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¿Cómo ayudar a los niños a hacer sus deberes?

TROUBLE WITH HOMEWORK

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Edifa - publicado el 19/10/20

Para los niños que tienen dificultades escolares, hacer los deberes resulta todo un desafío. Aquí tienes algunos consejos para ayudarles en casa.

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“Quiero que Côme sea feliz, ardo en deseos de que pueda salir de esta pesadilla y encontrar lo que más se amolde a él”, comenta Armelle, joven madre de tres hijos. Côme está en el último curso de Primaria en Francia. Es un muchacho amable y valiente. Por más que trabaja regularmente y da lo mejor de sí mismo, los resultados no están a la altura. “Es duro para él ver que los demás pueden avanzar más rápido”, constata la madre.

En efecto, el niño tiene unas capacidades poco adaptadas para el mundo escolar. Es lento, así que se pierde rápidamente en un grupo. Le cuesta concentrarse y necesitaría calma y aislamiento, cosa que no siempre es posible en clase. Además, tiene problemas para conceptualizar. Entiende menos rápido y menos bien las cosas abstractas. Estas dificultades lo conducen a menudo a una timidez exagerada.

La tristeza de no prosperar conlleva a menudo ansiedad, depresión o irritabilidad, si no sucede nada que la contrarreste… Es una auténtica injusticia para él, difícil de aceptar. Aunque a este niño la escuela le atrae menos que a los demás, tiene aún más necesidad de ponerse a trabajar en casa. Los deberes de la tarde son realmente útiles para cubrir las lagunas creadas durante las clases.

Marine, joven maestra de primaria, insiste en ello: “Ese momento le da la posibilidad de tener un acompañamiento individual adaptado”. Pero ¿cómo hacer de ese tiempo de trabajo individual algo beneficioso, sin desmoronarse ni llorar si los resultados decepcionan?

Adaptarse al niño para ayudarle a progresar

Para empezar, la regularidad es una aliada. Con todos los niños, pero más aún con los que patinan. Hermine, docente, precisa: “Más valen diez minutos de atención todas las tardes que una hora de vez en cuando”. Lo más sencillo seguramente es hacer los deberes justo después de la merienda.

Marie ha aplicado un poco de flexibilidad en la organización que establece para ocuparse de su hija, en tercer curso de Primaria en Francia: “Cuando Camille me dice ‘Quiero jugar’, le doy ese tiempo para que vuelva a levantar el ánimo y estar disponible. Eso no impide fijar un horario para ayudarle a comenzar”.

“Sin duda, existe un momento para cada uno”, prosigue Marine, la maestra. “Con el que tenga dificultades para comenzar a trabajar, es preferible establecer reglas, sin olvidarse de implicarlas a diario”.

Objetivo número uno: la concentración

En lo que concierne a la duración, el niño no tiene la misma noción del tiempo que el adulto y supera fácilmente el límite horario. “Para los más lentos, conviene fijar también el momento del final ¡y respetarlo! No se puede superar la media hora entre los 6-8 años, tres cuartos de hora entre los 8-10 y una hora entre los 10-11. Si resulta demasiado largo, nos detenemos y hablamos de ello con el maestro o maestra, que reajustará el trabajo”, recomienda Marine.

Establecer unas buenas condiciones facilita las cosas. La calma es primordial: ni música ni televisión ni videojuegos cerca, para desterrar toda fuente de distracción. Objetivo: concentración. Y únicamente sobre aquello que debe ser asimilado.

“Con varios hijos, es más difícil. Más vale entonces dejar a solas a quien sepa trabajar de manera autónoma para aislarse con quien necesite ayuda”, añade Hermine. “Hay algunas artimañas: dejar a alguno con un juego o una película, hacer un intercambio con la vecina…”.

Hay niños que se distraen con cosas insignificantes. Una habitación en orden y un escritorio despejado les ayudará a concentrar su mente. Armelle, por ejemplo, se instala con Côme en la cocina: él se sienta de espaldas a la ventana en un universo sobrio: “¡Está más concentrado y más motivado para salir rápidamente de esa habitación!”.

Elegir la persona adecuada para ayudar al niño

El niño con dificultades no sabe trabajar de manera autónoma. Necesita de un adulto que sea un guía tranquilizador y motivador. Fácil de decir, mucho más delicado de encontrar. “Lo ideal es alguno de los padres”, opina Marine. “Si ambos pierden la paciencia o no tienen la disponibilidad necesaria, conviene recurrir a una persona externa. Pero ¡cuidado! ¡Muchos niños se han visto desanimados por estudiantes que, seguramente, eran muy eruditos pero también poco pedagogos!”.

Alix, recién jubilada, es una antigua profesora que ayuda a alumnos con problemas: “Es necesario que el acompañante esté motivado y disponible. El alumno y sus padres están desanimados. Hay que tener entusiasmo para restaurar la confianza, sin ser demasiado buenazo, fijar un marco y conservar mucha indulgencia. No se juzga al niño, sino los resultados. ¡Se alienta lo que es positivo, se le permite crecer!”.

A veces conviene recurrir a una academia de refuerzo. “Sin embargo, un estudio realmente eficaz no debe superar los ocho alumnos”, precisa Marine. “Hay que poder ofrecer un tiempo significativo a cada niño. Y asegurarse de que hay buena química entre el responsable del estudio y el niño. A menudo, existe una buena motivación y las interacciones son interesantes. Los alumnos pueden ayudarse, ofrecerse explicaciones diferentes a las de los maestros, a veces incluso más comprensibles…”.

El acompañamiento en casa requiere un verdadero diálogo con la escuela. Como maestra, Hermine está atenta al trabajo que el niño deja de lado: “No hay que perder tiempo y establecer contacto si la cosa se vuelve sistemática. Realizamos un auténtico trabajo en equipo con los padres del alumno para descifrar un bloqueo. Me percato de una desmotivación circunstancial y encuentro un momento en la jornada para explicar, para motivar. Siempre destaco que, después de ver a los padres, el niño mejora, aunque el problema no esté totalmente resuelto.”.

Adoptar una actitud positiva

En su libro sobre ayudar a niños con problemas escolares, la psicóloga Jeanne Siaud-Fachin explica que es necesario que el niño sepa adónde va y cómo: “El marco debe estar claro para que no se pierda. Fijemos objetivos intermedios y cada etapa superada estimulará el esfuerzo para afrontar la siguiente. Informemos frecuentemente al niño sobre su rendimiento. Es necesario que sepa en seguida si va por el buen camino”.

Armelle tomó una decisión en el trabajo de Côme: con el acuerdo de su maestra, decidió invertir en su lengua materna y en matemáticas y dejar caer el inglés. “Empezamos por lo que me parece más importante. Si hay un control al día siguiente, lo trabajamos con prioridad, incluso si eso significa no hacer el resto”.

Dialogar con el niño es, sobre todo, estimularlo. La acción debe ser reconocida más que el resultado. “Todo lo que sea positivo debe ser valorado. Un alumno que ha buscado una respuesta sin encontrarla debe ser motivado: es el trampolín para alcanzar la etapa siguiente”, dice Hermine. “No volar muy alto, pero sí hacerlo solo, como decía Cyrano de Bergerac, ¡es el comienzo del éxito!”.

Los cumplidos pueden dirigirse también sobre la forma. “Estoy atenta a un cuaderno bien conservado, a una mochila bien preparada para la escuela… y felicito a mi hijo por ello”, explica Armelle.

Adoptar una actitud positiva es favorecer esos ánimos. Marie se tiene prohibido gritar. “Prefiero dar por terminada la sesión, salir de la habitación y recuperar mi calma. De lo contrario, Camille llora y se bloquea. También puedo enviarla cinco minutos fuera para una pausa en medio de una situación exigente. Por último, el humor quita dramatismo al momento y devuelve la confianza”.

Una palabra clave: la regularidad del trabajo

¿Cómo ayudamos a memorizar? Cada uno tenemos una forma de abordar el aprendizaje. Saber si se tiene mejor memoria auditiva o visual o kinestésica permite adaptar el método empleado para “rentabilizar” los esfuerzos. “Descubrir su estilo es darle la oportunidad de dominarlo”, explica Jeanne Siaud-Fachin.

“Cuando no sabemos cómo funcionamos, sufrimos. Además, los demás, y en particular los adultos en relación a los niños, tienen tendencia a imponer sus propios métodos”.

Marine sugiere “ayudar al niño a anticipar para asimilar bien la lección. Y en cuanto haya anuncios de controles, lo ideal es repartir el trabajo teniendo en cuenta esta sobrecarga”.

Un niño con problemas escolares será incapaz de estudiar todo el temario el día anterior al examen. Al revisar, conviene ayudarle a ponerse en la situación del examen, que pueda imaginar las preguntas planteadas y sus respuestas.

“Antes de empezar un ejercicio, buscamos siempre con qué parte del curso se relaciona”, explica Odile, antigua profesora que ayuda a niños desde hace más de veinte años.

“Procuro que hayan comprendido y, sobre todo, aprendido un tema nuevo. Una única lectura no permite al niño asimilar lo suficiente”. Al releer las lecciones, subraya las palabras clave, elabora fichas, recurre mucho al uso de colores, esquemas o códigos para que todo sea más fácil de entender y memorizar.

“Para que estos niños más lentos no pierdan la confianza en sí mismos, les enseño a reflexionar en voz alta. Por ejemplo, durante un dictado, les pido que me digan el tipo de palabra, con qué concuerda o no… Así descubren que el rigor tiene frutos”, prosigue entusiasmada.

Favorecer los momentos de éxito

“Me apoyo en los puntos fuertes de mi hija”, precisa Marie. “Ella es muy manual, así que la pongo a hacer dibujos… Le encanta ese momento privilegiado en el que demuestra sus éxitos, donde toma consciencia de sus capacidades. Nosotros, como padres, también necesitamos tomar perspectiva para creer que podrá salir adelante”. Por su parte, Alix cuenta: “Durante mucho tiempo he recurrido al teatro con los niños con problemas.

Al interpretar un papel, el niño recupera confianza, trabaja su concentración y aprende a salir de sí mismo. ¡Es una auténtica terapia!”. Por otro lado, Christine ha propuesto a su hijo Florent tomar clases de cocina. “La escuela no va bien; en la cocina, recupera la sonrisa. Tiene una paciencia para la pastelería que me impresiona. ¿Quizás termine trabajando en este ámbito?”.

Maylis de Bengy

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