, hay que apoyarse en una fuente más profunda: la fe y la gracia. En el sacramento del matrimonio hay de todo: confianza, fidelidad, fuerza, valentía, perdón, esperanza. Pedir nuestras gracias lo vivifica. “Señor, ven a habitar aquello que hay de oscuro e insoportable en mi relación”.

¿Qué resoluciones puede adoptar una pareja que sale de una crisis?

Marie-Madeleine Devillers: Una pareja que no tenga proyecto es una pareja que ha muerto. Determinar un proyecto común conduce a imaginarse en el tiempo, a largo plazo, con el otro. Cuando los cónyuges se aburren, cuando no tienen nada más que decirse, les pido que busquen cinco propuestas de vida juntos, entre ellas dos que parezcan una locura. A ellos les corresponde hacer gala de ingenio y fantasía. A veces es más difícil para el hombre, que se contenta con estar con su mujer y no comprende su lasitud. Luego, cada uno escoge vivir una de las sugerencias de su cónyuge. ¡Hay que atreverse a dejar paso a los arrebatos locos! Incluso si son poco razonables o parecen ineficaces en términos de rendimiento. Estas locuras permiten mantener viva la relación.

Entrevista realizada por Stéphanie Combe

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